miércoles, 14 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 3




No le desagradaba la idea. Ella era hija única y siempre había querido tener una gran familia, pero ni siquiera había tenido primos, tíos ni abuelos. Solo su madre y el hombre a quien creía su padre.


«No necesitamos a nadie más», solía decirle él. 


«Nos tenemos los tres».


Habían sido tres hasta hacía diez meses, cuando un día de septiembre un agente de policía había ido a su casa para informarla de que sus padres se encontraban entre las víctimas de un accidente de tráfico acaecido en la autopista de Carolina del Norte.


—Hermanastra —la corrigió Pedro—. Natalia es hija de Hugo y de mi madre, que es su segunda esposa.


—¿Y usted y yo qué somos? —preguntó Paula intentando introducir una nota de cordialidad en la conversación.


— Absolutamente nada —le contestó fríamente.


— ¡Menos mal!


—Desde luego.


Habían salido del aeropuerto y se dirigían, bajo la lluvia, al centro de Toronto. No dudaba de sus dotes de conductor, pero tenía demasiado reciente la imagen de sus padres cuando había ido a reconocer los cadáveres. Aquel hombre cambiaba constantemente de carril para adelantar a vehículos más lentos.


— Si sigue frenando, va a terminar tocando la carretera con el pie —dijo Pedro pegándose al coche que llevaban delante.


—No me gustaría acabar empotrada en la parte de atrás de ningún camión. Lo vio medio sonreír.


—¿La pongo nerviosa, señorita Chaves?


Paula cerró los ojos mientras él cambiaba de carril y adelantaba a un camión.


—Sí.


—Entonces es usted más lista de lo que esperaba.


—¿Qué ha querido decir con eso?


— Quiere decir que no me fío ni de usted ni de sus motivos. Quiere decir que pienso vigilar todos y cada uno de sus movimientos. Si se equivoca una sola vez, me tendrá encima.


— Qué miedo. ¡Se me ha acelerado el corazón!


— Hablo en serio.


—Ya lo veo. Lo que no entiendo es por qué le desagrada tanto mí presencia. Le aseguro que no pienso llevarme la plata de la familia ni matar a nadie mientras duerme. Lo que ocurre es que tengo algunas preguntas y Hugo Prestón es la única persona que tiene las contestaciones.


—No tenía por qué cruzarse el país para eso. El teléfono se inventó hace mucho tiempo.


—Me apetece conocer a mi padre en persona.


— ¡Seguro!


— Denúncieme —lo retó encogiéndose de hombros.


— Si me da la más mínima razón, lo haré.


— Siento mucho decepcionarlo porque no tengo segundas intenciones al venir aquí.


—No hay nada de extraño en que alguien quiera conocer a su padre biológico — contestó él con la mandíbula apretada. Dicho lo cual, miró por el retrovisor, pisó el acelerador y adelantó a una limusina. Paula sintió gotas de sudor que le resbalaban por la espalda.


—¿Cuántos accidentes de tráfico ha tenido usted? — preguntó secándose el sudor de las palmas de las manos en la tapicería.


—Ninguno, pero siempre hay una primera vez para todo —le contestó, mirándola de reojo, divertido.


—Bueno, si no le importa, preferiría no acompañarlo en ese momento.


—Lo que usted prefiera, a mí me da igual, señorita Chaves; pero no tenga miedo, no me juego la vida.


Habían entrado en una calle de casas elegantes. Pedro frenó y aparcó en un sitio minúsculo con asombrosa rapidez. Se acercó tanto a ella para sacar de detrás de su asiento un maletín que Paula percibió su loción para después del afeitado.


—Espéreme aquí. No tardaré.


Paula lo vio cruzar la calle y dirigirse a una casa. 


Antes de que pudiera llamar, una mujer abrió la puerta. A juzgar por su sonrisa y el abrazo que le dio, se alegraba mucho de verlo. Estaba embarazada. Pedro le pasó el brazo por los hombros y ambos entraron en la casa.





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