miércoles, 14 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 1
-TE estaré esperando junto a la cinta del equipaje — le había dicho Hugo Preston por teléfono la noche anterior—. Me reconocerás porque soy canoso y porque llevaré un ramo de rosas para ti... rosas rojas porque para mí mañana es un día que marcaré en rojo en el calendario. Cuento las horas que me separan de ti, Paula.
Los demás pasajeros ya habían recogido su equipaje y se habían ido. Ella se había quedado allí, sola, con sus dos maletas. Aunque había varios hombres canosos esperando a los pasajeros que llegaban a Toronto desde Vancouver, ninguno llevaba un ramo de rosas ni se había acercado a ella identificándose como su padre biológico.
Paula sacó el mapa que llevaba en el bolso con un sentimiento de decepción y de enfado. ¡Pues sí que tenía ganas de conocer a la hija de cuya existencia siempre había sabido, pero a la que nunca había visto!
Stentonbridge, la pequeña ciudad donde Hugo tenía su residencia, estaba a unos doscientos cuarenta kilómetros al noreste de Toronto. Pensó que, tal vez, debido a las fuertes lluvias, Hugo estuviera tardando más de lo que había calculado.
De repente, pensó en lo peor. ¿Y si el hombre al que había ido a conocer estaba en aquellos momentos en una cuenta cubierto por una sábana?
Apartó aquel pensamiento de su cerebro y guardó el mapa en el bolso. Una tragedia así no se podía repetir. Se dijo que tenía que haber una buena razón para que no estuviera allí esperándola y decidió ir al mostrador de información a ver si había algún mensaje para ella.
La terminal estaba prácticamente desierta. Vio a un hombre alto que se abría paso a través de un grupo de estudiantes como si fuera Moisés dividiendo el Mar Rojo.
Siguió buscando el logo de Air Canadá.
Sin embargo, aquel hombre se le puso delante, decidido a entorpecer su búsqueda como si fuera por ella.
— Me está buscando a mí —le dijo acercándose tanto que ella tuvo que retroceder un poco para poder mirarlo a la cara. Cuando lo hizo, se encontró con los ojos azules más duros que jamás había visto.
— ¡No, se equivoca! —lo informó dispuesta a pasar de largo a su lado.
— Usted es Paula Chaves —insistió el hombre agarrando el carrito del equipaje. No era una pregunta sino una afirmación hecha con total determinación.
— ¿Y usted quién es?
—Pedro Alfonso —contestó él como si la sola mención de su nombre debiera hacer que cualquier persona lo reconociera. ¡Menudo ego!
— ¡Pues qué bien! —exclamó Paula empujando el carro con decisión —. Suelte el carro, por favor, tengo que ir a llamar por teléfono a ver qué le ha pasado a la persona que tenía que haber venido a recogerme.
—No hace falta —contestó él sin moverse—. Yo la llevaré.
—No, no tengo la costumbre de montarme en el coche de un extraño.
Paula se dio cuenta de que lo que podría ser una pequeña sonrisa se dibujaba en los labios de aquel hombre.
—No me conoce usted lo suficiente como para decir que soy «extraño», señorita Chaves.
— Me da igual que sea usted extraño o no. No pienso montarme en su coche. Estoy esperando al señor Prestón.
— Hugo no va a venir.
—¿Por qué? —preguntó asustada.
—Porque lo convencí para que se quedara en casa.
—¿Y siempre hace lo que usted le dice?
—No tan a menudo como debería —contestó Pedro Alfonso con desprecio—. Si me hubiera hecho caso, usted no estaría aquí ahora y no estaríamos teniendo esta estúpida conversación. ¡Vale ya con el maldito carro, por amor de Dios! No me voy a fugar con él... ni con usted, por cierto, pero me gustaría salir de aquí antes de la hora punta.
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