miércoles, 14 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 2
Había llamado a Hugo por su nombre sin que Paula se lo dijera, sabía cómo se llamaba ella, iba bien vestido, llevaba un buen reloj y un buen corte de pelo.
Tenía de secuestrador lo que ella... de prostituta.
Sin embargo, las apariencias podían engañar, como había aprendido.
—No iré a ningún sitio con usted hasta que haya verificado su identidad con mi padre —contestó.
Él puso mala cara, como si el decir que Hugo era su padre fuera en contra de las normas de la buena sociedad. Con la mandíbula apretada, se sacó un móvil del bolsillo interno de la chaqueta, marcó un código y se lo dio.
—Tenga.
Ella lo aceptó sin saber si debía fiarse de él o no. Al mirar la pantalla, vio que era el número y el nombre de Hugo.
— ¿Le importaría darle al botón de marcar y acabar con esto de una vez? —le espetó él —. Es un teléfono, no una bomba. No le va a explotar en las manos.
Hugo contestó al tercer timbre.
—Me alegro mucho de que llames, Paula. Ha habído cambio de planes. Una vieja lesión me está dando guerra, así que Pedro, mi hijastro, va a ir a buscarte. Mide aproximadamente un metro noventa, es moreno, guapo, por lo que dicen las mujeres, y difícilmente pasa desapercibido.
«Se te ha olvidado decir maleducado, arrogante y condescendiente para que la descripción estuviera completa», pensó Paula.
— Ya nos conocemos —contestó ella mirando a Pedro Alfonso con ganas de borrarle de la cara aquella expresión burlona —. De hecho, lo tengo aquí delante. «Lo tengo encima, casi no me deja respirar».
— ¡Maravilloso! Pregúntale si os esperamos para cenar.
Paula lo hizo y se sorprendió al ver que él le requería el teléfono y le daba la espalda para hablar. Cualquiera hubiera dicho que estuviera tratando temas de seguridad nacional.
—Hugo, no nos esperéis para cenar. La reunión de hoy terminó más tarde de lo previsto y todavía tengo que hacer una llamada —contestó alto y claro.
Evidentemente, Paula no oyó lo que Hugo le dijo, pero, fuera lo que fuera, hizo que se dibujara otra expresión de desaprobación en el rostro de Pedro.
—Supongo que sí, si te gustan ese tipo de cosas, pero no veo ningún parecido familiar asombroso. Podría ser cualquiera —contestó finalmente.
¡Lo dijo como si Paula fuera algo asqueroso que hubiera pisado en la acera! Si no hubiera sido porque no tenía ni idea de dónde se encontraba, habría alquilado un coche y le habría dicho que se metiera la idea de llevarla a casa de su padre por donde le cupiera. Sin embargo, tuvo que tragarse el orgullo y acompañarlo hasta el aparcamiento.
—¿Cuánto se tarda a Stentonbridge? —le preguntó prácticamente corriendo tras él.
—Unas tres horas, pero hoy, como hay tráfico por el tiempo, unas cuatro o cinco.
— Siento mucho que mi llegada le ocasione inconvenientes. No me habría importado ir en tren o en autobús.
—No hay ni tren ni autobús desde aquí a Stentonbridge y, si lo hubiera habido, Hugo no la hubiera dejado. Usted es la hija pródiga que vuelve a casa y quiere que se la reciba como es debido.
—Obviamente, usted no comparte su entusiasmo.
Pedro la miró de reojo.
—¿Por qué lo iba a hacer? Incluso aunque usted fuera quien dice ser...
—No es que yo lo diga —lo interrumpió—. Tengo documentos que así lo demuestran.
— Sí, ya verificaremos que sean verdaderos dijo abriendo el maletero de un deportivo negro—. ¿Quiere llevar algo dentro? —preguntó metiendo las maletas.
—No.
—Bien. La puerta está abierta, así que entre. Tengo prisa.
— ¡No me había dado cuenta! Creía que era que se estaba entrenando para el maratón.
Pedro enarcó una ceja y la miró de una forma que habría dejado a cualquier otra mujer de piedra.
—No tiente a la suerte, señorita Chaves. Está agotando mi paciencia.
—¿Y eso por qué, Pedro?
—Por su mera presencia. ¿No le parece suficiente? —contestó moviendo las aletas de la nariz en clara demostración de lo que le parecían semejantes familiaridades.
—No he venido a verlo a usted. En realidad, aunque le pueda parecer mentira, ni siquiera sabía que existiera hasta hace diez minutos.
—Eso me hace pensar en algo muy importante — dijo él cerrando el maletero, acompañándola a su puerta y entrando él por su lado del coche—. ¿Por qué quiere ver a Hugo después de tanto tiempo?
—Porque es mi padre. ¿Quiere una razón mejor?
—Pero, ¿por qué ahora? Si me está diciendo la verdad, ha sido siempre su padre.
—No lo he sabido hasta hace poco.
—A eso voy precisamente, señorita Chaves. Se las ha arreglado usted muy bien durante veintiséis años. Desde luego, no será porque necesite a nadie que vele por usted, y no los une ningún vínculo sentimental. Entonces, ¿cuál es la verdadera razón de que aparezca usted de repente?
— Es algo muy personal y no pienso contárselo a un completo desconocido.
—Hugo y yo no tenemos secretos.
—No parece ser así. A juzgar por su reacción ante mi presencia aquí, no creo que le hubiera contado que tenía una hija.
— Puede que eso fuera porque nunca la echó de menos —contestó Pedro devolviéndole el golpe—. La hija que tiene y a la que adora le compensó con creces su ausencia.
—¿Tengo una... hermana? —preguntó atónita.
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