martes, 20 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 23




Paula se miró en el espejo del baño. Una desconocida despeinada y con los ojos enrojecidos la miró desde el otro lado. Tenía la cadena enmarañada con el pelo y le faltaba un pendiente. El pintalabios había desaparecido y se le había corrido la máscara de ojos. Pedro tenía razón: era un anuncio andante de pasión y dolor.


Consiguió arreglar los mayores desperfectos, aunque, si alguien se fijara, se daría cuenta de que había estado llorando. Como era imposible volverse a hacer el recogido, decidió dejarse el pelo suelto.


Pedro la estaba esperando y, desde luego, nadie diría que hacía unos minutos estaba desnudo. Estaba impecablemente vestido, como si se hubiera pasado toda la noche leyendo en la biblioteca.


—¿Lista?


—No. Me falta un pendiente.


— Ya lo buscaré yo más tarde. Con el pelo así, no se nota. Vamos.


Una vez en el jardín, tomaron el camino del río para que su historia resultara creíble.


— Sonríe, por Dios. Parece que, en vez de un pendiente, hubieras perdido a tu mejor amiga.


— Así es —contestó ella—. Gracias a ti, me he enterado de que mi madre no era quien decía ser.


— Intenté ahorrártelo, pero insististe.


—No me apetece un sermón de «Ya te lo dije».


— Claro. Supongo que, sí yo estuviera en tu lugar, a mí tampoco me apetecería. ¿Sirve de algo si te digo que no he disfrutado lo más mínimo contándotelo y que desearía haberte podido contar algo mejor?


—No mucho. Eso no cambia nada.




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