miércoles, 31 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 53




La situación se estaba calentando rápidamente. 


Los análisis de ADN indicaban que el esperma que había sido encontrado en el cuerpo de Karen Tucker pertenecía a Javier Castle. Al igual que con las tres primeras víctimas atribuidas a Freddy, el cuerpo del último cadáver, a pesar de haber sido perfectamente lavado, estaba contaminado de pelos, fluidos corporales y diminutas manchas de sangre que procedían al menos de una docena de individuos diferentes.


Por último, Pedro había descubierto que Penny Washington había efectuado una rápida llamada al domicilio de los Chaves a la misma hora en que Paula había recibido la llamada anónima que, en un principio, tomó por una broma pesada. Y, de repente, era como si a Penny se la hubiera tragado la tierra. Aquel día no se había presentado a trabajar y no se encontraba en casa. Y su hijo tampoco.


En aquel momento Pedro se dirigía a casa de Matilda para recoger a Paula y marchar juntos a Monticello. Lo de encontrarse allí había sido idea de Paula. Matilda le había ofrecido su garaje para que pudiera dejar aparcado allí su coche durante la noche. Probablemente Mariano telefonearía a Janice. Pero afortunadamente no conocía a Matilda, de modo que a ella no la llamaría.


Pese a la tensión de la situación, no podía quitarse a Paula de la cabeza. No podía dejar de pensar que iba a pasar las próximas horas con ella, los dos solos... Era distinta de la atractiva y seductora jovencita de antaño. Era menos impetuosa. Más madura. Y tan sexy como entonces. Pero, por el momento, tendría que controlar su libido y restringir su relación a una simple amistad. Hasta ahora, cada segundo que habían pasado juntos lo habían empleado en hablar de los asesinatos y de la posible implicación de Mariano en los mismos. 

Pedro pensaba cambiar eso. La haría hablar de sí misma, de su interés por la enseñanza o por sus estudios, de lo que había sido su vida antes de que se viera atrapada por aquella pesadilla. Paula lo necesitaba, y él también.


Pedro aparcó frente a la casa de Matilda, situada en un antiguo y bien cuidado barrio residencial. Paula y ella estaban sentadas en el columpio del porche. Nada más verlo se levantó, se despidió de su amiga con un rápido abrazo y bajó los escalones. El viento hizo ondear su melena de seda. Su manera de andar era exquisitamente femenina, con el contoneo de caderas adecuado para inflamar la imaginación de cualquier hombre. Sus senos, firmes y perfectos, se delineaban a través de la fina tela de la camisa.


Se recriminó mentalmente: otra vez le estaba sucediendo lo mismo. Guardar las distancias con Paula iba a ser la segunda cosa más difícil que había tenido que hacer en su vida. Porque la primera había sido apartarse de ella nueve años atrás. Y había errores que una persona jamás podía olvidar.



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