sábado, 27 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 43




Paula permaneció frente a la puerta abierta, escuchando el sonido de la camioneta de Augusto mientras se alejaba. Tenía en la boca el acre gusto del miedo.


Se había quedado en casa mientras el cerrajero abría la puerta, deseosa de estar sola cuando entrara en el apartamento situado encima del garaje. Su mente racional le decía que no esperaba encontrar nada fuera de lo normal, pero las sospechas de Pedro habían obrado su efecto. Finalmente reunió el coraje necesario para moverse. Empujó la puerta y entró. La habitación olía a Mariano, a la colonia cara que siempre llevaba. E incluso en medio de aquella penumbra, fue consciente del orden impecable que reinaba en aquel espacio. Palpó la pared hasta encontrar el interruptor de la luz. Cuando se encendió la potente lámpara del techo, su temor se mitigó un tanto. Por lo menos hasta que descubrió las fotos que cubrían la pared entera de detrás del escritorio.


Eran imágenes a color, como si hubieran sido arrancadas de revistas pornográficas. Solo que no estaban arrancadas, sino cortadas cuidadosamente. Durante un buen rato contempló estupefacta aquel continuo surtido de hombres y mujeres escenificando extraños actos sexuales de sadomasoquismo. Cuando se recuperó del aturdimiento inicial, se dedicó a examinarlas una a una. Resultaba evidente que en todas ellas dominaban los hombres. Todas las mujeres eran jóvenes y atractivas. Estaban completamente desnudas, o ataviadas con una ropa interior que dejaba al descubierto sus zonas genitales. Sus rostros estaban desencajados de dolor.


Daba náuseas pensar que aquellas mujeres habían posado para el fotógrafo en semejantes condiciones de sufrimiento. Y que su marido había sido ese repugnante y abominable fotógrafo. Tanto se le revolvió el estómago que tuvo que correr al cuarto de baño para vomitar. 


Después de refrescarse la cara con agua fría, volvió para continuar examinando las fotos, decidida esa vez a pensar con claridad, con coherencia. De alguna forma, aquellas imágenes daban mucha mayor credibilidad a las sospechas de Pedro. Aunque, por muy morbosas que fuesen, eso no significaba que su marido fuera un asesino. Si había gente que publicaba revistas de ese tipo, tenía que existir un mercado para ellas. Mariano no podía ser el único hombre del país que disfrutara con aquel escabroso producto de una mente trastornada.


Atravesó la habitación para entrar en el espacio que había convertido en cuarto de revelado. 


Todo estaba perfectamente colocado, pero al menos no había fotografías de escenas de sadismo. Cerró la puerta y se acercó a su escritorio, sentándose en el cómodo sillón de cuero. El cajón superior de la izquierda estaba cerrado con llave; en vano intentó forzarlo con un abridor de cartas. Luego, se dedicó a revisar los demás cajones, llenos de los típicos objetos de papelería, dispuestos en bandejas: pegamento, tijeras, bolígrafos, clips.


El último cajón de la derecha contenía un fajo de revistas todavía guardadas en sus sobres de papel estraza, remitidas a nombres diferentes pero al mismo apartado postal. Tenía sentido. 


Mariano nunca se habría expuesto a que todo ese material le fuera enviado a su domicilio y a su nombre. De puertas para afuera, seguía siendo un hombre respetable, un reputado cirujano.


Un verdadero abismo separaba la imagen exterior que proyectaba Mariano de las ansias que debían de corroer su alma y a las que daba rienda suelta allí, protegido de toda intromisión. 


Abrió el último cajón. Al lado de una carpeta de plástico azul, había recortes de prensa sobre los crímenes del asesino múltiple. Era extraño. 


Mariano no había demostrado el menor interés por ellos cuando Paula se lo mencionó el otro día, durante el desayuno. Y aun así había recortado las noticias y las había guardado.


Después de examinarlas, sacó la carpeta azul. 


Contenía un fajo de pequeñas fotografías en blanco y negro. En todas ellas aparecían mujeres jóvenes, morenas y atractivas, de entre veinte y treinta años. Estaban medio desnudas, la mayor parte posando en provocativas poses. 


Nuevas preguntas bombardearon la mente de Paula.


¿Habría tomado las fotografías el propio Mariano? Y si había sido así... ¿cuándo? ¿Antes de que ella lo conociera? ¿Durante su noviazgo o después de su boda, en alguna de las noches en que abandonaba la casa presuntamente obligado por alguna emergencia? ¿Y quiénes serían esas mujeres?


Enterró la cabeza en las manos, confundida, dolida, asqueada consigo misma. Se sentía contaminada, sucia, como si de alguna manera formara parte de todo aquello y fuera asimismo responsable de la muerte de Karen. Volvió a guardar las fotografías, colocándolas exactamente en el mismo lugar en el que las había encontrado, y descolgó el teléfono para llamar a Pedro. Él era la única persona con quien podía, y quería, hablar de todo aquello. 


Acababa de marcar el prefijo de su móvil cuando sintió una corriente de aire frío entrando en la habitación. Al alzar la mirada, vio a Mariano en el umbral de la puerta abierta.


Se ponía enferma de solo mirarlo. Se sentía sucia, violada, absolutamente vacía. Volvió a colgar el teléfono.


—Bienvenido a casa, Mariano.


—Así que finalmente has visitado mi pequeño estudio-taller.


—No recuerdo que me hubieras invitado antes. Y tampoco sabía que habías cambiado la cerradura.


—Estoy seguro de que te lo dije. La otra estaba oxidada.


—No. Si me lo hubieras dicho, lo habría recordado.


—Entonces supongo que habrás encontrado la llave que dejé en el cuarto de lavado.


No lo contradijo. Si realmente había una llave allí, seguro que acababa de dejarla nada más llegar… sabiendo, por la luz encendida, que ella había entrado en el apartamento.


Mariano se quitó la cazadora y la dejó sobre el respaldo de una silla sin molestarse en colgarla bien. Un claro indicio de su nerviosismo.


—Mal momento has elegido para tu primera visita. Debes de haberte quedado muy sorprendida por las fotografías que están colgadas en esa pared.


—Sorprendida… y asqueada.


—No me extraña. A mí me pasó lo mismo la primera vez que las vi.


—Pero ya te has acostumbrado a ellas, ¿no?


—Son para un artículo que está escribiendo Javier Castle. Lo va a titular «Las Sodoma y Gomorra del siglo XXI».


—Un título muy adecuado.


—Su objetivo es advertir en contra de tales perversidades, no recomendarlas —repuso con una sonrisa, como divertido por su propio comentario.


Paula no pudo menos que maravillarse de su descaro.


—¿Por qué tienes tú las fotos sí es Javier quien está haciendo esa investigación?


—Quiere que se las escanee para hacer transparencias con ellas. Presentará el artículo el mes que viene en un congreso de Chicago, durante una sesión sobre comportamientos sexuales desviados.


—Ya. Así que tú las has colgado allí para disfrutar de ellas… mientras hacías tu buena obra con Javier.


—Paula, me conoces demasiado bien para decir eso. Quiere que le haga un breve análisis de cada foto. Aunque, francamente, a mí me parecen todas igual de asquerosas.


Atravesó la habitación y se colocó detrás de ella, apoyando las manos sobre sus hombros. Con los pulgares, comenzó a acariciarle lentamente el cuello.


Paula tragó saliva, luchando con la náusea que amenazaba con enviarla de vuelta al cuarto de baño. No podía soportar su contacto, ni escuchar sus absurdas explicaciones.


—¿Tienes hambre? —le preguntó, levantándose bruscamente y apartándose de él.


—Sigues enfadada, ¿verdad? —empezó a despegar las fotos de la pared—. Nunca las habría dejado aquí de haber sabido que ibas a venir.


Paula pensó que esa era seguramente la frase más sincera que había pronunciado en mucho tiempo.


—No te preocupes por las fotos, Mariano. Este es tu territorio. Me mantendré alejada de aquí hasta que hayas terminado con el proyecto de Javier.


—Absurdo —se volvió para mirarla—. Quiero que te sientas cómoda en este espacio cuando quieras, en todo momento. Compartir cada aspecto de nuestras vidas es lo que hace de nuestra relación algo tan maravilloso. ¿Hay algo más que te interesa… o te preocupa de aquí?


—No. Ahora mismo acababa de entrar —mintió—. Las fotos bastaron para llamar mi atención.


Mariano se inclinó para recoger del suelo una brizna de césped, que debía de habérsele caído de los zapatos, y la tiró a la papelera.


—Tengo un poco de hambre. Comí un sándwich en la cafetería del hospital, pero hace horas. Antes, cuando entré en la cocina, me pareció que olía a esos espaguetis con pollo que sabes hacer tan bien...


La tomó del brazo para sacarla del apartamento. Cerró la puerta a su espalda con gesto decidido, tajante: como empeñado en evitar a toda costa que volviera a trasponerla. Pero Paula, por su parte, estaba decidida a descubrir toda la verdad acerca de Mariano.


Cuatro mujeres habían muerto. Si su marido había sido el responsable, haría todo cuanto estuviese en su poder para asegurarse de que no se produjera ninguna muerte más. Y eso significa que no podía huir, tal y como le había aconsejado Pedro.


Dormir con su enemigo tendría que formar parte de su vida. O de su muerte




1 comentario:

  1. Wowwwwwwwwwww, qué hdp ese Mariano. Me da un poco de miedo esta historia pero me tiene muy atrapada.

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