sábado, 27 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 39



La primera impresión que se llevó Pedro de Darlene Andrews cuando la conoció tres semanas atrás, fue que era demasiado joven y demasiado ingenua para dedicarse a estudiar la mente criminal de Freddie. Pero bastaron unas pocas horas de conversación, mientras compartían la información sobre los crímenes, para convencerlo de que aquella mujer sabía trabajar.


Y lo que les dijo aquel día no hizo sino confirmarlo. Empezó relatando los detalles básicos de los asesinatos, incluido el modus operandi del autor. Luego, pasó a la parte que Corky y Pedro habían estado esperando: el perfil psicológico del hombre que buscaban.


—Esto es lo que tengo —les dijo, ordenando sus notas sobre la mesa—, todo ello fundamentado en un cierto número de indicios, algunos más claros que otros. Creo que estamos buscando a un varón caucasiano, de entre treinta y cinco y cuarenta años. Es atractivo, un seductor. Alguien que puede encandilar a una mujer determinada y convencerla de que vaya con él a un lugar apartado, aislado, donde le inyecta la droga. No tiene por qué ser particularmente fuerte, ya que no utiliza la fuerza física.


—Pero sí para transportar sus cuerpos después de matarlas —apuntó Corky.


—Buena observación. También sabemos que es un maniático de la limpieza. Eso podría indicar que procede de un hogar donde sus padres, sobre todo su madre, tenían un carácter obsesivo. O tal vez justamente lo opuesto. Puede que proceda de una familia desestructurada, problemática, y que de niño sintiera vergüenza de que la conocieran sus amigos.


—¿Crees que es probable que ahora tenga amigos?


—Dudo que esté estrechamente relacionado con nadie, aunque aparente lo contrario. Es un tipo colérico, especialmente con las mujeres, lo que explica el detalle de la tortura. Puede que eso se deba a que se sintió traicionado por una mujer o a que fue maltratado por su madre. Probablemente nunca se ha casado. Es una persona muy inteligente. Y muy controlada.


—¿Podría ser un médico? —le preguntó Corky.


—Sí, un cirujano por ejemplo. Sus incisiones son muy precisas. Y lo sabe todo sobre el ADN, ya que lo usa para contaminar y confundir la investigación.


—Has dicho que es una persona muy controlada —le recordó Pedro—, pero que en ciertos momentos pierde el control. ¿Cuál es el factor que desencadena su rabia?


—Yo diría que pierde los estribos ante personas o situaciones que frustran o defraudan sus planes. Pero se recupera rápidamente, al menos en apariencia.


—¿Crees que los asesinatos están conectados con esos estallidos de rabia? —quiso saber el comisario—. ¿Y que simplemente estalla y mata a alguien antes de que pueda recuperar el control?


—No. Los asesinatos están demasiado bien planeados —en esa ocasión, fue Pedro quien respondió por ella—. Todos excepto el último —se volvió hacia Darlene—. ¿Cómo te parece que encaja el asesinato de Karen con todos los demás?


—Si el hombre que la mató es el mismo que el asesino de las otras tres víctimas, existen dos posibilidades. O algo alteró de manera singularmente intensa su estado mental y emocional, de manera que no pudo evitarlo, o algún factor externo, al margen de su impulso habitual, desencadenó ese asesinato.


—Me inclino por lo último —pronunció Pedro—. ¿Qué puede haber llevado a un hombre inteligente, culto y cualificado a convertirse en un asesino en serie?


—Algo debió de sucederle para disparar su resentimiento. Quizá al fin estalló la rabia que había acumulado con los años. O tal vez llegó a la cumbre del éxito y no le pareció suficiente, como si quisiera buscar un nuevo desafío. En cualquier caso, con cada uno de sus asesinatos ha ido mejorando su modus operandi, perfeccionándolo cada vez más.


—¿Cómo explicas esas obscenas poses en que coloca a sus víctimas después de matarlas? —inquirió Corky.


—Yo diría que las deshumaniza. Y que las dispone así para llevarse una imagen satisfactoria de ellas. Como los fetiches que suelen llevarse la mayor parte de los asesinos en serie.


—O quizá les saca fotos y las guarda —señaló Pedro—, para su colección personal de imágenes pomo.


—Si hablas en serio, entonces deberíamos revisar todas las casas de revelado de la ciudad —sugirió Bailey.


—Eso sería una pérdida de tiempo. Es demasiado inteligente para eso. Usaría una Polaroid.


—O las revelaría él mismo —añadió Pedro, estremecido por una sospecha.


—Exacto —repuso Darlene mientras rebuscaba algo entre sus notas—. La criminología es útil, pero no es una ciencia exacta.


—Has hecho un gran trabajo —la felicitó el comisario.


—Hago lo que puedo.


Pedro ya no los escuchaba. Sus pensamientos habían tomado su propio rumbo. Maldijo para sus adentros. ¿Qué posibilidades había de que la mujer que le había robado el corazón estuviera casada con el desalmado asesino cuya captura tanto lo obsesionaba?


—¿Qué dices tú, Pedro?


Alzó la vista. Todo el mundo lo estaba mirando, esperando a que respondiera.


—Lo siento. Me he distraído.


—Darlene duda seriamente de que nuestro asesino múltiple esté relacionado sentimentalmente con Karen Tucker. ¿Qué opinas tú?


—Yo no lo descartaría.


—¿En qué te basas? ¿En evidencias o en una intuición?


—En las dos cosas. Todavía no sabemos cómo elige a sus víctimas. Puede que tuviera algún tipo de aventura con cada una de ellas, o que al menos experimentara cierta atracción.


—No tengo ninguna objeción a eso —declaró Darlene—. Además, nunca subestimo la intuición de un buen policía.


—Si ese hombre estuviera casado... —apuntó Pedro, incapaz de desterrar de su mente la estremecedora posibilidad que tanto lo torturaba— ¿qué tipo de síntomas o indicios podría advertir su esposa?


—Manía por el orden. Por el control.


—¿Y súbitos ataques de rabia?


—Eso sobre todo.


Pedro permaneció en su silla, pero, para él, aquella reunión había terminado. La ansiedad bullía en su interior mientras las imágenes de los asesinatos cometidos por Freddy desfilaban por su cerebro. Rostros y cadáveres se iban sucediendo, hasta que solamente quedaron unos ojos, mirándolo. Los mismos ojos que lo habían acosado en cientos de noches de insomnio. Los de Paula.


—¿Te encuentras bien, socio? —le preguntó Corky.


—Sí. ¿Por qué?


—Porque no lo pareces.


—Estoy perfectamente. Pero tengo que ocuparme de algo que no puede esperar —y se levantó de la mesa para salir del despacho, sin añadir palabra. No pasó antes por su oficina, sino que se dirigió directamente al coche. Esa vez, una llamada telefónica no serviría de nada.


El hombre al que Paula había jurado amar para siempre podía ser un asesino múltiple. 


Pedro tenía que convencerla de que saliera de aquella casa. Rápido. Antes de que se convirtiera en su próxima víctima.




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