lunes, 22 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 24




El padre de Paula había hecho levantar el apartamento del garaje como regalo de cumpleaños, cuando cumplió doce. Lo había construido con una entrada separada, a la que se accedía por una escalera exterior, de hierro forjado, en forma de caracol. Constaba de una gran habitación con una pequeña cocina al fondo, un dormitorio y un cuarto de baño.


Desde el principio le había encantado. Allí había hecho galletas de chocolate con sus amigas y se había divertido con ellas, riendo y poniendo la música todo lo alta que habían querido. Había sido el lugar ideal para las vacaciones de verano. El refugio idóneo de las confidencias de los primeros besos y de los primeros amoríos de colegio.


Más tarde se convirtió en un buen lugar para pasar las noches de los viernes con sus compañeras de instituto, atreviéndose por primera vez con el alcohol. Esto último no había sido fácil, debido a la constante vigilancia de su padre o de sus tíos Gloria y Juan. Pero, como todos los adolescentes, Paula y sus amigas habían desplegado la creatividad necesaria para eludirla.


Una vez que comenzó sus estudios universitarios, el apartamento se había quedado vacío… hasta la noche en que Pedro la acompañó hasta allí y… Su mano se tensó sobre la barandilla de la escalera exterior. 


Maldijo en silencio a Pedro. Maldijo los recuerdos que nunca habían llegado a desaparecer del todo. Ni siquiera cuando, al casarse con Mariano, se esforzó por concentrarse en el presente. Y en el futuro que tenían por delante.


Ahora, en cambio, tenía la sensación de que casarse con Mariano había sido el peor error de todos. Habían intercambiado votos y hecho solemnes promesas de fidelidad y de confianza. Confianza. Aquella palabra parecía burlarse de ella mientras terminaba de subir la escalera de caracol que llevaba al apartamento. Allí estaba, moviéndose sigilosamente, como un ladrón en la oscuridad, temerosa de lo que pudiera descubrir...


Le temblaban los dedos cuando giró la llave en la cerradura. La puerta no se abrió. Sacó la llave y la miró, asegurándose de que no se había equivocado. Era esa. No había la menor duda. 


Lo intentó de nuevo, en vano. Mariano había cambiado la cerradura sin decirle una sola palabra.


Volvió a casa. Probablemente después se pondría furiosa, pero en aquel momento lo único que experimentaba era un abrumador sentimiento de traición. Durante todo aquel tiempo se había estado esforzando por hacer que su matrimonio funcionara, por comprender las necesidades de su marido y por recuperar algo de la pasión que en un principio había ardido entre ellos. Y, mientras tanto, Mariano se había aislado literalmente de ella.


Se había aislado, encerrado. Se había rodeado de mentiras y engaños. Su matrimonio, o lo poco que quedaba del mismo, se le estaba escapando de las manos.



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