lunes, 15 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 2




Diez meses después.


Paula hojeó los titulares del Shreveport Times mientras se tomaba su segunda taza de café. El nuevo alcalde se enfrenta con los primeros obstáculos serios. Ninguna pista sobre el caso del asesino en serie.


—Parece que la policía ha llegado a un callejón sin salida con ese caso —le comentó a Mariano, que acababa de entrar en la cocina.


—Tres mujeres asesinadas en un lapso de ocho meses —repuso, ajustándose el nudo de la corbata—. Y la policía no tiene la menor pista. Eso dice muchas cosas ¿no te parece?


—A mí solo me dice que ese tipo todavía anda suelto.


—Ya. Y que es más listo que la policía.


—No creo que sea listo. Debe de ser un loco, un trastornado. La verdad es que todo esto resulta bastante aterrador. Podría ser cualquiera. Y podría estar en cualquier parte.


—Yo no me preocuparía. Por lo que sabemos, esas mujeres tal vez incluso se lo merecían.


—¿Cómo puedes decir algo así? Nadie se merece que lo asesinen.


—Tienes razón. Probablemente eran unas santas —replicó, irónico—. Y simplemente se equivocaron con los clientes que enganchaban a la salida de algún bar de mala reputación —se inclinó para darle un beso en el cuello.


Le gustaba el aspecto de Mariano por las mañanas: limpio, derrochando seguridad y confianza en sí mismo. Con su pelo rubio corto, cuidadosamente peinado. Tenía el mismo aspecto del hombre de quien se había enamorado. Solo que las apariencias engañaban.


—Será mejor que te lleves un impermeable cuando salgas —le dijo, deteniéndose para servirse una taza de café, solo y bien cargado—. En las noticias han dicho que se acerca un frente de lluvias. Y que estará aquí hacia media mañana.


—Hoy no tengo que salir a ningún sitio.


—¿No era hoy cuando ibas a trabajar de voluntaria en el centro de Red River?


—Mañana. Hoy pensé que podría hacer esa sopa de marisco que tanto te gusta para la cena de esta noche.


—Oh, no te tomes la molestia, cariño. Ya cenaré algo en el hospital. Me pasaré la mayor parte del día en el quirófano, y además tengo varios pacientes en la Unidad de Cuidados Intensivos. Como muy pronto, estaré de vuelta a eso de las diez —esbozó una sonrisa condescendiente, como si le hubiera leído el pensamiento—.Ya sabes que preferiría quedarme aquí, contigo. Pero también sabes que estás casada con un cirujano del corazón...


—Ya —repuso. Aunque no había sido así cuando lo conoció. Ni siquiera durante sus dos primeros meses de casados—. Quizá llame a Janice, por si quiere comer conmigo.


—Yo creía que se había ido otra vez de vacaciones.


—Fue a Dallas para comprar algo para su boutique. Pero si, tienes razón. Probablemente no haya vuelto todavía.


—De todas formas, no creo que te convenga mucho su compañía, ahora que ya eres una mujer casada. Es una poco... alocada.


—Solo estaba hablando de salir a comer…


—Cierto, pero tengo la sensación de que a Janice le gustaría causarnos problemas. Creo que está celosa de que tú y yo nos tengamos el uno al otro, mientras que ella sigue sola, como siempre.


Paula se abstuvo de decirle que rara vez Janice estaba sola. Además, si alguien estaba celoso, era ella, y no su prima. Janice disfrutaba llevando su negocio. Era Paula la que no encontraba un cauce adecuado a sus energías. Vaciló, nada deseosa de entablar una discusión aquella mañana. Pero, al final, decidió arriesgarse.


—Estoy pensando en matricularme en la universidad para el próximo semestre —lo informó mientras se levantaba para dejar su plato en el fregadero. No era la primera ocasión que sacaba el tema, y siempre que lo había hecho, Mariano se había molestado. La expresión de su rostro le indicó que esa vez no iba a ser distinto. Al oír que rezongaba algo, añadió—: Bueno, tú ya sabías que yo quería licenciarme de profesora cuando me pediste que me casara contigo, y que tenía intención de enseñar a niños autistas. El hecho de que estuviera estudiando no parecía molestarte tanto en aquel entonces.


—Pero dejaste los estudios cuando nos comprometimos.


—Sí, para tener tiempo suficiente para preparar la boda, irnos de luna de miel y acostumbrarme a mi nueva vida. No pretendía interrumpirlos para siempre.


Mariano la fulminó con la mirada, por encima del borde de su taza de café.


—¿Es esto un castigo por quedarme a trabajar hasta tan tarde?


—No —detestaba la manera que tenía siempre de enfocarlo todo en él, en su persona. Además, por mucho que se esforzaba, no lograba comprender su renuencia a que continuara sus estudios, sobre todo cuando tenía tan poco tiempo para dedicárselo a ella—. Llevamos diez meses casados. Ya es hora de que piense un poco en mi vida.


—¿Tan rápido te ha cansado ya de nuestra vida, corazón? —le preguntó, arqueando las cejas.


—Por supuesto que no. Pero yo necesito más cosas.


—Esas son justamente las palabras que todo hombre gusta de oír minutos antes de salir de casa para pasarse todo el día en el quirófano, operando del corazón a un paciente especialmente delicado.


—Precisamente se trata de eso, Mariano. Tú eres cirujano, y muy bueno. Tu trabajo de todos los días salva vidas. Mientras que yo solamente quiero sentirme también algo útil.


Dejando la taza sobre el mostrador, Mariano le tomó las manos.


—Lo entiendo, Paula. Trabajo demasiado y no siempre te presto la suficiente atención, pero te amo más que a mi vida. Te necesito. Te necesito mucho. El hecho de volver a casa todas las noches y verte aquí me libera de todo el estrés que acumulo durante el día.


—Eso no cambiará, Mariano. Por las noches seguirás viéndome aquí.


—Pero no sería lo mismo. Porque tú también estarías estresada —se pasó una mano por el pelo, teniendo buen cuidado de no despeinarse—. Y cuando yo consiguiera unos cuantos días para que pudiéramos hacer algún viaje juntos, tú estarías ocupada con tus estudios.


—Desde nuestra luna de miel, no hemos hecho ningún viaje.


—Pero lo haremos. Además, no hay razón alguna para que tengas que licenciarte de maestra, o para que te pases el día entero cuidando a los niños de otra gente. Pronto empezaremos a pensar en fundar una familia, ¿no?


Niños. Tener hijos con Mariano. Sintió una punzada de pánico ante aquel pensamiento. 


Maldijo para sus adentros. ¿Qué le estaba pasando? Una de las razones por las que había aceptado la petición de matrimonio de Mariano era porque su reloj biológico se estaba acelerando. Tenía veintiocho años. Y él era ocho años mayor que ella.


Intentó apartarse, pero él la agarró de un brazo y, atrayéndola hacia sí, la besó en los labios.


—¿Por qué no sales a pasear hoy con Rodrigo? Eso siempre te levanta el ánimo.


—Hablando de Rodrigo, me gustaría traérmelo a casa este fin de semana.


—¿Otra vez?


—Hace más de un mes desde la última vez que pasó una noche aquí.


—Lo sé, y yo echo de menos sus visitas tanto como tú, pero había pensado en reservarnos este fin de semana para los dos. Tú y yo... solos —la besó de nuevo—. He tenido una semana muy difícil. Lo entiendes, ¿verdad?



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