lunes, 15 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 1




A Gloria Dalton le temblaba la voz cuando abrazó cariñosamente a Paula.


—Es un banquete de bodas estupendo. Y tú la novia más bella del mundo.


—Gracias, tía Gloria.


—Casi puedo ver al pobre Gerardo, correteando como un gallito y proclamando a todo el mundo, orgulloso, que tú eres su hija... Mariano es un hombre magnífico. Un triunfador. Y además tierno, amable y considerado. Eso, en estos días, es una rareza.


—Estoy de acuerdo —convino Janice Dalton, reuniéndose con su madre y con Paula—. El último soltero rico y encantador que quedaba en Shreveport, y tú te lo has llevado. Mala suerte la mía...


Paula la tomó del brazo, riendo.


—Ya, como si tú hubieras estado dispuesta a sentar la cabeza por un hombre...


—Hey, siempre cabe la posibilidad.


—Espero vivir lo suficiente para verlo —terció Gloria.


—Acabas de hablar como una madre —repuso Janice, sonriente. Pero la sonrisa se borró de su rostro tan pronto como se retiró Gloria—. ¿Qué te pasa? —le preguntó a su prima, mirándola preocupada.


—Bueno, acabo de casarme, ¿no?


—Por eso mismo. ¿Se puede saber dónde está esa expresión de felicidad que caracteriza a toda recién casada?


Allí estaba Paula, en medio del elegante club universitario, con una media sonrisa cosida a la boca y deseando que Janice no la conociera tan bien. Habían crecido juntas y, además de primas, eran las mejores amigas del mundo. Y ello a pesar de lo muy distintas que eran.


—¿Por qué no habría de estar feliz?


—No sé. Puede que te preocupe que acabas de comprometerte solemnemente a dormir con un mismo hombre durante el resto de tu vida. Yo que tú estaría aterrada.


—Bueno, me he comprometido a compartir mi vida con un hombre que me ama, ¿no?


—Eso mismo es lo que acabo de decir yo. Aunque debo admitir que, puestos a atarse de esa manera, el impresionante y distinguido doctor Mariano Chaves es el mejor candidato.


—Me alegro de que lo apruebes.


—Lo apruebo. Además, no le queda ningún familiar vivo… lo que quiere decir que no tendrás que soportar suegros ni cuñados. ¿Te das cuenta de la suerte que tienes?


—Estoy segura de que si los padres de Mariano estuvieran vivos, serían unos suegros encantadores.


—Vuelvo a mi pregunta original. ¿Qué es lo que pasa?


—Nunca te das por vencida, ¿verdad?


—Solo si tengo algo que ganar con ello.


Paula suspiró y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la estaba oyendo.


—Ya sé que suena ridículo, pero tengo la extraña sensación de que algo malo va a suceder. Todo me parece demasiado bonito, demasiado maravilloso para que pueda ser verdad.


—Paula, eso son tonterías —le puso una mano en el hombro—. Lo que tienes que hacer es concentrarte en tu luna de miel y hartarte de hacer el amor con tu marido en alguna preciosa isla griega.


Paula se disponía a replicar algo mientras recorría la sala con la mirada, con la esperanza de ver a Mariano. Le habría gustado que hubiera estado en aquel momento, a su lado, reconfortándola con su sonrisa. Pero sus reflexiones se vieron interrumpidas por un estrépito de copas rotas, seguido de una exclamación. Era la voz de su hermano.


—Oh-oh. Oh-oh. Oh-oh —estaba repitiendo Rodrigo, una y otra vez.


La música seguía sonando, pero las parejas habían dejado de bailar para contemplar la escena. Recogiéndose el vestido de satén, Paula se dirigió apresurada hacia su hermano autista.


—Por favor, sigan bailando. Y no lo toquen —les dijo con el tono más tranquilo que fue capaz de adoptar.


La multitud se abrió para dejarla pasar. El piso más alto de la enorme tarta de bodas se había caído sobre la mesa, derribando de paso las copas de brindis, cuyos pedazos estaban dispersos por el suelo. Al parecer, Rodrigo debía de haber tropezado con la mesa, o quizá, fascinado por la tarta, había querido tocar el piso más alto. A sus veintiún años, era bajo y muy flaco; casi parecía más un desgarbado adolescente que un hombre. Sus habilidades sociales eran prácticamente inexistentes y, en las situaciones tensas o incómodas, su comportamiento resultaba imprevisible. En aquel instante se estaba balanceando hacia delante y hacia atrás, con gesto ausente, ensimismado.


Alguien le pisó la cola del vestido. Paula se volvió para desengancharla, pero cuando terminó de hacerlo, Mariano ya había llegado junto a Rodrigo. Al principio suspiró aliviada, imaginándose que se haría perfectamente cargo de la situación. Pero al instante se le heló la sangre en las venas al escuchar su voz estridente, furiosa.


—Mira lo que has hecho con la tarta de bodas, Rodrigo —agarrándolo del pescuezo, le acercó la cara a la masa de nata y helado que manchaba el mantel de lino rosa.


Rodrigo manoteó, impotente, mientras intentaba librarse de Mariano. Abriéndose paso entre los presentes, Paula estalló de manera automática. 


Eso era algo que no podía soportar.


—¡Suelta a mi hermano! —le ordenó con voz temblorosa, pero firme—.Yo me encargo de esto.


Mariano la miró. Sus ojos oscuros tenían un insólito brillo de furia. Por un segundo, Paula temió incluso que fuera a golpearla a ella. Fue como si algo extraño e incomprensible la desgarrara por dentro.


—Tranquilicémonos. Solo ha sido un pequeño accidente. No pasa nada —intervino su tío Juan, tranquilizador.


La sala estaba sumida en un completo silencio, únicamente turbado por el rítmico chirrido de los zapatos de Rodrigo mientras seguía balanceándose hacia atrás y hacia delante, con las manos en los oídos.


Era una situación absurda, como una pesadilla que se hubiera impuesto a la realidad. Luego, con la misma rapidez con que había surgido, aquel mal sueño empezó a diluirse. Mariano fue relajando los músculos de su rostro, y sus labios ensayaron una tentativa sonrisa.


—Tienes razón, Juan. No pasa nada —apoyó una mano sobre el hombro de Rodrigo, con gesto tranquilizador—. Es solo una tarta, Rodrigo. No importa. Lamento haberme enfadado contigo.


Ronnie seguía con las manos en los oídos, pero ya no se balanceaba tanto, como si la tensión se hubiera aflojado. Mariano se acercó entonces a Paula, le tomó las manos entre las suyas y la miró. La ciega furia que antes había oscurecido sus pupilas había desaparecido, pero persistía una frialdad, una dureza extraña. Paula tuvo la sensación de estar mirando a un desconocido a los ojos.


—Lo siento, Paula. Solo quería que este día fuera tan perfecto como mi amor por ti. Supongo que perdí los estribos. ¿Podrás perdonarme?


El ambiente de la sala había cambiado de pronto. Podía percibirse un movimiento de empatía y de comprensión hacia la actitud de Mariano. Todo el mundo parecía dispuesto a perdonar y a olvidar. Y Paula se dijo que ella debería sentir lo mismo. Solo que algo duro y escalofriante parecía ahogarla por dentro.


—Necesito estar un momento a solas con Rodrigo —le susurró, tensa.


—Lo entiendo, querida. Cuando me necesites, llámame.


Y se reunió con los demás, que lo acogieron con los brazos abiertos, comprensivos. Paula pensó que, a pesar de sus palabras, a pesar de que Mariano había declarado que estaba a su disposición, jamás en toda su vida se había sentido tan sola. Se quedó con Rodrigo, hablándole con susurros hasta que logró alejarlo de la tarta estropeada hasta una apartada esquina, donde pudieran estar tranquilos.


Quizá la culpa fuera suya, por haber llevado a Rodrigo al banquete de bodas. Sabía que su hermano solamente se sentía cómodo con una rutina familiar, establecida, repetitiva. Aun así, parecía haberse dado cuenta de que aquella boda, aquel trastorno de su rutina, era algo muy importante para ella. Y Paula había dado por supuesto que él había querido formar parte de la misma.


—Te he estropeado la tarta. Te he estropeado la tarta —estaba balanceándose de nuevo, con la mirada perdida.


Le dolía verlo así. Ansiaba tan desesperadamente poder penetrar aquella opaca neblina que parecía aislarlo del resto del mundo...


—Tú no has estropeado nada, Rodrigo. Así me gusta más la tarta. Con esas rosas de nata desperdigadas por el mantel. Así está más graciosa.


—Rosas graciosas, ¿eh?


—Sí, rosas graciosas.


Le dio un abrazo y él se lo devolvió, incómodo. 


Paula se alegró. Nunca como en aquel momento había necesitado tanto que la abrazaran.


—¿Estáis bien, chicos?


Era su tío, que los miraba con expresión preocupada. Juan era el hermano más joven de su padre, y se parecía tanto a él que, en vida de Gerardo, más de una vez los habían confundido. 


Y sin embargo, eran completamente distintos.


Juan era tranquilo y despreocupado, mientras que el senador Gerardo Dalton había sido un hombre autoritario y a la vez carismático, capaz de cambiar el clima de toda una sala con su simple presencia.


—Sí —respondió.


—¿Mariano pierde la paciencia tan a menudo?


—Nunca lo había visto ponerse así antes.


—Bien —repuso su tío, claramente aliviado—. Entonces no deberíamos preocuparnos. Las bodas suelen poner un poco nerviosos a los novios.


—Y a las novias también.


—Seguro —le rodeó los hombros con un brazo—. Tratar a Rodrigo a veces es difícil, sobre todo para la gente que no lo conoce, o que no está acostumbrada a él. Estoy seguro de que Mariano es un buen hombre. Y, desde luego, te quiere mucho.


—Lo sé.


Sí, lo sabía. Además, ya era la señora de Mariano Chaves. Los votos matrimoniales ya habían sido contraídos. Los papeles habían sido firmados. Ya no quedaba lugar para las dudas.


—Rosas graciosas —dijo una vez más Rodrigo.


—Sí. Rosas graciosas.


Pero entonces, ¿por qué no tenía ninguna gana de reírse?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario