martes, 2 de julio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 41
El grupo de música country que había contratado Paula para ese fin de semana no levantó tantas pasiones como el grupo de Pedro, pero eran buenos. Llevaban tres noches haciéndola bailar detrás de la barra mientras preparaba las copas que Dina le pedía sin descanso.
Paula se imaginó que el hecho de que los músicos fueran cuarentones y panzudos tenía que ver con que hubiera pocas mujeres jóvenes entre el público. Los conciertos eran buenos y entretuvieron a la audiencia que se congregó cada noche. Paula sirvió muchas copas, ganó muchas propinas e hizo felices a los amantes de la música country de Kendall.
Alfonso no demostró rechazo por todo aquello, lo que decía mucho en su favor. Ella había creído que, dada su pasión por el rock and roll, no le gustaría el country. Pero no le importaba escucharlo. Lo que detestaba era bailar en línea.
Paula lo descubrió el domingo por la noche, cuando intentó que lo acompañara a la pista de baile.
—Vamos, dales una alegría a las mujeres de la pista —dijo ella cuando él preguntó en qué podía ayudar.
—No lo dices en serio, ¿verdad? —le preguntó él.
—¿No te gusta la música country?
—Me gusta casi toda la música, excepto la ópera. La música country no está mal —respondió él—. Pero lo de bailar en línea es para los ancianos en los banquetes de boda.
Ella sonrió e hizo una seña hacia las mujeres jóvenes que estaban bailando.
—No todas son unas ancianas. Y llevan toda la noche comiéndote con los ojos. Vamos, alégrales la vista.
Él frunció el ceño.
—Antes me pondría un tanga y bailaría el mambo, que ponerme a bailar en línea.
—De acuerdo, tampoco quiero que les alegres tanto la vista —replicó ella.
Él esbozó una sonrisa traviesa.
Paula se giró hacia un cliente que esperaba que lo atendieran en el otro extremo de la barra y anotó su pedido. Luego dirigió una mirada pícara a Alfonso por encima de su hombro y comenzó a preparar el pedido.
—¿Qué tienes tú con la ropa interior femenina? —le preguntó.
Ella debería haber sabido que no debía provocarle. Alfonso se colocó justo detrás de ella, tan cerca, que las zonas más cálidas y duras de su parte frontal presionaban justo contra la espalda y el trasero de ella. Ella gimió en voz baja y sintió que las mejillas le ardían.
Pero él no se detuvo. En lugar de eso, le rodeó la cintura con un brazo y comenzó a besarle el cuello.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no te las he quitado a mordiscos esta semana porque quiero ponérmelas yo? —murmuró él con un gemido hambriento.
A juzgar por su carcajada, el hombre de la barra, un cliente habitual, oyó el comentario. Echó hacia atrás su sombrero vaquero y golpeó la barra con la palma de la mano.
—¡Vaya, vaya, Paula Chaves, creí que nunca vería llegar este día!
—¿Y qué día es ése, Earl? El día en que alguien ha confundido la mata que llevas debajo de tu gorro con cabello auténtico?
Él resopló, imposible de ofender.
—No. El día en que un hombre te pusiera tan nerviosa, que en vez de whisky con cola me sirvieras ginebra y Sprite.
Paula miró hacia abajo y vio horrorizada que, efectivamente, había preparado ese combinado tan poco apetecible. Cerró los ojos y murmuró:
—Lo siento. A la próxima invita la casa.
Earl se encogió de hombros, siempre con buen humor.
—No te preocupes. Merece la pena por verte mirar a alguien de la misma forma que los chicos te miran normalmente a ti.
Paula se puso nerviosa e intentó cambiar de tema.
—No sé a qué te refieres, Earl. Quizás ya has bebido suficiente por hoy. Será mejor que te controles un poco o no te serviré más copas.
El hombre le guiñó un ojo a Pedro.
—Tiene a todos los jóvenes babeando por ella, pero nunca les da una alegría —dijo y miró a Paula—. Da gusto ver que no tienes el corazón congelado, pequeña.
Paula hizo una mueca y deseó que el suelo la tragara. Acababan de acusarla de no tener corazón delante de su amante. Bueno, podría haber sido peor, podrían haberla tachado de mujerzuela.
—¡Salud! —exclamó Earl levantando la nueva copa que Paula le había preparado y regresando a su mesa.
—Será mejor que te andes con cuidado, Earl —le dijo ella—. O no te dejaré entrar a la fiesta de despedida del local el lunes.
Él se giró y la amenazó con el dedo.
—Ni lo sueñes, pequeña. Vendré a despedir al Chaves’s Pub aunque tenga que tirar la puerta para entrar.
Paula sonrió al hombre, que era un cliente fiel desde que su padre regentaba el bar, y asintió. Luego continuó sirviendo copas.
El resto de la noche pasó volando hasta que el grupo tocó la última canción y luego comenzó a recoger sus instrumentos. Paula se pasó la mano por la frente con gesto cansado mientras observaba salir a los últimos clientes, que se despidieron entre risas. Para ella algunos eran casi de la familia, como Earl. Era otra razón por la cual despedirse de La Tentación iba a ser tan duro.
—¿Estás bien? —le preguntó Alfonso cuando se quedaron a solas en el local, mientras recogían las sillas y barrían el suelo.
—Sí. Ha sido una buena noche.
—¿Has hecho mucha caja?
Ella se encogió de hombros.
—Desde luego, no una fortuna. Pero la sensación ha sido muy buena. ¿Sabes a lo que me refiero?
Él asintió lentamente.
—Sí, creo que sé de qué hablas. Existe una camaradería auténtica, ¿no es eso?
—Exactamente —dijo ella y sintió una opresión en el pecho—. Voy a echar mucho de menos a esta gente.
Él se acercó a ella.
—Ellos también van a echarte de menos.
Pedro la abrazó y le acarició el pelo, luego la espalda y los glúteos. La melancolía de Paula se transformó en otro tipo de tensión, una que sólo él sabía provocarle.
—¿Recuerdas la semana pasada, cuando me contaste algunas cosas que te gustaría hacer antes de cerrar este lugar para siempre?
Ella, medio aletargada, asintió.
—Sí, como bailar encima de la barra —dijo y suspiró soñadora—. Y hacer el amor en el escenario, bajo la luz de los focos. ¿Te he dicho lo mucho que me gustó eso?
—Creo que toda la calle se enteró de lo mucho que te gustó —dijo él con una risita maliciosa.
—Pues me parece que tú también gemiste bastante alto.
—No lo dudo. Pero volvamos a tus fantasías... —dijo él y la besó en la sien, en la mejilla, en la oreja.
Ella suspiró y comenzó a gemir cuando él bajó hasta el lóbulo de su oreja.
—¿Qué te parece si hacemos realidad otra de tus fantasías?
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