sábado, 22 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 9
Había escrito la canción para ella.
Pedro fijó la mirada en los hermosos ojos verdes de ella y deseó en silencio que ella supiera la verdad, pero no dijo nada. «La chica eras tú.
Siempre has sido tú», le dijo con la mirada.
Había escrito esa canción después de ver a Paula una noche en la playa, delante de una hoguera, hacía muchos años. Si él cerraba los ojos, aún podía verla allí, de pie junto al fuego, sola.
Contemplaba las llamas perdida en sus pensamientos, ajena a los ruidosos adolescentes que había a su alrededor, como si una cortina hubiera descendido entre ella y el resto del mundo.
Pedro recordaba perfectamente el brillo de sus ojos y de su piel ante la hoguera. Su pelo parecía haber cobrado vida, como las llamas que se elevaban hacia el cielo cubierto de estrellas. Desde la distancia que él la observaba, advirtió que ella movía los labios, como si estuviera hablando consigo misma.
Él había deseado que le susurrara a él.
Entonces Pedro se había preguntado por qué ella parecía tan triste, tan seria y tan solitaria y se había acercado a ella. Estaba a punto de hablarle cuando alguien la tomó del brazo y ella se reincorporó a la fiesta con una sonrisa en los labios, como siempre.
Y, como siempre, ella ni se había dado cuenta de que él estaba cerca de ella, entre las sombras. Era como si nunca advirtiera su presencia. Desde luego, no había logrado llamar su atención. Era evidente que Paula no tenía ni idea de que ellos dos habían sido compañeros en el instituto nueve años atrás.
No era culpa de ella. Paula nunca lo había rehuido; era él quien no se había atrevido a hacerse notar. Se sentía intimidado, pero no por ella, sino por la intensidad de sus propios sentimientos, que lo abrumaban, sobre todo después de la noche de la hoguera en la playa.
Esa noche, él había descubierto que Paula tenía muchas más facetas y más profundas que la chica guapa y vivaz que todo el mundo conocía.
Esa noche, él se había dado cuenta de que ellos dos tenían algo íntimo en común: su soledad.
Las cosas habían cambiado, afortunadamente.
Porque era evidente que, ahí en el bar, ella sí que se había fijado en él. Había tartamudeado al hablar con él, algo impensable en la chica segura de sí misma que él recordaba. Y además lo había mirado con interés y con deseo.
Si ella se hubiera fijado en él cuando estaban en el instituto, habría visto esa misma mirada en sus ojos durante todo el año que habían estado en la misma clase. La misma mirada que tenía en aquel momento.
Paula se puso a limpiar la barra para evitar esa mirada.
—Tienes mucho talento —comentó ella.
—Gracias. Mi música es mi pasión.
—¿Es tu única pasión?
—No exclusivamente. También están los videojuegos.
Ella enarcó una ceja de forma deliciosa.
—Rock y videojuegos. Así que eres un quinceañero en el cuerpo de un hombre, ¿no?
—Un comentario un poco impertinente, ¿no?
Él no le explicó que no sólo le gustaba jugar a videojuegos: los creaba. Y era muy bueno en su trabajo.
—Lo da el oficio —se disculpó ella, encogiéndose de hombros.
—¿Lo de ir de impertinente?
Ella oyó un pedido y se puso a prepararlo.
—Sí. No puedes tomarte las cosas en serio cuando todas las noches tienes a extraños que te tratan como si fueras su mejor amiga y te cuentan sus problemas. Sería demasiado deprimente, sobre todo para alguien como yo.
Él nunca lo había visto desde esa perspectiva.
Sintió curiosidad.
—¿Alguien como tú?
Paula se encogió de hombros de nuevo, incómoda.
—Quiero decir, alguien que se irrita por cualquier tontería.
Era cierto, Paula Chaves tenía fama de impertinente en el instituto. Una vez les había gritado a los integrantes del equipo de fútbol americano que eran una panda de bebés con egos enormes y penes minúsculos. Y lo había hecho con un megáfono y delante de todo el instituto.
Por aquello, la habían expulsado temporalmente del colegio. Y a la vez, se había ganado la devoción eterna de los novatos, que hasta entonces sufrían los abusos de ese grupo.
—¿Y sigues irritándote con facilidad? —preguntó él.
Paula negó con la cabeza.
—Ya no. Ahora soy razonable y tranquila. Puedo manejar cualquier situación.
Ella intentó resultar convincente, pero era evidente que no se creía mucho sus propias palabras. Pedro se echó a reír sin poder evitarlo.
Paula lo fulminó con la mirada y luego rompió a reír ella también.
—De acuerdo, ya empiezas a conocerme. La respuesta es sí, seguramente me tomo las cosas a un nivel demasiado personal y me meto en problemas de cuando en cuando. Pero llevo manejándome bastante bien yo sola por la vida desde hace mucho tiempo, en contra de lo que cree mi familia. Y pienso seguir sin meterme en líos, a pesar de algunas cosas que realmente me gustaría hacer.
—¿Por ejemplo?
Paula dejó de sonreír y se puso rígida.
—A veces me imagino subiéndome a una de esas excavadoras de ahí fuera y llevando un enorme aseo portátil hasta las escaleras del ayuntamiento. Sería una bienvenida digna para los concejales que han decidido cerrar mi negocio.
Pedro vio la oportunidad de averiguar por qué ella estaba tan tensa.
—¿Así que vas a cerrar el bar?
Ella frunció los labios.
—A finales de mes. Lo demolerán en julio. Hay que hacer sitio al progreso... ¿Cómo hemos podido vivir hasta ahora con sólo dos carriles en la carretera?
—Son imbéciles —dijo él.
Ella asintió y trató de contener las lágrimas.
Pedro sabía ya qué era lo que la preocupaba y entristecía. Intentaba disimularlo con su apariencia de chica dura, como había hecho siempre, pero su dolor bajo esa fachada era evidente.
—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —preguntó él, aunque seguramente no podría hacer nada.
—Llenad el local todo el fin de semana como esta noche y así al menos no cerraremos con pérdidas económicas. Y de paso, tendré algo de dinero para mantenerme mientras decido qué quiero ser de mayor.
—No te imagino mucho tiempo insegura de ti misma, Paula Chaves—murmuró él apasionadamente.
Ella pareció advertir su intensa emoción.
Entrecerró los ojos.
—Crees que me conoces, ¿verdad?
Por supuesto que la conocía. La conocía desde hacía años. La había observado atentamente y con devoción cuando eran adolescentes y él era un empollón en el que ella ni se fijaba. También desde entonces la veía en sus sueños.
—Sí, creo que te conozco.
Pero no tan bien como tenía pensado conocerla.
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