viernes, 21 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 4
A Paula se le había ocurrido el nombre hacía tres años, cuando Luciana y ella se habían quedado con el bar de su madre. Había pasado de ser el Chaves’s Pub a llamarse La Tentación.
—Gracias. Me pareció apropiado.
—No sabía que fuera a ser tan profético —añadió él con voz ronca.
Ella captó al momento lo que él quería decir: él se sentía tan tentado como ella. Paula se estremeció y se le escapó un suspiro. Estaba tan nerviosa, que no podía moverse. Elevó la vista y se perdió en los ojos de él.
Él la miró con igual intensidad. Ninguno de los dos reía ni flirteaba ya. No pronunciaron ninguna palabra, pero se dijeron muchas cosas. En veinte segundos supieron que los dos estaban interesados en el otro y que eran conscientes de ello. Pero había algo más profundo... Ambos supieron que podían seguir jugando o dejarse de rodeos en aquel momento. Su evidente atracción mutua hacía inevitable que sucediera algo entre ellos.
Sólo tenían que decidir un lugar y un momento.
Entonces él entreabrió sus labios, dignos de un dios, y tomó aire profundamente. Entrecerró ligeramente los ojos y Paula se fijó en sus pestañas largas y espesas. Él inhaló con placer y de pronto Paula dedujo lo que él estaba haciendo: estaba oliendo su perfume, saboreándolo. Y seguro que imaginándose cómo olería su piel.
«Qué peligro», pensó ella. Un hombre capaz de apreciar el aroma de una mujer también apreciaría muchas más cosas: sabores, caricias, sensaciones...
A Paula se le aceleró el pulso y el ruido ambiente pareció atenuarse en su cabeza. En algún punto, advirtió que Julia recogía su bolso y se levantaba de su asiento. Y entonces Paula y Alfonso se quedaron a solas en aquella parte de la barra.
Estaban rodeados de mucha gente y a la vez completamente solos.
Paulatuvo una ligera sensación de déjà vu, pero la desechó al instante. Era como si el mundo continuara girando alrededor de ellos dos, pero ella se hubiera detenido para analizar su vida.
¿Quién era ella, hacia dónde se dirigía su vida? ¿Tan diferente era a todos los demás?
Por primera vez al cuestionarse todo eso, sintió que no estaba sola. Aquel extraño estaba a su lado.
Ella no solía sentir tanta conexión con nadie.
—¿Paula? —preguntó él percibiendo la confusión de ella.
Paula sacudió la cabeza para quitarse de encima no sólo la extraña sensación, sino la intensidad del momento. Tenía que recuperar el control de sí misma. Observó que un cliente acababa de sentarse en el otro extremo de la barra y se dirigió hacia él.
—¿Lo de siempre? —le preguntó.
Él asintió.
—Tómate el tiempo que quieras... No tengo prisa —dijo el cliente y sonrió con picardía.
Seguramente había percibido el temblor en la voz de Paula.
A su espalda, Paula escuchó una risa apagada. Era tan envolvente y sensual como el resto de palabras que había pronunciado Alfonso.
Paula se dijo que se merecía esa reacción. Se había retirado del duelo de miradas con él, algo que le había sorprendido incluso a sí misma.
Nunca le había pasado algo así.
Casi nunca se sentía desconcertada ante un hombre. Sabía cómo tratarlos desde los dieciséis años, cuando había empezado a servir mesas en el restaurante familiar. Gastaba bromas a los clientes veteranos, sabía cómo evitar a los que querían propasarse. Incluso había escogido a su primer amante de entre los clientes habituales de los sábados.
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