jueves, 20 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 3



El pecado acababa de entrar en su bar y llevaba una camiseta del grupo de rock Grateful Dead.


Paula olvidó lo que le estaba diciendo a un cliente. 


Se olvidó de todo.


A pocos metros de ella, el hombre que la había puesto a cien ignoraba completamente el efecto que había causado en ella. Era muy alto y tenía una presencia que llamaba la atención de todo el mundo, o al menos, de todas las mujeres. 


Atraía la atención por su altura.


Una tira de cuero sujetaba su pelo negro en una coleta. Era un detalle muy sencillo, pero le daba un toque libertino.


Y a Paula le gustaban los vividores. Nunca había conocido a ninguno de verdad, pero le gustaba leer sobre ellos en las novelas románticas de piratas.


Un pirata, eso parecía él con aquella coleta, el aro plateado en una oreja y el aura de peligro que destilaba su cuerpo.


Tenía el rostro delgado, de rasgos clásicos, y una barba incipiente añadía algo de dureza a su mandíbula cuadrada. Esbozó una sonrisa mientras saludaba a alguien y Paula sintió que el suelo temblaba ante la fuerza de aquella sonrisa. Por no hablar de su boca, que parecía creada a propósito para besar.


Su cuerpo era una prueba viviente de la belleza de la naturaleza: hombros anchos, caderas estrechas y piernas largas enfundadas en unos vaqueros ajustados y desteñidos. Se le marcaban los músculos de los brazos por el peso de la pesada funda de guitarra que llevaba, pero él ni se daba cuenta. La elevó y se abrió camino entre las sillas y las mesas.


Se movía con elegancia, como un gato.


—Oh, sí —murmuró Paula recreándose en la vista.


De pronto se dio cuenta de que él estaba acercándose a ella. Paula parpadeó y sacudió la cabeza. Agarró un trapo que encontró a mano y se puso a secar un rastro de cerveza de la barra.


—¿Pero qué haces? —le increpó una voz femenina.


Paula casi no oyó aquellas palabras irritadas porque de pronto él estaba allí. Un antebrazo musculoso y de piel bronceada se posó sobre la barra. Paula observó sus dedos. Eran largos y muy bellos, perfectos para un guitarrista... y para un amante.


—¡Caramba! —exclamó la misma voz femenina de antes, impresionada.


Paula tragó saliva y elevó la vista registrando cada detalle de aquel cuerpo perfecto: la mano, el brazo, el torso, los hombros, el cuello... Todo era perfecto.


Y por fin, el rostro, tan bello como una estatua griega.


Paula sintió que le flaqueaban las rodillas y que el corazón se le aceleraba. Se obligó a tranquilizarse, respiró hondo un par de veces y trató de recuperar el control de sí misma. Estaba frente al hombre más impresionante que había conocido nunca, el tipo de hombre con el que las mujeres siempre soñaban encontrarse cara a cara, en lugar de verlos en las revistas o en películas. Un hombre cien por cien tentador.


Y entre ella y él sólo se interponía la barra de caoba y su determinación a convertirse en una nueva Paula Chaves y apartarse de los «chicos malos» que tanto le gustaban.


Debería haber sabido que le iba a costar mucho mantener esa decisión. Esperaba al menos haber resistido una semana, pero sólo habían pasado tres días desde que se había hecho aquella estúpida promesa.


Desde el martes habían sucedido varios cambios bruscos, como que Luciana y Tamara habían decidido irse de viaje y la habían dejado sola al frente de todo. Paula no podía controlar lo que la rodeaba, pero había creído que los cambios en sí misma serían los que menos le costaría realizar.


Pero no era así.


El extraño esbozó una leve sonrisa y se inclinó hacia ella. Sus ojos oscuros destellaron con un brillo peligroso. Paula se recordó una vez más que aquel hombre estaba fuera de su alcance.


O al menos intentó convencerse de eso... aunque sospechaba que no serviría de nada. A menos que el hombre tuviera una voz horrible, era perfecto. Y eso tampoco le importaría mucho, ya que hablar con él no era en lo que pensaba desde que lo había visto entrar en el local.


—Creo que estás usando tu bolso para limpiar la barra —dijo él.


Era una voz grave, envolvente. Paula no sólo escuchó las palabras, además las sintió en cada célula de su cuerpo.


Maldición. La nueva Paula Chaves estaba condenada al fracaso.


Cuando por fin procesó lo que él había dicho, Paula miró lo que tenía en sus manos.


—Dios mío, lo siento —dijo al darse cuenta de lo que había estado utilizando como trapo.


Era un pequeño bolso de tela de una de las clientas sentadas en la barra. Afortunadamente, era una clienta habitual, una cajera de banco llamada Julia. Afortunadamente, la mujer miraba tan arrobada como Paula al extraño y pareció entender el lapsus de Paula.


—No te preocupes, se puede lavar —murmuró Julia.


El hombre agarró el bolso empapado de entre las manos de Paula y se lo tendió a su propietaria con una sonrisa.


—¿Ayudaría algo si la casa le invita a una copa? —propuso él.


Julia asintió como si estuviera hechizada. Paula estuvo a punto de recordarle que estaba prometida, pero tampoco podía culparla. Era inevitable babear ante un hombre así.


Una vez que entregó el bolso, el hombre se volvió hacia Paula.


—Hola, soy tu entretenimiento —dijo en tono seductor y con un brillo travieso en los ojos.


—Eres muy bueno —comentó ella.


A él se le marcó un hoyuelo en una de las mejillas.


—Pues aún no has visto de lo que soy capaz.


—Puedo imaginarlo —contestó ella imaginando tórridas escenas con él.


—No vas a tener que esperar mucho para averiguarlo —dijo él con un tono tan sugerente como sus palabras.


Paula sintió encenderse todo su cuerpo. Debió de notársele en la cara, porque él se apoyó en la barra sobre ambos codos y se acercó más a ella.


—¿Estás segura de que vas a saber manejar la situación?


Ella enarcó una ceja, desafiante.


—¿Te crees tan bueno que no voy a saber manejarte?


—Soy famoso porque hago temblar las paredes cuando entro en acción.


Paula se agarró al borde de la barra para no desmayarse allí mismo y respiró hondo. Quizás debería hacer como que no había captado la doble intención y continuar con su vida.


Pero no lo hizo. Sabía que no debía acercarse al fuego, pero decidió alimentar la dinamita que tenía delante.


—Yo también soy famosa por hacer temblar las paredes.


La sonrisa traviesa de él desapareció y apretó ligeramente la mandíbula. Estaban empatados. 


Ella le resultaba tan atractiva a él como él a ella.


—¿Así que tú también tocas? —preguntó él al fin.


—Últimamente no —admitió ella.


No, no había «tocado» a ningún hombre en mucho tiempo. El último había sido un vaquero de rodeos tan poco resistente sobre el caballo como en la cama. Aguantaba tres minutos. Y su historia había aguantado tres citas.


—¿Y qué te gusta tocar? —inquirió él.


«Un instrumento bien duro de veinte centímetros es mi preferido», pensó ella, pero no lo dijo. Ese juego estaba volviéndose demasiado temerario para una mujer que se había propuesto mantenerse alejada de los hombres a quienes les gustaban los problemas. Y aquél llevaba escrito en la cara la palabra «problema».


—Sospecho que te gusta el saxo.


Paula se puso alerta. ¿Estaba él haciendo un juego de palabras entre «saxo» y «sexo» para intentar seducirla?


—¿O quizás el clarinete?


Paula enarcó una ceja.


—¿Estabas refiriéndote a instrumentos musicales?


—Por supuesto —dijo él con una expresión de total inocencia—. ¿A qué otra cosa iba a referirme?


Paula sintió que le ardían las mejillas. Quiso decir algo, pero no sabía cómo salir de aquella metedura de pata con algo de estilo. Entonces vio que él contenía la risa y rompió a reír ella también. Le admiraba la forma en que la había engañado.


—Me llamo Paula Chaves —dijo ella a modo de saludo.


—Lo sé —respondió él.


Qué interesante, él sabía quién era ella. Lo cual la dejaba a ella en desventaja.


—¿Y tú eres...?


Él pareció pensárselo unos instantes y por fin dijo:
—Llámame Alfonso.


Ella preferiría llamarlo «el hombre con el que iba a acostarse pronto».


Pero eso no iba a suceder, se recordó. La «nueva Paula» intentaba imponerse en su cerebro, pero la antigua, la que deseaba ardientemente a aquel hombre llamado Alfonso, controlaba el resto de su cuerpo. Sobre todo las partes más sensibles.


Pero ni siquiera la libertina Paula de antes tenía aventuras de una sola noche. A pesar de lo que su hermana creía, Paula no era tan imprudente.


Aunque con un hombre como aquél, empezaba a comprender lo atractiva que podía ser una aventura fugaz en un bar.


—Hola, Alfonso, bienvenido a La Tentación —dijo ella por fin.


—Me gusta eso.


—¿El qué?


—La tentación.


Definitivamente era su tipo de hombre.








1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyyyyyy, qué metida de pata, qué manera de reírme jajajajaja. Ya me atrapó.

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