lunes, 24 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 15




El sábado por la tarde, antes de salir de su chalet en Tremont, Pedro decidió que, fuera como fuera, esa noche besaría a Paula Chaves. 


Le daría el beso que le había prometido la noche anterior. Llevaba nueve años esperando ese momento.


Sólo entonces podría contarle la verdad: quién era él y de qué se conocían. Le confesaría dónde vivía y qué hacía para ganarse la vida. 


Aclararía todo con ella.


Excepto quizás el asunto de la canción. Aún no se sentía preparado para compartir ese secreto ni sus recuerdos de la hoguera en la playa. Pero todo lo demás sí lo aclararía.


Quizás a ella no le importara y se lanzara en sus brazos y...


—No sigas por ahí —se dijo a sí mismo, intentando controlar su ardiente imaginación.


Se obligó a centrarse en su confesión. La sinceridad sería la clave. Se lo contaría todo, desde el momento en la cafetería del instituto cuando ella había clavado sus preciosos dientes en la manzana y le había robado el corazón para siempre.


De acuerdo, lo del corazón tampoco lo mencionaría. Ya no era el quinceañero de entonces. Pau había sido su primer amor. Cada vez que la veía pasar sonreía como un tonto, el tiempo se detenía cuando la oía reír... Por no mencionar que él estaba convencido de que era el único que veía la parte seria y solitaria de la chica más popular del colegio.


Entonces le había parecido que era amor. Con la perspectiva del tiempo, se daba cuenta de que habían sido más hormonas que otra cosa. 


Aquellos sentimientos inmaduros no tenían nada que ver con sus emociones adultas y sería una tontería rescatarlos del pasado. Crearía una situación incómoda para los dos, sobre todo cuando el interés y el deseo hubieran desaparecido de los ojos de Pau al descubrir que él no era de esos hombres peligrosos y rebeldes con los que a ella le gustaba salir.


Él ni siquiera se acercaba a esa imagen. Seguía siendo tranquilo y reservado cuando no estaba sobre el escenario. Y no tenía nada de peligroso. Lo único desenfrenado que hacía con regularidad era tocar con los 4E. Y el significado del nombre era lo menos desenfrenado del mundo.


Pedro llegó al centro de Kendall un poco antes de la hora a la que habían quedado. Deseaba estar un rato a solas con Paula en el bar antes de que se llenara de gente. En realidad, llegó con mucho tiempo. Sólo eran las cinco y no tocaban hasta las ocho.


—Es demasiado pronto —se dijo en voz alta—. Va a creerse que la persigues.


Llevó el coche a un aparcamiento a una manzana del bar. No quería que Paula supiera que conducía un carísimo sedán. Igual que no quería que supiera que vivía en un barrio de lujo en Tremont y que tenía un chalet con tres dormitorios en el que lo único que indicaba que estaba «en la onda» era el impresionante estudio de sonido que había diseñado mientras se construía la casa.


Ella no comprendería nada de eso. No sería capaz de asociar el coche, la casa y su trabajo como programador y consultor informático, con el músico al que había deseado la noche anterior.


Porque ella lo había deseado, los dos lo sabían. 


Igual que ambos sabían que las cosas hubieran ido mucho más lejos si su conciencia no lo hubiera urgido a marcharse de allí.


Por eso él sabía que debía aprovechar la ocasión y besarla, al menos una vez, antes de contarle la verdad. Conocía a Paula y ella no se sentiría atraída hacia un tipo aburrido que cambiaba el aceite al coche cada cinco mil kilómetros y que invertía en acciones de telecomunicaciones.


Además, no iba a robarle nada que ella no estuviera deseosa de darle, a juzgar por la tensión sexual de la noche anterior. 


Aprovecharía la oportunidad una vez antes de que la atracción sexual desapareciera para siempre.


Se cargó la guitarra al hombro y entró en La Tentación. El lugar estaba casi desierto, no había nadie comiendo ni mirando el partido de fútbol del televisor.


Paula estaba allí sola, tumbada boca arriba sobre la barra.


Pedro sonrió y se aproximó a ella sigilosamente. 


Se quedó observándola a una cierta distancia, semioculto entre las sombras. Paula suspiró profundamente y lanzó un lápiz al techo. Él siguió la trayectoria del lápiz y vio que se unía a otros cuantos incrustados en el techo.


Era evidente que Paula llevaba un buen rato aburrida.


—Creo que Mulder necesitó tres temporadas de Expediente X para lograr clavar tantos lápices en el techo de su despacho.


Ella no se molestó en mirarlo.


—A mí me ha llevado tres horas.


Pedro llegó hasta donde estaba ella, apoyó la funda de la guitarra en el suelo y se sentó en un taburete.


—¿Mal día? —preguntó con una sonrisa.


Ella puso los ojos en blanco.


—Eres la segunda persona que entra desde que hemos abierto a la una. Y la primera ha sido un obrero de la carretera que necesitaba ir al baño.


Él frunció el ceño.


—No le has disparado, ¿verdad?


Paula lo miró por fin y sonrió levemente.


—Ni siquiera le he lanzado un lápiz —apuntó ella—. No es culpa suya. Él sólo trabaja para los burócratas, no es quien toma las odiosas decisiones.


Él suspiró de forma exagerada.


—Sigo sin tener a mano la pala, si no te la dejaba...


—¿Me ayudarías a enterrar el cuerpo? —preguntó ella.


Él se inclinó sobre ella y contempló su hermoso rostro.


—Desde luego.


Se sostuvieron la mirada durante un instante eterno. Volvieron a ser conscientes de la atracción mutua, que había aumentado al estar ella tumbada y él sobre ella. Recordaron su encuentro de la noche anterior, tan inocente y a la vez tan íntimo.


Paula fue quien desvió la mirada. Sus mejillas sonrosadas contradijeron su desenfado al hablar.


—Gracias por el ofrecimiento, pero aún no he asesinado a nadie.


Era evidente que ella quería hacer como si lo de la noche anterior no hubiera sucedido. Pedro decidió seguirle el juego. Por el momento.


Se irguió en el taburete.


—Deduzco que has luchado contra este tema de la carretera todo lo que has podido, ¿no?


Ella asintió.


—Exacto. Pero no puedo hacer nada más. El ayuntamiento ya ha fijado la fecha y la hora de la demolición. Tenemos que salir de aquí, como tarde, el treinta de junio.


Él sacudió la cabeza.


—Lo siento mucho, Pau.


Ella agarró otro lápiz de un montón junto a su cadera.


—Estoy manejando bien la situación —dijo ella.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario