lunes, 24 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 16




Cuando lanzó el lápiz esa vez, Pedro estaba mucho más cerca de ella. Lo suficiente como para apreciar cómo su camiseta roja sin mangas moldeaba su cuerpo y dejaba ver una tentadora franja de piel en su ombligo.


Ella no parecía consciente de la elegancia de su movimiento y de cómo acentuaba la redondez de su hombro y la forma perfecta de su cuello. 


Ni parecía darse cuenta de lo mucho que lo estaba excitando. Lo cual, para una mujer tan atractiva y tan sensual como Paula, indicaba que estaba muy deprimida.


Pedro desvió la mirada e intentó respirar con calma. Tragó saliva y se obligó a centrarse en la conversación.


—¿Y qué vas a hacer cuando cierres el bar?


Ella se encogió de hombros.


—Aún no estoy segura.


—Supongo que el ayuntamiento te pagará un precio justo por el edificio, ¿no? La ley les obliga a pagártelo a precio de mercado, y los inmuebles por el centro suelen tener precios elevados.


Paula lo miró curiosa, con una ceja enarcada. Pedro se dio cuenta de que había sonado como un abogado más que como un músico despreocupado.


—Me gusta la serie Ley y orden —se justificó él.


—Es bueno saberlo, en caso de que asesine al próximo obrero que entre para ir al servicio —dijo ella.


Sonrió y se incorporó en la barra. Se quedó sentada, con las piernas colgando a cada lado de Pedro. Estaba tan cerca de él que su cadera casi tocaba el brazo de él. La tensión sexual se disparó entre ellos.


Pedro cerró la mano en un puño y se obligó a hablar.


—No has respondido a mi pregunta sobre la venta del local —dijo, intentando sonar despreocupado.


—El ayuntamiento me paga una buena cantidad por el terreno, pero como los propietarios del edificio son mi madre y mi tío, la mayor parte les corresponderá a ellos.


Pedro escuchó perplejo. Había dado por hecho que Paula era la propietaria y tendría estabilidad económica después del cierre, la suficiente para poder darse un respiro durante una temporada.


—De todas formas, creo que tendré lo suficiente para poder ir a la universidad —continuó ella suavemente.


Pareció arrepentirse de haber hablado nada más cerrar la boca.


—¿Quieres volver a la universidad?


—En realidad quiero empezar una carrera. Ahora me siento preparada.


—¿Y a qué te quieres dedicar?


Ella desvió la mirada.


—Vas a reírte.


—No, te lo prometo —le aseguró él.


—Me gustaría ser profesora de instituto —murmuró ella con vergüenza.


Pedro tosió, de pronto le picaba la garganta.


 Hablar del instituto era un tema delicado.


—Te estás riendo —le recriminó ella.


—No, te aseguro que no me río. Creo que es fantástico y que serás una buena profesora. Tantas horas trabajando en el bar, acostumbrada al trato con gente muy diferente, es una ventaja para alguien que quiere dar clase a adolescentes.


Ella no pareció muy convencida con aquel argumento, pero después de unos instantes se encogió de hombros.


—Quién sabe. De momento lo único que he hecho es pedir que me envíen un formulario de inscripción. Ni siquiera he estado aún en el campus.


—Pues deberías hacerlo.


Ella bajó la cabeza y se escondió detrás de la cortina de su pelo. Parecía incómoda con aquella conversación.


—Ya veremos. Hay muchas cosas que hacer hasta entonces y, sin nadie que me ayude, no va a ser tarea fácil.


—¿Y por qué no hay nadie ayudándote a vaciar el local para cerrarlo?


—Ésa es una buena pregunta. Llevo toda la vida esperando que mi familia me trate como una adulta responsable que puede hacer algo más que servir una cerveza. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea, ¿no? Ahora estoy yo sola y tengo que ocuparme de todo.


Dejó escapar una risa forzada y Pedro estuvo seguro de que ella estaba muy triste. Paula no estaba sola en el bar porque no hubiera clientes en el local. Estaba sola en su vida, y no era algo que la hiciera feliz.




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