viernes, 7 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 3




Sin embargo, Patricio puede tener Tailandia, pero yo tengo dulces turistas acercándose a mí toda la tarde mientras les enseño las vistas de las montañas Wicklow: campos de brezo y lagos cubiertos de niebla, mientras señalo lugares románticos, como el puente de la película, PD TE AMO. Todo el tiempo, sabiendo que están mirándome, que mi acento provoca un aleteo en sus corazones.


Pero, por supuesto, hoy no hubo muchachas como esas en mi excursión. Así, en cambio, estoy aquí con mi hermano y mi viejo amigo. Y piensan que me conocen mejor de lo que yo lo hago.


Lo cual, tal vez hagan, pero apuesto a que estos bastardos intercambiarían sus lugares conmigo en un abrir y cerrar de ojos.


Siempre he tenido buena suerte. Construí todo mi negocio alrededor de ello. The Lucky Irishman Tour Company. Hay una garantía de que si pasas el día conmigo, puedo encontrarte un arcoíris, quizás una olla de oro. Encontrar el trébol de cuatro hojas con el que estabas soñando, y los lugares de los duendes de la suerte. Tengo una habilidad especial para estas cosas, para la tierra encantada de Irlanda, y me recompensa.


Tengo suerte tan a menudo como quiero. Y su insinuación de que no puedo tener a una mujer si la quiero, es un insulto.


Me trago mi whisky, mi indignación subiendo por sus suposiciones.


—Puedo mantener a una mujer a mi alrededor durante una semana —les digo, golpeando mi vaso contra la barra.


Simon se ríe.


—He estado casado dos veces, y sé una cosa o dos sobre las mujeres. Son volubles. No puedes simplemente elegir una de la habitación y asumir que se enamorará de ti. Tu suerte no te ayudará con el amor.


—¿Ahora estamos hablando de amor? —quiero aclarar.


—Sí, lo estamos. La lujuria es una cosa, puedes follar a la misma mujer durante una semana, y todavía no sería de lo que estaba hablando mamá.


Yo me encojo de hombros, un poco arrogante, seguro, pero también sin retroceder jamás de un desafío… especialmente si es uno de mi propia invención.


—Chorradas. Puedo hacer que una mujer me ame en una semana —digo, mi confianza creciendo con cada sílaba—. Soy el afortunado, amigos míos.


Mi hermano levanta su copa y hace una oferta.


—No lo creo. Apuesto a que no puedes mantener a una mujer durante una semana.


—¿Ahora una apuesta? —pregunto.


Simon se une, riendo.


—Haz esta apuesta, compañero, y estarás malditamente jodido.


—Malditamente cierto, lo estoy —me río, frotándome las manos, ya contando mentalmente mis ganancias—. ¿Y qué nos apostamos?


—Un irlandés no puede hacer una apuesta sin riesgos —agrega Simon.


Le sonrío a mi mejor amigo, y aprecio que él ya crea en mí. O está tratando de engañarme, todavía no estoy seguro de cuál de eso es.


—Yo sé lo que quiero —les digo—. Pero te va a salir caro. —Cruzo mis brazos, pensando que tal vez esta sea realmente mi noche de suerte.


Solo hay una cosa que siempre he deseado, y Patricio podría estar lo suficientemente borracho y mareado por su próximo viaje para dármelo.


—¿Y qué es, hermano?


—Tú eliges una mujer, yo hago que se enamore de mí durante la próxima semana, y tú me das la tierra.


Simon silva en tono bajo.


Mi hermano se retrae.


—¿La tierra, dices?


—¿Cómo de duro realmente piensas que será para mí capturar el corazón de una mujer en una semana? —Espero que la rivalidad fraternal que tenemos en marcha lo tiente para darme lo que quiero.


Patricio sonríe.


—Y si pierdes, ¿yo qué consigo? —pregunta.


—Si pierdo, te daré el anillo de mamá —me río.


Patricio se recuesta en su taburete, pensándolo bien, metódico como siempre, incluso si está totalmente borracho. Finalmente, levanta sus cejas, una sonrisa de Cheshire se extiende por sus enrojecidas mejillas.


—Solo si yo puedo elegir a la chica, y la voy a sacar de este pub, esta noche —dice, presionando un dedo en la barra.


Sin detenerme, asiento, conociendo un chollo cuando me encuentro con uno. No importa de dónde venga la muchacha, sólo me importa la maldita tierra que mis padres dejaron a Patricio.


—Trato, hermano —le digo, estrechándole la mano. No supongo que tenga mucha necesidad de un anillo.


—En ese caso —dice Simon— deberíamos encontrarte a tu dama.


Los tres miramos alrededor del bar, mi corazón acelerándose por la emoción. Nunca pensé que conseguiría que mi hermano me diera la tierra. Y ahora está a mi alcance.


Demonios, si hubiera sabido que sería así de fácil, lo habría emborrachado hasta que se cayera bajo la mesa muchos años antes.


—¿Quién es la mujer afortunada? —pregunto—. No es ella —le digo, asintiendo a una chica local que ya ha disfrutado mucho de su tiempo en mi granero.


Mi hermano sacude la cabeza.


—Eso es demasiado fácil para ti. Esa chica haría cualquier cosa por ti y por tu cama. Dijiste que puedes hacer que cualquier mujer se enamore, así que tenemos que complicarte un poco las cosas.


Simon está de acuerdo y subiendo su pinta, apunta a otra opción.


—¿Qué hay de Hilda? Ella podría ser una buena esposa de una semana. —Resoplamos, Hilda lleva la tienda de desayunos cerca de mi casa. 


Ella frunce el ceño como un demonio, maldiciéndome siempre por la interminable puerta giratoria de mujeres que salen de mi granero.


Su cabello es plateado, usa un delantal, y odia mis entrañas por ser un culo engreído.


—No seáis crueles —les digo.


—No seremos crueles, pero no vamos a hacértelo más fácil —dice Patricio, con una sonrisa listilla—. ¿Qué tal ella? —Patricio señala a una mujer que acaba de entrar en el pub.


Ella parece un desastre. Y ni un poquitito irlandesa. Su pelo oscuro es salvaje, su cara enrojecida. Tiene un mapa en la mano y claramente no es de por aquí.


Camina directamente hacia el camarero y comienza a preguntar sobre un lugar para quedarse esta noche. Puedo oír que ella es estadounidense, y empiezo a sacudir la cabeza.


—No puedo hacer que una muchacha americana se enamore de mí.


Ante ese comentario, Patricio se palmea la rodilla riéndose a carcajadas, y Simon asiente ansiosamente como si esa mujer fuera la perfecta para mí.


No tengo ningún problema con las chicas estadounidenses, pero esta no es como las turistas habituales que veo con sus rostros brillantes, anhelando que un irlandés las conquiste.


Esta mujer ni siquiera miró en mi dirección, lo cual no es prometedor.


—Muchacha —grito.


Ella se gira hacia mí, sus ojos oscuros, un ceño fruncido en su rostro.


—No me llames “Muchacha”.


Ante eso, Simon y Patricio se agarran sus vientres como si esta fuera la cosa más hilarante que jamás hubieran escuchado.


—Oh, hermano —dice Patricio, resoplando de risa—. ¡Esa es tu chica! Buena suerte.


Sacudo la cabeza ante estos jodidos borrachos, no tengo dudas que tendré suerte. Esta noche.



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