jueves, 16 de mayo de 2019

TRAICIÓN: EPILOGO




–Cómo te sientes, mi inteligente y hermosa esposa?


Paula alzó la vista de la cabecita negra que acunaba contra su pecho y se encontró con los ojos brillantes de su esposo fijos en ella.


Era una pregunta difícil. ¿Cómo expresar con palabras el millón de sentimientos que la habían embargado durante el largo parto, que había terminado una hora atrás, con el nacimiento de su hijo? Alegría, satisfacción, incredulidad… Y también la determinación absoluta de que siempre querría y protegería a aquel bebé con todo su ser. Teo Pablo Alfonso. Sonrió y acarició con un dedo su mejilla morena.


–Me siento la mujer más afortunada del mundo –dijo con sencillez.


Pedro asintió. Él sentía lo mismo. Ver a Paula pasar por el parto le había enseñado el verdadero significado de la impotencia y había maldecido en silencio por no poder compartir el dolor con ella. Sin embargo, también había sido otra demostración de la fuerza formidable de su esposa. Una esposa que planeaba trabajar con él en el negocio familiar en cuanto fuera el momento oportuno. Recordó la reacción de ella cuando se lo había propuesto y su alegría incrédula. ¿Pero por qué no iba a querer a una mujer tan capaz a su lado, con un horario que resultara apropiado para el niño y para ella? ¿Por qué no iba a querer disfrutar de su compañía todo lo posible, sobre todo porque cada día hablaba mejor el griego?


Pero le había dicho que lo estudiaba con pasión, no porque tuviera miedo de quedarse al margen, sino porque quería hablar el mismo idioma que su hijo y porque la familia era más importante que ninguna otra cosa. Un hecho que habían constatado con la muerte repentina de su madre, que había producido a Paula una especie de gratitud triste porque Vivienne Turner estaba en paz por fin. Y había hecho que ambos pensaran en las cosas que de verdad importaban. Habían decidido instalar su casa en Lasia, en aquel paraíso exquisito con sus verdes montañas y su mar de color zafiro y cielos de un azul interminable.


Pedro pensó lo hermosa que estaba, pálida y agotada todavía después del largo parto, con el cabello rubio rozando sus mejillas y sonriéndole con confianza.


–¿Quieres tomar en brazos a nuestro hijo? –preguntó.


Él sintió una opresión en la garganta. Tenía la sensación de llevar toda la vida esperando ese momento. Tomó al niño dormido en sus brazos y, cuando se inclinó a besarle el pelo negro, lo embargó una oleada de amor fiero. Aquel era su hijo. Miró los ojos llenos de lágrimas de su esposa.


–Efaristo –dijo con suavidad.


–¿Gracias por qué? –preguntó ella, temblorosa, cuando él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.


–Por mi hijo, por tu amor, y por darme una vida con la que jamás había soñado.


Paula no consiguió reprimir las lágrimas, que empezaron a rodar por sus mejillas. Pedro las fue secando una a una con los labios, con su hijo dormido pacíficamente en sus brazos.




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