jueves, 16 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 43




Paula se había jurado no volver a colocarse nunca en una posición donde pudiera volver a ser rechazada, pero lo había hecho porque era joven y se sentía herida y humillada. Ahora era una mujer adulta que pronto tendría un hijo. Y lo que se debatía allí era si tenía el valor de dejar a un lado su orgullo y sus miedos e intentar conseguir lo único que quería.


–Quiero tu confianza –dijo–. Quiero que creas en mí cuando te digo cosas y dejes de imaginar lo peor. Quiero que dejes de intentar controlarme y me des libertad para ser yo misma. Quiero dejar de sentir que nado contracorriente cuando intento acercarme a ti. Quiero que nuestro matrimonio funcione, que estemos los dos dispuestos a trabajar en eso. Quiero que seamos iguales, Pedro. Iguales de verdad.


Él entrecerró los ojos.


–Parece que has pensado mucho en esto.


–Oh, bastante –respondió ella con sinceridad–. Pero no sabía si alguna vez tendría ocasión de decirlo.


Hubo otro silencio y la expresión atormentada de él le oprimió el corazón a Paula porque veía sus propios miedos e inseguridades reflejados allí. 


Le daban ganas de abrazarlo, de ofrecerle su fuerza y sentir la de él. Pero no dijo nada que rompiera el conjuro o la esperanza de que él mostrara lo que escondía en su corazón en lugar de esconderlo como hacía siempre. Porque ese era el único modo de que pudieran ir hacia delante. Que los dos fueran lo bastante sinceros para dejar brillar la verdad.


–No quería dejar que te acercaras porque percibía un peligro, el tipo de peligro con el que no sabría cómo lidiar –dijo él al fin–. He pasado años perfeccionando un control emocional que me permitió recoger los pedazos y cuidar de Pablo cuando se fue nuestra madre. Un control que mantenía el mundo a una distancia segura. Estaba tan ocupado protegiendo a mi hermano y su futuro, que no tenía tiempo para nada más. No quería nada más. Y luego te encontré y todo cambió. Empezaste a acercarte. Me atrajiste por mucho que yo intentara combatirlo y reconocí que tenías el poder de hacerme daño.


–Pero yo no quiero hacerte daño –dijo ella–. No soy tu madre y no puedes juzgar a todas las mujeres por el mismo patrón. Quiero estar a tu lado en todos los sentidos. ¿No me vas a dejar hacerlo?


–No creo que tenga elección –admitió él con voz ronca–. Porque mi vida sin ti ha sido un infierno. Mi apartamento y mi vida están vacíos sin ti. Tú me dices la verdad de un modo que a veces resulta doloroso, pero de ese dolor ha crecido la certeza de que te amo. De que quizá te he amado siempre y quiero seguir amándote el resto de mi vida.


Paula se acercó a él y lo abrazó. Y por fin él la abrazó también con fuerza y ella cerró los ojos para reprimir las lágrimas.


–Paula –susurró él, con los labios en la mejilla de ella–. Me he mentido a mí mismo desde el principio –se apartó y le acarició los labios temblorosos–. Me atrajiste desde el primer momento, pero me resultaba más fácil convencerme de que te despreciaba. Decirme que eras igual que tu madre y que solo quería sexo contigo para apagar el ansia ardiente que había dentro de mí. Pero tú seguías reavivando las llamas. Y cuando te quedaste embarazada, una parte de mí se alegró mucho porque así tenía una razón para estar cerca de ti. Pero luego llegó la realidad y lo que me hacías sentir era más de lo que había sentido nunca. Y…


–Y te dio miedo –terminó ella. Se apartó un poco para mirarlo a los ojos–. Lo sé. También me daba miedo a mí. Porque el amor es precioso y raro y la mayoría no sabemos cómo lidiar con él, sobre todo cuando hemos crecido sin él. Pero somos personas inteligentes. Los dos sabemos lo que no queremos, hogares rotos, niños perdidos y heridas amargas que nunca se curan del todo. Yo solo quiero querer a nuestro hijo y a ti y crear una familia feliz. ¿No quieres tú lo mismo?


Pedro cerró los ojos un instante y, cuando volvió a abrirlos, ella seguía allí, y seguiría siempre. 


Porque había cosas que se sabían solo con que uno bajara sus defensas el tiempo suficiente para que se impusiera el instinto. Y el instinto le decía que Paula Alfonso lo querría siempre, aunque quizá no tanto como la quería él.


La abrazó.


–¿Podemos irnos a la cama para empezar a planear nuestro futuro? –preguntó.


Paula se puso de puntillas y le echó los brazos al cuello.


–Creía que no lo preguntarías nunca.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario