martes, 7 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 12




Ella lo volvía loco.


Loco.


Pedro tragó aire con fuerza y se hundió en las aguas oscuras de un mar que empezaba a brillar por efecto del sol que subía por el horizonte. Era demasiado temprano para que hubiera alguien más por allí. Los empleados no se habían levantado aún y las contraventanas de la casita de Paula estaban cerradas. Y eso era una buena metáfora de lo que ocurría entre ellos. Para ser un hombre tan seguro de su poder sexual sobre las mujeres, y con buenas razones, las cosas con Paula Chaves no habían salido según lo acordado.


Nadó un rato bajo la superficie del agua, tratando de librar a su cuerpo de una parte de la energía nerviosa que se había ido acumulando en su interior, pero aquello era más fácil decirlo que hacerlo. Dormía mal, con imágenes de Paula atormentando sus sueños eróticos y frustrantes. Porque descubría con incredulidad que ella había hablado en serio y, a pesar de la química sexual que chisporroteaba potente entre ellos, lo mantenía a distancia. Pedro al principio había pensado que ese comportamiento formaba parte de un juego destinado a tenerlo en ascuas. Pero ella no había relajado su actitud hacia él. La relación entre ellos seguía un camino formal y muy poco satisfactorio.


Paula le preguntaba amablemente si quería café o pan o agua o lo que fuera. Mantenía la vista baja siempre que se cruzaban sus caminos. Y aunque le había dicho muchas veces que podía tutearlo en público, ella había hecho oídos sordos. Aquella mujer era un enigma. ¿De verdad era inmune a las miradas de admiración que le habían lanzado sus abogados de Atenas cuando habían llegado a Lasia para el almuerzo, o era una actriz muy lista que conocía bien el poder de su belleza? Actuaba como si estuviera hecha de mármol, cuando él sabía de cierto que, debajo de aquel exterior frío, latía un corazón apasionado.


Pedro había creído que ella sucumbiría pronto. 


Que el recuerdo del beso que habían compartido el primer día la empujaría a sus brazos a terminar lo que habían empezado.


Porque aquel beso había sido lo más erótico que le había pasado a él en mucho tiempo, pero no había llevado a ninguna parte, y aunque no era un hombre acostumbrado a que le negaran lo que deseaba, eso era lo que ocurría. Se había mostrado algo distante con ella, con intención de indicar su desaprobación de las mujeres que jugaban con los hombres, pensando que así ella entendería que empezaba a perder la paciencia. 


Había imaginado que lo encontraría solo en algún momento, que le bajaría la cremallera de los pantalones y lo tocaría donde ansiaba que lo tocaran. Tragó saliva. Cualquier otra mujer lo habría hecho. Y Paula tenía antecedentes en ese campo. Si todo hubiera ido acorde con su plan, tendría que haberse acostado ya con ella y haber disfrutado varias sesiones de sexo espectacular. De hecho, ya debería haberse aburrido de la adoración inevitable de ella y su único dilema debería ser ya buscar el mejor modo de decirle que se había terminado.


Pero las cosas no habían salido así.


Ella se había volcado en su trabajo con un entusiasmo que lo había sorprendido. 


¿Rellenaba los estantes de los supermercados con la misma pasión? Demetra le había comunicado que era una alegría tener a la joven inglesa en la cocina y en la casa. ¿Una alegría? 


Hasta el momento, él había visto pocas muestras de eso.


¿La actitud fría de ella estaba destinada a avivar su apetito sexual? Porque, si era así, funcionaba. A Pedro le subía la presión arterial cada vez que ella salía a la terraza con su uniforme blanco. El vestido blando de algodón le daba un aire de pureza y su cabello rubio iba recogido en un moño serio, que le hacía parecer la sirvienta perfecta. Pero el brillo del fuego en sus ojos verdes cada vez que se veía obligada a mirarlo a los ojos era inconfundible, como si lo retara a volver a acercarse a ella.


Pedro empezó a nadar con fuerza hacia la orilla. 


Ya salía el sol y era hora de afrontar un nuevo día y hacer de anfitrión. Habían llegado cuatro invitados, pero Barbara Saunders ya no estaba en la lista. La había llamado un par de días atrás para pedirle que aplazara la visita y ella había aceptado. Por supuesto que sí. Las mujeres siempre lo hacían. Echó a andar por la arena con una punzada de anticipación. Quizá era hora de que Paula Chaves entendiera que era inútil resistirse a lo inevitable.





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