martes, 7 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 13




–¿Quieres llevar el café, Paula? –preguntó Demetra, señalando la bandeja cargada.


–Por supuesto –repuso la joven–. ¿Pongo algunas galletitas de limón en un plato?


–Muy bien.


Paula comprobó automáticamente que llevaba todo lo necesario y sacó la bandeja a la terraza. 


Era un viaje más hasta la mesa colocada al lado de la enorme piscina, donde Pedro terminaba un almuerzo largo con sus glamurosos invitados.


Se mordió el labio inferior. Había hecho todo lo posible por apartarlo de su mente, por evitarlo siempre que podía y concentrarse en sus tareas, decidida a hacer un trabajo del que pudiera enorgullecerse. Quería borrar la impresión negativa que él tenía de ella y mostrarle que podía ser sincera, trabajadora y decente. Estaba igualmente decidida a no suscitar las sospechas de la gente con la que trabajaba. Le gustaban Demetra y Stelios y le gustaban también los empleados extra que habían contratado en el pueblo cercano para ayudar con la fiesta. No quería que pensaran que tenía algo con el jefe. Quería que la vieran como a una inglesa servicial que estaba dispuesta a cumplir con su parte del trabajo.


El sol brillaba con fuerza cuando sacó el café fuera, adonde estaban los cinco sentados con los restos de la comida que les había servido. 


Xenon, Megan, Santino, Rachel y Pedro. Se los habían presentado el día anterior y todos parecían del mundo de la jet set con el que ella ya no se relacionaba. Había olvidado esa vida en la que las mujeres se cambiaban de ropa cuatro veces al día y gastaban más en un sombrero de paja que Paula en todo su guardarropa de verano. Se mostraba tan educada y humilde como requería su posición, pero sabía bien que, como empleada, resultaba prácticamente invisible. Rachel era la única que la trataba como a una persona real y siempre se esforzaba por conservar algo cuando se veían.


Las largas piernas bronceadas de Rachel estaban extendidas ante sí y sonrió cuando vio que Paula se acercaba con la cafetera de plata brillando al sol.


–¡Oh, qué rico! Me encanta este café griego tan espeso y tan dulce –dijo. Tomó una tacita de la bandeja–. Gracias, Paula. ¿Es posible tomar más agua con gas? Hoy hace mucho calor. Debes de estar asada con ese uniforme –observó con el ceño fruncido–. ¿Pedro te permite refrescarte en la piscina o es demasiado estirado para eso?


–Oh, Paula sabe que puede utilizar todo lo que hay aquí cuando no está trabajando –murmuró Pedro–. Pero decide no aprovechar esa ventaja, ¿no es así, Paula?


Todos la miraron y Paula fue muy consciente de que tanto Rachel como Megan llevaban caftanes de gasa encima de biquinis minúsculos y ella llevaba un uniforme que hacía que se sintiera demasiado vestida y le daba calor. Todos los empleados de Pedro llevaban uniforme, pero el de ella resaltaba su figura y eso no le gustaba. 


Era lo único que había heredado de su madre sobre lo que no podía hacer nada. Porque, por mucho que intentara disfrazar su figura con ropa amplia, su pecho siempre parecía demasiado grande y la curva de sus caderas demasiado ancha, y el uniforme se pegaba precisamente donde ella no quería que se pegara.


–Tengo un océano enorme en la puerta de mi casa si me apetece nadar –repuso–. Pero cuando no estoy trabajando, casi siempre estoy delante del ordenador.


Como vio que la miraban con aire interrogante, se sintió obligada a dar algún tipo de explicación.


–Estudio Empresariales –añadió.


–Eso es muy admirable por tu parte, pero tienes que tomarte tiempo libre alguna vez –Rachel miró a Pedro–. ¿Tú no has dicho que Barbara no vendrá este fin de semana?


–No va a venir, no –repuso Pedro.


–¿O sea que habrá una mujer menos en la mesa? –insistió Rachel.


–Oh, estoy seguro de que podrás lidiar con eso –intervino Santino–. ¿Desde cuándo te preocupa que no seamos pares, querida? Siempre parece que tienes conversación de sobra para compensar por los huéspedes ausentes.


–Eso es cierto –Rachel sonrió–. ¿Pero por qué no se une Paula?


Pedro se quitó las gafas de sol y lanzó una mirada insondable a Paula.


–Sí –dijo con suavidad–. ¿Por qué no cenas luego con nosotros?


Paula negó con la cabeza.


–No, de verdad. No puedo.


–¿Por qué no? Te doy permiso para tomarte la noche libre. De hecho, considéralo una orden –la sonrisa de Pedro era dura y decidida–. Estoy seguro de que tenemos empleados suficientes para que no te echemos de menos como camarera.


–Es usted… muy… amable, pero… –Paula dejó la última de las tazas de café en la mesa con dedos temblorosos–. No tengo nada apropiado que ponerme.


Había hecho mal en decir aquello. ¿Por qué no se había limitado a negarse con firmeza?


–No te preocupes. Creo que tenemos la misma talla –dijo Megan–. Te puedo prestar algo. Di que sí. Has trabajado tanto que te mereces un descanso. Y para mí será un placer prestarte algo.


Las dos invitadas se mostraban tan empeñadas en hacerle cambiar de idea, que Paula empezaba a molestarse. Sabía que solo pretendían ser amables, pero ella no quería su amabilidad. Le parecía condescendencia y, peor aún, hacía que se sintiera vulnerable. Pensaban que le hacían un regalo, pero en realidad la empujaban hacia Pedro y ella no quería eso. 


Pero no podía decirles la razón de su negativa. 


No podía confesar que le preocupaba la posibilidad de acabar en la cama con su jefe. Y en último extremo, era inútil resistirse porque eran cinco contra uno y no había modo de librarse.




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