sábado, 25 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 31




El fuego empezaba a apagarse y el chocolate caliente se había terminado. —Se hace tarde —Paula fue la primera en hablar. Estaba cansada y el pie y la rodilla le dolían.


—Es verdad —reconoció Pedro, poniéndose de pie. Con cuidado cerró las puertas de cristal de la chimenea mientras Manuel llevaba las tazas a la cocina.


—Creo que ahora ya sabes qué esperar del Día de los Fundadores —comentó ella nerviosa—. Es una extraña combinación de fantasmas, desfiles y barbacoas.


—¿Y qué me dices del baile de mañana por la noche? —rió—. ¿Vas a dejarme sólo con los lobos?


—No creo que me encuentre en forma para bailar, pero como el baile inaugura la Semana de los Fundadores, tengo que ir.


—¿Qué te parece si paso a recogerte y luego te llevo hasta donde está tu camioneta?


—De acuerdo —repuso, tragando saliva y sonriendo—. Sería estupendo.


—Te llamaré por la mañana para fijar la hora —prometió Pedro.


—Muy bien.


Se acercó a ella y le ofreció la mano para ayudarla a incorporarse. Paula respiró hondo y sintió su mano cálida y real.


—¿Te vas, Pedro? —inquirió Manuel viniendo de la cocina.


—Sí —miró a Paula con silencioso pesar—. Ha sido un día largo. Mañana me espera una patrulla temprana.


—Me gustaría ser ayudante del sheriff—dijo Manuel.


—Primero tendrás que terminar la escuela. Aunque es algo por lo que vale la pena luchar.


—Quiero ser un héroe como mi padre —indicó el pequeño.


—Pensé que querías fabricar ordenadores, Manuel —le recordó Paula.


—Tal vez —lo meditó—. Si no, quizá sea piloto de carreras.


—Tienes mucho tiempo para decidirlo —Paula sonrió y revolvió el pelo de su hijo.


—Tu madre tiene razón, Manuel —añadió Pedro—. Ante ti está el mundo entero.


—¿Mamá y tú vais a ir juntos al baile de mañana? —preguntó, mirándolos a los dos.


—Tal vez —reconoció María, observando a Pedro.


—Estupendo —dijo el niño—. Nos veremos mañana.


—Puedes apostarlo. Creo que ya me voy. Gracias por la cena.


—Nos alegró tenerte aquí, ¿verdad, mamá?


—Sí. Gracias por traerme a casa, sheriff.


—Puedes llamarlo Pedro —le recordó Manuel—. No olvides que lo conocimos antes de que fuera el sheriff.


—No lo olvido, Manuel —aseguró ella.


—Nos veremos —dijo Manuel con alegría.


Cuando Pedro se hubo marchado y la luz del porche se apagó, Paula empezó a cojear hasta la escalera.


—Es un gran tipo —dijo Manuel, moviéndose a su alrededor—. Creo que deberías ir al baile con él.


—Creo que tú no deberías preocuparte por quien me acompaña al baile —repuso—. ¿A quién vas a llevar tú?


—Yo no voy, ¿no lo recuerdas? —hizo una mueca—. El tío Ulises nos va a llevar a la abuela y a mí a pescar y a pasar la noche fuera. No quiero ir cerca de donde esté bailando un grupo de gente.


—Era lo que pensaba —rió—. ¿Y por qué quieres que vaya yo?


—Porque Pedro es agradable. Y creo que le gustas.


—Creo que los dos deberíamos irnos a la cama, Manuel —sintió que se ruborizaba—. ¿Te importa si hoy no te arropo?


—Esta vez te voy a arropar yo —le tomó la mano—. Esta noche necesitas mi ayuda —mientras Paula se ponía el camisón, Manuel apartó el edredón de su cama y le ahuecó la almohada—. ¿Quieres un vaso de agua? —preguntó con solemnidad cuando ella se metió en la cama.


Paula miró su dulce cara y asintió.


—Tengo un poco de sed.


Imitando los movimientos de ella de cada noche desde que había nacido, fue a llenar un vaso pequeño hasta la mitad y lo depositó en la mesilla después de que ella hubiera bebido un sorbo.


—Y ahora duérmete —le dijo, dándole un beso en la frente—. Te quiero; hasta mañana.


—Yo también te quiero, Manuel —susurró ella con un nudo en la garganta—. Hasta mañana.


—Buenas noches, mamá.


«Lo he hecho», se dijo mientras comenzaba a dormirse. Después de tantas veces de decir no, al fin había aceptado una cita con un hombre.


A la mañana siguiente, sintió las repercusiones de su aceptación.


Paula repasó lo que habían hablado. ¿La intención de Pedro era realmente que fueran como pareja? ¿O había realizado la invitación como un amigo?


En la mano derecha, sostenía un vestido azul con un cuello blanco y cintura estrecha. Siempre lo llevaba con un collar de perlas de su abuela.


En la mano izquierda, sostenía un vestido negro que nunca se había puesto. Lo había comprado porque era negro, pero cuando se lo probó, no le pareció adecuado para el luto. Demasiado corto, demasiado ajustado, con un leve y sexy encaje negro a lo ancho del escote que insinuaba…


—¿Eh, Paula? ¿Estás arriba? —llamó Emma Carlson desde las escaleras?


—Sube.


—Demasiados escalones —dijo Emma, que entró sin aliento en el dormitorio. Se sentó en la cama—. ¿Y el pequeño?


—Ha ido a pasar el fin de semana a la casa de mi madre —explicó delante del espejo viéndose distintos vestidos.


—¿Qué haces? —inquirió Emma.


—Intentando decidir qué ponerme.


~¿A dónde vas?


—Al baile —Paula se volvió hacia ella—. ¿Qué te parece?


—¡Creo que es maravilloso! —se levantó y la abrazó con fuerza—. ¡Después de todo este tiempo! Es el sheriff macizo, ¿verdad?


Paula sonrió. Luego frunció el ceño.


—Eso creo. Me parece que anoche me pidió que saliera con él.


—E intentas decidir qué ponerte —Emma expuso lo obvio—. ¿Te pidió que fueras con él simplemente o que fueras como pareja?


—Eso mismo me estaba preguntando yo —rió y se dejó caer en el sillón azul y verde.


—¿Lo has besado? —Paula asintió y ambas rieron—. Bueno —demandó Emma—, ¿cómo fue?


—Fue… —carraspeó—… fue bastante bueno.


—¿Bastante bueno?


—De acuerdo —reconoció con una sonrisa lenta—. Fue fantástico.


—Fantástico, ¿eh? —las dos volvieron a observar los vestidos—. Decididamente el negro —indicó Emma—. Tengo un par de zapatos que le van a la perfección. ¿Y qué vas a hacer con el pelo? —lo recogieron y dejaron que unos mechones cayeran sueltos—. Con ese vestido —garantizó su amiga—, mis zapatos y tus piernas, nadie te va a mirar el pelo. Pero creo que así te queda de miedo. Tengo una barra de lápiz de labios en el coche.


—Gracias, Emma —Paula la abrazó—. Estoy un poco nerviosa.


—¡Oh, Paula! Es justo lo que necesitabas. ¡Salir y besar a hombres maravillosos! A Jose le hubiera gustado que continuaras con tu vida. Hubiera querido que la vivieras.


Paula no tuvo tiempo de analizar sus palabras.


Cuando Emma iba a su coche, sonó el teléfono.


—¿Cómo va tu pie hoy?


—Bien. Ya no me duele.


—Entonces, ¿puedo esperar al menos un baile? —preguntó él.


—Hace años que no bailo —confesó, mirándose en el espejo mientras hablaba. Esbozó una amplia sonrisa.


—Entonces creo que ya es hora —afirmó Pedro—. Pasaré a recogerte a las ocho, si te parece bien.


—Perfecto —respondió—. A esa hora estaré lista.


Él rió y dijo otra cosa antes de colgar. Paula se perdió sus últimas palabras, inmersa como estaba en lo mucho que le gustaba su risa.


—Era él, ¿verdad? —preguntó Emma, jadeante después de haber subido la escalera a la carrera.


—Era él —confirmó Paula—. ¡Oh, Dios mío! Es como volver a tener diecisiete años.


—Tienes suerte —le entregó a su amiga el lápiz de labios—. Yo voy a ir con Steve Landis.


—¿Steve? —Paula estuvo a punto de atragantarse—. Es, bueno… es agradable.


—No importa —Emma se encogió de hombros—. En cualquier caso, mantiene su coche bien limpio. Creo que nos hace falta un broche más grande para tu pelo. Se maquillaron mutuamente y se arreglaron el pelo. Paula se probó el vestido, y Emma analizó a su amiga con ojos críticos.


—Das la impresión de querer ocultar algo —dijo mientras terminaba una porción de tarta de limón y se limpiaba las migas de las manos.


—Es muy corto —se bajó el vestido unos dos centímetros, pero el tejido no permanecía en su sitio.


—Está fantástico. Echa los hombros atrás y deja que las demás se mueran de envidia.



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