domingo, 26 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 32





Paula pensó en las palabras de su amiga mientras esa noche esperaba a Pedro junto a la puerta. Se había cepillado el pelo hasta que le dolió la cabeza, había estropeado tres medias y la barra de labios se había caído en el inodoro.


Le temblaban las manos y sentía el corazón desbocado. Tomó la decisión de cambiarse y habría subido corriendo a su dormitorio, pero unos faros brillaron por el camino de entrada a su casa.


Pedro había llegado. Tendría que ir, a pesar de los sentimientos encontrados que provocaba en ella su propio aspecto. Se puso el abrigo y salió antes de poder cambiar de parecer.


La noche era fría pero en el interior de la camioneta hacía buena temperatura. Pudo oler la agradable fragancia de la loción para después del afeitado de Pedro. Lo miró en la luz débil, y el corazón le dio un vuelco.


—Hola —la saludó—. Habría subido a…


—No hay motivo para ello —insistió, tratando de sonar segura—. Creo que ya nos conocemos bastante bien. Quiero decir, ahora trabajamos juntos. No hace falta mostrarse tan solícitos.


—¿Dónde está Manuel? —preguntó mientras ponía el vehículo en marcha.


—Ha ido a pasar el fin de semana con mi madre —respondió, y luego deseó haberse mordido la lengua. No quería dar a entender que estaba libre.


—Me comentó que iba a ir a pescar —la miró y su voz sonó extraña.


—Le encanta pescar casi tanto como le gustan los ordenadores.


«¿Se habrá arrepentido», se preguntó Pedro al notar el temblor en su voz. «¿Lamentará haber aceptado salir conmigo?»


Había hurgado un poco en su alma. Estuvo vestido y listo con una hora de antelación. 


Pensando en Raquel y Paula. Sintiéndose culpable y nervioso por un lado y sólo nervioso por el otro.


—Así que este baile es un acontecimiento importante —comentó al acercarse a la calle principal de Gold Springs.


—Se celebra desde hace casi cien años —repuso ella, contenta por disponer de un tema familiar—. La vieja taberna se abre sólo esta noche. El baile inaugura la Semana de los Fundadores para la ciudad, y concluye con el Día de los Fundadores para los turistas.


—He oído decir que el ponche de Dennie Lambert es todo un explosivo.


—Es verdad —rió—. Recuerdo cuando de pequeña mi madre se preparaba para ir al baile. Por aquí era el equivalente del baile de la Cenicienta. Solía recordarle a mi padre que no bebiera demasiado ponche y no hiciera el tonto.


Llegaron al centro de la parte antigua de la ciudad y Pedro aparcó en la atestada zona de aparcamiento, luego apagó el motor.


—¿Y le hacía caso?


—No lo sé —meditó en ello—. Nunca los vi llegar a casa. Siempre regresaban muy tarde.


—¿Por qué no vienen este año? —preguntó, reacio a dejar la camioneta para entrar en el edificio. Preferiría tenerla toda para él.


—Mi padre murió cuando yo aún iba al instituto —explicó, con la esperanza de no parecer melancólica—. Mi madre prefiere quedarse en casa y enterarse de los cotilleos por teléfono.


—Mis padres también murieron cuando mi hermana y yo éramos jóvenes —indicó él con suavidad—. Durante mucho tiempo, sólo estuvimos nosotros dos. Luego, ella se hizo adulta y se casó. Lleva una buena vida.


—Pero a veces desearías que no todos te hubieran dejado tan pronto, ¿verdad? —adivinó.


—A veces… —asintió—, pero no esta noche. Porque hoy vamos a ir al baile de la Cenicienta.


—Me temo que lo más probable es que yo sea una de las hermanastras de Cenicienta —musitó Paula con pesar.


—No pasa nada —le tocó la mejilla con un dedo cálido—. Yo no soy el Príncipe Azul, y tengo entendido que la Cenicienta termina a su lado.


—Creo que será mejor que entremos —respiró hondo y deseó ver sus ojos en la oscuridad—. Puede que no sea la Cenicienta, pero llevo tiempo sin salir. Quizá a medianoche aún me convierta en una calabaza.


Pedro rió y rodeó el vehículo para ayudarla a bajar.


—No quiero que caigas en ningún pozo de mina —abrió la puerta—. ¿Cómo está tu rodilla?


Ella se volvió, y exhibió ambas piernas con sus medias negras para que Pedro las examinara a la tenue luz de la taberna.


—Bien —logró indicar Paula mientras él las observaba con atención.


—He de coincidir con esa afirmación —repuso con una sonrisa—. Y la otra también parece hallarse en excelente forma.


—Yo, hmm… —se deslizó del asiento a sus brazos, y él la apretó contra su pecho.


—¿Albergas segundos pensamientos, Paula? —susurró en su oído.


—Terceros y cuartos —respondió con voz ronca, pero su boca estuvo lista cuando los labios de Pedro se posaron en los suyos.


Cuando se encontraba en sus brazos, todo estaba bien. El mundo giraba enloquecido, pero era el eje adecuado para ella. Sus labios estaban hechos para sus besos.


—No te preocupes tanto —susurró él, luego le besó el cuello.


—Es una afición —susurró mientras él le acariciaba la cara—. ¿Qué haces en mi vida?


La besó en la frente y en la comisura de los labios. La miró con un anhelo que resultaba inconfundible.


—Lo mismo que tú en la mía.


La acercó más y Paula no se resistió. Su calor y su cuerpo musculoso la hicieron temblar y pegarse a él. Sus besos le extraían toda la fuerza, pero la llenaban de magia.


En todos los años que había amado a Jose, jamás había sentido ese júbilo embriagador. Las emociones que la recorrían ante el contacto de Pedro eran más profundas y fuertes que ninguna que había experimentado por su joven marido.


Y ese pensamiento hizo que notara por la espalda el dedo helado del fantasma de la traición.


—Deberíamos entrar —indicó, apartándose. Era el último lugar en el que deseaba estar, pero los pensamientos eran demasiado dolorosos como para encararlos en sus brazos.


—Tienes razón —repuso con una voz que apenas reconoció como suya. Quería pedirle que se quedara allí con él, que volvieran a la casa y se olvidaran de la ciudad y sus mezquinas peleas. Quería hacer el amor con ella y lograr que el fantasma de su marido alcanzara el reposo eterno.


Al sentir que ella se apartaba se dio cuenta de que quería demasiado. Respiró hondo y la abrazó un instante más, aspirando su fragancia, deseando en vano haberla conocido primero, que Manuel fuera su hijo.


Deseando que su propio pasado hubiera sido distinto y que las sombras no lo alcanzaran de forma constante. ¿Cómo podía pedirle a otra mujer que compartiera su vida cuando sabía que era un error?


¿Cómo podía pedirle a esa mujer que lo arriesgara todo por él?


—Yo… desearía… —Paula no logró hallar palabras que explicaran lo que quería.


—Lo sé —dijo él, y luego se apartó adrede de ella—. Yo también lo desearía.


—Pero si no sabes lo que es —sonrió.


Pedro le tomó la mano y se puso a caminar hacia la taberna antes de que olvidara su voto de paciencia.


—Sea lo que fuere, no me importa añadir mi voluntad de deseo a su realización —dijo.


—¿Aunque fuera algo que no te gustara? —inquirió ella.


La miró con la mano apoyada en el pomo de la puerta.


—Si te hiciera feliz, Paula, cuenta conmigo.


Ella iba a hablar cuando las puertas se abrieron y la luz y el ruido de la taberna se extendieron a la calle.


—¡Sheriff! ¡Paula! ¡No os quedéis ahí afuera bajo el frío!




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