sábado, 25 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 28




A la mañana siguiente, llegó temprano a la oficina con el fin de cerciorarse de ver a Pedro


Llevaba la carta de dimisión en el bolso.


Pasó por debajo del nuevo cartel, admirando la obra que había hecho Doug Ruggles. Gold Springs empezaba a aceptar al nuevo sheriff, aunque fuera un foráneo.


—¿Hola? —llamó, dominada por la ira mientras entraba en el viejo edificio.


El silencio era perturbador. Estaba a punto de marcharse para esperarlo en la calle cuando las puertas dobles se abrieron de golpe y se desató el infierno.


—No podréis retenerme aquí —gritó Ricky Chaves mientras se debatía con los dos ayudantes que lo llevaban por los brazos.


—Tranquilo —aconsejó Pedro, siguiéndolos al interior y cerrando las puertas—. Siéntate, Ricky.


—Mis padres vendrán con nuestro abogado —amenazó Ricky, sin dejar de intentar quitarse de encima a los agentes, a pesar de ir esposado. 


Su rostro joven exhibía algunos cortes, aunque nada grave; pero Paula fue a buscar el botiquín de primeros auxilios.


—Me alegra que estés aquí —musitó Pedro cuando ella volvió.


—¿Qué hace Ricky aquí? —preguntó, furiosa porque lo suyo tuviera que esperar.


—Volvió a celebrar carreras de coches con sus amigos en el cruce —explicó el sheriff—. Se hizo esos arañazos al chocar contra un árbol.


Los dos ayudantes se marcharon para ir a buscar al resto de conductores. Otros dos estaban en el otro coche patrulla.


—Averigua cómo se llaman —instruyó Pedro a Paula—. Llamaremos a sus padres desde aquí para que puedan venir a recogerlos.


—¿Qué haces aquí, Paula? —preguntó Ricky cuando ella abrió el botiquín en la mesa.


—Trabajo aquí —explicó, sacando un trozo de algodón y Betadine—. No te muevas, te limpiaré los cortes.


—¿Trabajas aquí? —rió enfadado—. ¡No pienses que por mucho tiempo! ¡Sabes que mamá cerrará este sitio en cuanto sepa lo que ha pasado!


—No puedes cerrar una oficina del sheriff porque no te guste lo que hace —le informó con paciencia—. Cuando quebrantas la ley…


—La ley es lo que nosotros decimos que es —cortó Ricky, apartando la cara de su contacto—. Y tampoco te dará las gracias por estar aquí, ¿sabes?


—Lo sé —reconoció.


Los Chaves entraron por las puertas cuando el segundo grupo de jóvenes era conducido al interior. Joel y Ana vieron a Ricky y fueron a su lado.


—¿Qué sucede aquí? —demandó Ana; entonces vio a Paula cuando ésta llamaba a los padres de los otros muchachos—. ¡Paula! ¿Tú formas parte de esto?


—Señora Chaves, señor Chaves —habló Pedro, atrayendo su atención. Tenía el rostro impertérrito.


—Sheriff —Joel asintió—. ¿Qué ha pasado?


—Tuve que traer a su hijo por correr en el cruce de caminos. Les hemos hecho a los chicos muchas advertencias, y no han hecho caso.


—No me extraña —se mofó Ana Chaves, con la cabeza blanca muy erguida—. Los jóvenes han corrido ahí desde que yo era niña. No puede entrar en la ciudad y ponerle fin a eso.


—Lo que su hijo ha estado haciendo va contra las leyes del estado y del condado, señora Chaves —Pedro la miró fijamente—. Quizá en su época no lo fuera. En la actualidad, el condado quiere que no haya carreras.


—¡Es ridículo!


—Ana —su marido intentó callarla.


—Nuestro abogado no tardará en llegar —continuó sin prestarle atención.


—No he arrestado a Ricky —expuso Pedro—. Quería cerciorarme de que los padres de los chicos supieran lo que estaba sucediendo. Son menores, pero la próxima vez, pasarán la noche en la celda del condado.


—Agradecemos la advertencia —dijo Joel, estrechándole la mano—. ¿Podemos llevarnos al chico a casa ya?


—Claro. Retendremos su coche, o lo que queda de él, durante tres días. Luego puede venir a recogerlo.


—Lamentará esta decisión —añadió Ana con acritud—. Vamos a casa, Ricky.


Otros padres iban llegando con diversos grados de enfado y hostilidad. Algunas de las madres lloraban. Unos pocos padres gritaban al sheriff y a sus hijos.


Paula observó desde su mesa. Pedro en ningún momento alzó la voz, y con calma, explicó lo sucedido y qué pasaría si los jóvenes eran sorprendidos de nuevo en las carreras. Su rostro por lo general expresivo se veía impasible, pero los ojos exhibían una expresión vigilante. Paula tuvo la impresión de que, si alguno de los padres hubiera hecho algo más que gritar, habría estado preparado para actuar.


Entonces, se dio cuenta de que había una diferencia entre Pedro y Jose.


Jose había sido un espíritu realmente plácido, realizando sus buenas obras como un boy scout grande que se ganara sus medallas al mérito.


Pedro era más duro, más decidido. Una parte de él esperaba y observaba hasta ver el problema. 


Parecía más un soldado cumpliendo con su trabajo y menos un boy scout haciendo buenas obras, a pesar de que parecía dedicar su tiempo a ayudar a los demás.


Lo cual le recordó su propio problema. Los últimos padres se marchaban y los cansados ayudantes iban a tomar café.


E.J. Marks, ayudante y perforador de pozos, que había abierto el pozo de agua de Paula, le hizo un gesto cortés. Parecía estar de gala con su uniforme.


—¿Quiere acompañarnos, señora Chaves?


—No, gracias, E.J. —respondió con suavidad, deseando que se marchara para acabar con su asunto.


—¿Sheriff? —miró al hombre que había detrás de ella con respeto y algo próximo a la amistad en sus pálidos ojos azules.


—No, gracias, E.J. Quizá más tarde —Pedro se sentó en el borde de un viejo escritorio cerca de la entrada. E.J. asintió y se fue—. De acuerdo —continuó Pedro—. Aquí estoy. Un blanco predispuesto.


—¿A qué te refieres? —preguntó nerviosa—. ¿Acaso ahora lees los pensamientos? —él le sonrió y Paula apartó la vista.


—No hace falta mucha telepatía saber que el señor Spivey al fin te cambió la caldera y luego me delató.


—¿En qué pensabas? —exigió ella, con las manos apretadas con fuerza.


—Pensaba que no había motivo para que Manuel y tú sufrierais. Trabajas para mí. Podemos establecer un plan de pago.


—¿Y qué clase de plan de pago se te ha pasado por la cabeza? —lo miró furiosa.


—Uno en el que pagas lo que puedes cada semana hasta saldar la deuda —indicó despacio, sin dejar de observarla—. ¿Qué habías pensado tú, Paula?


—Nosotros… bueno, tú me besaste.


—Y tú también me besaste —replicó.


—Pensé que tal vez quisieras más —explicó incómoda.


—Y así es —sus ojos no titubearon—. Me refiero a que quiero más. Pero espero no haber llegado a un punto en mi vida en que tengo que chantajear a una mujer para que mantenga una relación conmigo.


—Bien —dijo Paula, intentando encontrar una salida a una situación difícil. Ella había hecho que fueran más allá de una relación de jefe empleada. Mientras buscaba palabras, luchó con furia para retroceder.


—Bien —él se incorporó y se limpió los pantalones con mano despreocupada—. ¿Podemos volver ya al trabajo?


Ella asintió, aliviada.


—¿Tuviste tiempo de echarle un vistazo al plano?


—Sí —indicó Pedro—. Tendré que recibir la autorización de la comisión, pero me pareció prometedor.


—Bien —contestó ella, de repente tímida—. Me… hmm… pondré a trabajar en otra cosa.


—Debes llamar a la oficina del condado y establecer un horario para empezar el cursillo de preparación antes de que llegue todo el equipo.


—De acuerdo.


Pedro le sonrió.




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