sábado, 25 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 27




Manuel salía de la escuela antes de que Paula regresara a casa. Decidieron que el autobús lo dejara en el hogar de los Chaves y que pasaría a recogerlo al salir del trabajo.


Manuel le mostró el principio de una escultura de madera que iba a hacer con la ayuda de su abuelo mientras la esperaba cada tarde.


—Es un pato —anunció, sosteniéndolo con orgullo.


—Es estupenda. ¿Cómo ha ido la escuela hoy?


—Bien, supongo. Este año quieren que actuemos en una obra para navidad. Algo con ángeles y ovejas. Como hacen en la iglesia todos los años.


—Suena muy bien —repuso ella—. ¿No te parece?


—Yo no quiero ser una oveja —confesó—. No quería estar en esa obra tonta, pero lo que de verdad no quiero es ser una oveja.


—Imagino que todo el mundo ha de ser algo. No todos pueden tener los personajes buenos.


—Supongo —se encogió de hombros y dejó la mochila—, ¿Qué hay para cenar?


Repasó mentalmente lo que tenían.


—Podemos comer pastel de carne o pizza. Con cualquiera emplearemos el horno, y así la cocina estará más caliente.


—¿Podemos acompañar el pastel con patatas fritas?


—Claro.


—¿Cuándo vamos a arreglar la caldera? 


Empieza a hacer mucho frío.


—Espero que pronto —Paula lo observó trazar un dibujo en la ventanilla de la camioneta. En realidad, no estaba segura de que pudieran disponer de ese dinero. Había intentado conseguir un préstamo, pero su economía no representaba un riesgo controlado para el banco. Podía pedírselo a los Chaves, pero odiaba pensar en ello. Detuvo el vehículo en el patio y miró a Manuel—. Encendamos la chimenea y comamos allí. Y también hará más calor para que puedas hacer tus deberes en el salón en vez de emplear la mesa de la cocina.


—¿Tengo que llevar leña? —gimió Manuel.


—Pondré a hacer la cena y te ayudaré —sugirió ella.


—De acuerdo.


Entraron y Manuel dejó los libros en la mesa de la cocina.


—Hace calor aquí.


Paula asintió. Sintió una leve esperanza de que la vieja caldera hubiera funcionado, de que todavía no estuviera perdida. No era posible, pero, no obstante, entraba aire caliente por el conducto de la calefacción.


—Hay calor —se alegró Manuel—. ¡Podemos cenar algo que no sea congelado!


—Quizá el señor Spivey pudo arreglarla —Paula frunció el ceño. Marcó el número del fontanero y se lo preguntó.


—¡Eso sí que es gracioso, señora Chaves! —exclamó regocijado—. Como si ese trasto se pudiera arreglar.


—Pues está funcionando —explicó, irritada.


—¡Es la caldera nueva! Ha de durar por lo menos veinte años. ¿A que es estupenda?


—Pero, señor Spivey —Paula analizó sus palabras—, yo no pagué ninguna caldera nueva.


—Eso es verdad. Pero el dinero del sheriff es tan bueno como el suyo, señora Chaves.


—¿Del sheriff? —demandó, con un nudo en el estómago.


—Vino a pagarla hace unos días. Debió olvidar comentárselo.


—Habrá sido eso —aceptó—. Gracias, señor Spivey.


Paula intentó ponerse en contacto con Pedro en la oficina mientras Manuel hacía sus deberes, pero no obtuvo respuesta. Le costaba creer que un hombre que apenas la conocía encargara que le pusieran una caldera nueva en su casa.


Y justo cuando pensaba que todo iba a salir bien. Eso era lo más duro. Había calculado que en poco tiempo podría comprar la caldera. Pero iba a tener que sufrir la humillación de pedirle al señor Spivey que se la llevara o solicitar el dinero prestado a los Chaves para pagarle a Pedro Alfonso.


«¿Cómo puede hacerme algo así?», pensó en mitad de la noche mientras caminaba de un lado a otro de su templada habitación. En algún momento antes del amanecer decidió que él quería algo a cambio y que esa era su manera de pedirlo. Las miradas cálidas, el beso en la cocina. ¡No era mejor que Tomy Chaves!


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