lunes, 20 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 12




El jueves por la tarde Pedro ya disponía de una docena más de alguaciles que los que necesitaba para las patrullas. La noticia se había difundido con rapidez por toda la región. 


Contables y agentes de bolsa competían con abogados y maestros por los puestos súbitamente codiciados.


Ninguno había pertenecido jamás a las fuerzas del orden ni había manejado un arma, salvo durante el servicio militar o en alguna remota cacería. Pero era lo mejor que llegaría a encontrar. Con el adiestramiento adecuado, lo harían bien. Les prometió tomar su decisión en poco tiempo y se llevó consigo el fajo de solicitudes.


El condado le permitía usar el viejo ayuntamiento, un edificio medio en ruinas situado en el centro de la ciudad. No era algo permanente y distaba mucho de ser el sitio para levantar una comisaría, pero era un comienzo.


Miró el reloj con una mueca. Todo se había vuelto inestable, y por primera vez en su vida, se encontró esperando para obtener lo que quería.


No era una posición fácil ni envidiable. Cerró la puerta de su nueva camioneta y la puso en marcha.


Por naturaleza era un hombre paciente, pero la ambición lo había empujado con fuerza en su juventud. Había realizado exigencias imposibles sobre sí mismo y otras personas. Y había pagado un precio alto por su éxito.


Pero jamás había soñado con lo que iba a encontrar en Gold Springs. Paró en el camino de tierra que era poco más que un claro en la maleza imperante.


La casa de los Hannon se venía abajo. Las aves habían anidado en ella en la primavera y el verano, y había ejemplares de varias generaciones de ratones.


No había mentido cuando expuso en la reunión que la oferta de casa y tierra lo había ayudado a aceptar el trabajo, aun cuando el salario dejaba algo que desear.


Tenía, cuarenta años, diez años mayor que su padre cuando lo trajo al mundo. Había empezado a sentir que el tiempo continuaba su marcha sin él.


Cuando empezó a darse cuenta de que faltaba algo en su vida, le había parecido un tópico más. 


Pero una visita a la casa de su hermana se lo había confirmado. Quería una familia. Alguien que estuviera allí al final del día. Un lugar donde vivir que no fuera la habitación de un motel.


Siempre había terminado por dejar los sitios en los que había trabajado. Era la naturaleza de la carrera que había elegido. Recorría el país estableciendo oficinas de sheriff para que otra persona las ocupara. Gold Springs sería la primera que establecería para sí mismo.


La vida que llevaba había sido elección suya, pero ya se había cansado de ella. No podía huir siempre. Una casa en Gold Springs era tan buen lugar como otro para asentarse.


Bueno, la tierra no estaba mal. La mitad con árboles y la otra mitad con terreno de cultivo. 


Haría falta algo de esfuerzo para cultivarla, pero estaba acostumbrado a trabajar duro.


En cuanto a la casa, sólo había una cosa que se podía hacer… derribarla y empezar desde los cimientos. Eso iba a requerir más dinero que el que había calculado cuando aceptó el cargo.


Retrocedió la camioneta hasta el poste eléctrico recién conectado y apagó el motor. La pequeña caravana que había remolcado antes al patio sería su hogar por el momento.


Se encorvó en la diminuta ducha y se afeitó en el pequeño lavabo, no más grande que un plato de sopa. Disponía de electricidad gracias a la conexión del poste, y la tubería principal de la casa le aportaba agua. Además, tenía una cama lo suficientemente grande en la que estirarse, ¿qué más se podía pedir?


Mientras se vestía atento a no golpearse los brazos en la pared, pensó en Paula.


Llevaba años sin mantener una relación seria. 


Por lo general, cualquier relación que tenía con una mujer duraba una o dos noches. Sabía que Paula sería diferente.


Cuando lo miraba, incluso con la manivela de hierro en la mano, era como si todo su cuerpo crepitara con electricidad. Quería escuchar su voz en la oscuridad y verla reír al sol.


Quizá se estaba haciendo viejo. ¡Hasta le gustaba su hijo!


Pero había visto lo que la muerte de Jose Chaves había dejado para Paula y Manuel. Mirar en sus ojos había sido como mirar en el pasado, en los ojos dominados por el miedo de otra mujer.


Hacía quince años que su ambición y su estilo de vida le habían costado la pérdida de Raquel.


No se había dado tiempo para serenarse ni pensar en lo que había sucedido entre los dos.


Se miró en el pequeño espejo y se inclinó para observar su reflejo. Tenía el pelo mojado y los ojos llenos de recuerdos. Justo cuando pensaba que podría dejarlos atrás, cuando creía que había huido bastante, se topaba cara a cara con ellos.


No había respuesta. Ningún sitio en el que poder esconderse. Las pequeñas ciudades nunca eran lo bastante remotas. Y ya estaba cansado de escapar.


Respiró hondo. Si Gold Springs era un sitio tan bueno como cualquiera para establecerse, entonces una cena con Paula era igual de buena para empezar su nueva vida.


Entró en el patio de Paula, desconcertado por los cinco o seis coches que vio en su camino. 


¿Iba algo mal?


Llamó a la puerta. Alguien gritó que pasara. 


Entró en la cálida cocina.


Cinco pares de ojos pertenecientes a las cinco damas que rodeaban la mesa lo miraron. 


Parpadearon sorprendidas, como búhos sobresaltados.


—¡Sheriff Alfonso! —exclamó una dama mayor mientras las otras reían como colegialas.


—¡Qué agradable verlo!


Todos fueron presentados mientras lo conducían al gran salón.


—Ha llegado justo a tiempo para cenar —Dennie Lambert agitó las pestañas en su dirección.


Captó los ojos de Paula mientras ésta depositaba una gran sopera en la mesa.


—¿El gazpacho de romero? —preguntó él.


Paula asintió, sólo un poco incómoda ante la expresión de su cara.


—Y el comité del Día de los Fundadores para este año.


—Y todos los años —alguien rió, y las demás volvieron a emitir sus risitas.



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