lunes, 20 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 13




La comida fue deliciosa y transcurrió con rapidez. Las cinco damas devoraron cada una de las palabras de Pedro, al igual que dos hogazas de pan recién horneado. Se sorprendieron y quedaron complacidas de que su nuevo sheriff quisiera tomar parte en la celebración del Día de los Fundadores.


Preguntaron su opinión sobre todo, desde los permisos para el desfile hasta detener el tráfico. Paula sirvió café, y le pasó una taza mientras, sentado entre las mujeres, respondía a sus preguntas de forma sosegada y educada.


Ella sabía que iban a ir a la cena, desde luego. 


Le había parecido una buena manera de indicarle que no pensaba verlo solo. Que no le interesaba de ese modo.


Pero al observarlo con las señoras mayores se dio cuenta de que había sido un golpe bajo. Él le había dicho que no lo considerara una cita, aunque Paula sabía lo que él esperaba.


«Debí decírselo», pensó, dejando la cafetera tras haber rellenado todas las tazas. No tendría que haberle preocupado tanto lo que él fuera a decir.


A medida que transcurría la velada y la conversación continuaba, Paula no pudo evitar notar que Pedro no volvió a mirarla. Decidió que o estaba enfadado o realmente no le importaba que no estuvieran solos.


Prestó atención a las mujeres, todas lo bastante mayores como para ser su abuela, y habló con ellas como si para él fueran importantes.


Ése era un rasgo que había percibido en el acto en Pedro. Tenía un modo de escuchar que hacía que las personas sintieran como si no hubiera nada que le importara más que lo que le decían.


Comenzó a recoger los platos de la cena, sin perder el tono más profundo de su voz cada vez que él hablaba. En vez de mostrarse abatido y de culparla por la velada que le había impuesto, parecía divertirse en grande.


Volvió a mirarlo y luego entró en la cocina, donde dejó la vajilla en el fregadero con agua caliente y jabonosa.


Llegó a la conclusión de que poseía la agilidad de un felino. Comenzó a fregar los platos con movimientos bruscos.


Primero estaba dispuesto a pasar por alto la condición de la casa que le habían dado y el recibimiento que le ofreció la ciudad. Luego, si había quedado decepcionado con su cita, no lo había dejado entrever; ni siquiera había pestañeado.


—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Pedro asomando la cabeza por la puerta.


—No —respondió, sorprendida por estar tan enfadada—. Vuelve al salón y hechízalas tal como hiciste con los asistentes a la reunión la otra noche.


—Se me da muy bien secar los platos —informó mientras recogía una toalla de cocina.


—No necesito tu ayuda para secarlos —expuso sin rodeos—. Me arreglo bien sola.


—¿De verdad? —la inmovilizó con la mirada—. ¿Ése es el motivo para todo esto? ¿Intentas mostrarme que no necesitas a nadie? —ella se negó a contestar y continuó fregando con furia hasta que él se acercó a su lado—. ¿Paula?


—Lo siento —soltó, con un plato mojado en la mano—. Esto no se me da bien.


Él se lo quitó y lo dejó en el armario después de secarlo.


—No tienes por qué sentirlo —afirmó, sin molestarse en fingir que no entendía.


Lo miró mientras una lágrima escapaba por el ángulo de un ojo. La angustia que vio en ella tocó una fibra sensible en él.


—No creo que pueda volver a sobrellevarlo —intentó explicarse—. Ha pasado tanto tiempo…


—Está bien —apoyó la mano en su hombro, apesadumbrado por la expresión de abandono que vio en su cara. Quiso decirle que no era importante, que no había significado tanto. Pero no pudo.


Ella respiró hondo, entrecortadamente, y esa fue la perdición de Pedro, que la abrazó con delicadeza. Su intención era consolarla como habría hecho con un niño. La sostuvo, oliendo el champú que usaba en su pelo, intentando no sentir las suaves curvas de su cuerpo contra el suyo.


Paula se aferró a Pedro, y recibió fuerza de su sólida calidez hasta que sintió que los labios de él rozaban su pelo mientras murmuraba palabras incoherentes.


Giró el rostro hacia él. Sus ojos le recordaron la profunda quietud de un lago, reflejando sus propias lágrimas. Sin atreverse a respirar, contempló su boca, a muy corta distancia de la suya.


La intensidad de su beso, una explosión silenciosa de luz y vida dentro de Paula, hizo que cerrara los ojos. Dejó de pensar. Más tarde, ella recordaría todos los detalles… su fragancia limpia, la calidez de sus labios, el modo en que la pegó a él.


Se apartó, aturdida por el contacto físico. Pedro la soltó, pero sus ojos no se apartaron de su cara en ningún momento .


—Paula —susurró, queriendo llevarse su dolor; sin desear perder la sensación de plenitud que ella le había aportado.


Con un grito ahogado, ella volvió a estar en sus brazos, hambrienta del sabor de Pedro en su boca, agarrada como si siempre hubieran estado juntos.


Paula sintió el borde de la encimera en su cadera. Luego, él la alzó hasta sentarla.


Aplastada contra su pecho, con las piernas abarcándole los costados, abrió la boca cuando el beso se profundizó, y una necesidad que no había sabido que tenía dentro hizo que la negación fuera imposible.


Con sensación febril, abrió los ojos cuando sus labios bajaron por su cuello hasta un pecho. 


Como en una neblina, vio a las cinco mujeres de pie a unos metros, observándolos en silencio.


Tammy soltó una risita, cuyo sonido alertó a Pedro.


—Se hace tarde —comentó la hermana de Dennie Lambert, Mandy—. Nos vamos, Paula.


—Adiós —Tammy volvió a emitir la misma risita.


—Buenas noches, señoras —Pedro lo encajó con ecuanimidad y se volvió hacia ellas—. Espero con ganas el Día de los Fundadores.


—Nosotras también —dijo una cuando la puerta se cerró tras ellas.


—¡Oh, Dios mío! —exclamó Paula en el súbito silencio. Agachó la cabeza. ¡Sería imposible detener los cotilleos!



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