domingo, 19 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 11





El resto de la reunión continuó sin problemas. La gente se levantó y charló un rato mientras bebía café y tomaba unas galletitas aportadas por las Hijas de la Revolución Americana.


—¡Paula! —David Martin se acercó a ella. Le dio un beso y la abrazó—. ¡Has perdido algo de peso!


Ésta observó al hombre que había detrás de él, luego sonrió a David.


—Sólo una calorías de más que tenía —explicó—. ¿Cómo te va?


—Bien. Deidre te envía recuerdos, y los niños siempre nos insisten en que los llevemos a jugar con Manuel. ¿Cómo está?


—Muy bien. Ganó el segundo premio en el concurso de ciencia —informó, muy consciente de la presencia de Pedro, que escuchaba lo que decían.


—Quiero presentarte a alguien —indicó David, haciendo que el nuevo sheriff se aproximara—. Le dije que, de todo el mundo en Gold Springs, podía contar contigo. Pedro Alfonso, te presento a Paula Chaves. Es la viuda del hombre que fue alguacil aquí durante diez años. Jose y yo éramos muy buenos amigos.


—Ya nos conocemos —Pedro asintió y le sonrió—. Me complace verte de nuevo.


—Has hecho un buen trabajo esta noche —comentó ella—. Conseguir que Tomy Chaves se calle es casi un milagro.


—Le comenté lo mismo —David rió—. ¿Tomy aún va detrás de ti?


Paula bajó la vista al suelo y deseó que David no tuviera que revelar todos sus secretos a la vez.


—Ya lo conoces —dijo—. No sabe cuándo abandonar.


—He de irme —volvió a besarla—. Venid el domingo a cenar con nosotros. No lo olvides.


—Llamaré a Deidre —prometió.


Mike Matthews se acercó, le hizo un gesto a Paula y luego extendió la mano hacia el nuevo sheriff.


—Cuente conmigo para lo que necesite, sheriff.


—Gracias —repuso Pedro, estrechándole la mano—. Me vendrá bien su experiencia, Mike.


—No deje que esos Chaves lo molesten —miró a Paula con cautela—. Señora.


Solos en un rincón de la iglesia, no se miraron y observaron a la multitud a su alrededor.


—Veo que la gente tiene opiniones encontradas acerca de los Chaves —comentó Pedro al final.


—Es una familia que no pasa desapercibida —ella asintió y sonrió—. Los quieres o los odias.


—David dijo que tu marido era un buen hombre —la contempló con atención.


—Lo era —corroboró Paula con sencillez, luego tiró a la papelera su taza de papel vacía—. He de irme, sheriff. Espero que todo vaya bien.


—Gracias. ¿Puedo llevarte yo para variar?


—No, gracias. He venido en mi camioneta.


—Al menos me gustaría acompañarte hasta la salida —respondió, como si hubiera anticipado su respuesta—. Hay algo que me gustaría pedirte.


—De acuerdo —consintió, curiosa. De pronto, el corazón volvió a latirle con fuerza, y sintió seca la boca. ¿Qué querría?


Fuera la noche se había vuelto fresca. Se intuía una escarcha, aunque el frío tardaría más o menos un mes en llegar.


La puerta se cerró a su espalda, dejando el aparcamiento delante de la iglesia apenas iluminado.


—La única vez que aquí se ven tantos coches —rió Paula— es el Día de los Fundadores. Eres famoso, sheriff.


—Creo que se acerca más a infame —admitió caminando a su lado—. Ya pasará.


—Casi todo —coincidió ella—. Los Chaves no olvidarán.


—También me ocuparé de ellos —indicó.


—Bueno, ya hemos llegado —apoyó la mano en la puerta de la camioneta—. Ha sido un paseo muy corto.


—De eso quería hablarte —se apoyó en el costado del destartalado vehículo—. Me gustaría salir contigo. Si quieres, puedes traer a Manuel. Tal vez podrías mostrarme algunas de las vistas, y podría invitarte a cenar.


—No acepto citas —le ofreció la respuesta estándar que tantas veces había empleado.


Le temblaban las manos. No lo miró al hablar. 


Temió que pudiera notar el anhelo que de repente creció en su interior ante la idea de pasar tiempo con él. Tal vez hubiera poca luz, pero su imaginación hizo que ese deseo pareciera un brillo ardiente y dorado dentro de ella.


Él le tocó las manos apretadas y de pronto las noches se tornaron demasiado largas y los años futuros la miraron.


—Estás temblando —observó él con suavidad—. ¿Asustada o tienes frío?


—Asustada —reconoció en un susurro. Al mirar a Pedro en la oscuridad supo que no era el hombre adecuado. El dolor de perder a Jose era demasiado reciente, y Pedro era otro hombre cortado por el mismo patrón. Un luchador cuando consideraba que algo era justo. Un héroe.


—Entonces, no lo consideres una cita —mantuvo la puerta de la camioneta abierta para ella—. Piensa que es ayudar a un hombre que no tiene cocina.


Paula lo observó y se preguntó si sólo con mirarla sabía qué teclas apretar. Parecía diestro en ello.


Y si la consideraba en parte responsable por el lugar caótico que le habían dado para vivir, ¿acaso ella también no se culpaba?


—De acuerdo —aceptó con cuidado—. El jueves por la noche voy a preparar gazpacho con romero. Puedes venir y cenar con nosotros.


—El jueves por la noche —frunció el ceño, contento de que ella hubiera aceptado pero sin saber muy bien por qué los había situado a ambos en esa posición.


—A eso de las siete —arrancó la vieja camioneta—. Ya conoces el camino.


Sí, lo conocía. La observó perderse en la noche. 


Sólo esperaba poder recordar el camino de regreso.


En todos los planes que había hecho para su nueva vida en Gold Springs, no había planeado que apareciera Paula Chaves. Era una sorpresa que la vida había introducido en la ecuación.


En ese momento, no sabía si era una sorpresa buena o mala. Pero sabía que tenía que averiguarlo.




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