viernes, 3 de mayo de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 39




Las manos de Pedro no le temblaron en absoluto mientras la examinaba.


Había leído tanto sobre el parto durante el último mes que, en teoría, sabía lo que tenía que hacer. Pero, por si acaso, estaba rezando para sí, prometiendo cualquier cosa para que todo fuese bien. Tenía dos vidas en sus manos y la responsabilidad le pesaba. Se sentía inútil al ver que no podía hacer nada para aliviar el dolor por
el que Paula estaba pasando. Se maldijo por haberse apartado de ella deliberadamente. Si algo le pasara a ella… o al niño, tendría que vivir con ello por el resto de sus días.


—Paula, ya sale la cabeza —dijo, agarrándole la mano y llevándosela para que la tocara—. Un par de empujones más, cariño. Lo estás haciendo muy bien —afirmó, aunque ni él mismo creyese que lo que había dicho era verdad hasta que el bebé se deslizó entre sus manos—. Tenemos una hija, ¡y es perfecta!


Con la niña contra el pecho, Paula se sintió inundada por una inmensa alegría.


— ¡Lo hemos conseguido! ¡Lo hemos conseguido! —exclamó, jadeando, tocando los deditos de la niña, maravillada por el milagro de la nueva vida que tenía entre los brazos.


—Tú lo has conseguido.


Con sus pocos conocimientos sobre el parto, Pedro se las arregló para cortarle el cordón umbilical y después contempló a su hija, a la hija de ambos, perfecta y hermosa.


Mathilde regresó una hora más tarde. Cuando  abrió la puerta, los ojos se le
salieron de las órbitas.


— ¡Gabriel! —gritó—. Le doctor…


—Ya es tarde para eso, Mathilde —observó Paula, mirando el rostro de su hija.


—Llámalo de todas maneras, Mathilde —dijo Pedro.


—No tengo que ir al hospital, ¿verdad?


— ¿Por qué no dejamos que sea el médico quien lo decida?


—Es preciosa, ¿verdad?


—Es maravillosa. ¿Me… me la dejas?


—Claro. Es tu hija. No sé qué habría hecho si no hubieras llegado.


—Supongo que te las habrías arreglado —respondió él, tomando al bebé entre sus brazos.


Había algo en aquella mirada tan inquisitiva que hizo que a Paula se le encogiera el corazón. 


Estaba tan orgulloso, todavía tan aturdido por la nueva vida que había traído al mundo… Paula se dio cuenta de que no podía quitarle a su hija, era parte de él, parte de los dos.


—Sabías que iba a ser una niña. ¿Has pensado en algún nombre? —preguntó ella.


— ¿Me estás pidiendo mi opinión? Me gusta Raquel —respondió con un gesto de agradecimiento en el rostro.


—Raquel Chaves… mmm… me gusta.


— ¿Qué tal Raquel Alfonso? —Preguntó, mientras Paula le lanzaba una mirada de alarma—. No me respondas ahora, piénsatelo —añadió suavemente, como arrepintiéndose—. Debes de estar muy cansada.


— ¿Por la niña… por Raquel? —preguntó Paula con un nudo en la garganta.


—Nos necesita a los dos.


Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. Lo que Pedro le ofrecía era chantaje emocional y un enfoque práctico de la situación y lo que ella quería era amor y pasión. Durante un momento, todo había parecido perfecto. Raquel no cambiaría lo que Pedro sentía por ella, y tampoco cambiaría lo que ella sentía por él. 


¿Pero cómo podía rechazar lo que él le ofrecía?


La niña empezó a llorar y Pedro se la devolvió a Paula y observó fascinado la fuerza con la que se agarraba al pecho de la madre. Se sentó en una silla, pero se sintió como si sobrara, como si estuviera fuera de todo lo que estaba ocurriendo. Por eso, se levantó, y sin que Paula se diera cuenta, salió de la habitación. Se sentía más capacitado para los asuntos prácticos. 


Había gente a la que informar y un teléfono que arreglar.




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