viernes, 3 de mayo de 2019
AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 40
—¿Estás intentando apartar a ese hombre de tu lado? —preguntó Lydia.
—Madre, estoy cansada, así que si quieres discutir, te agradecería que lo hiciéramos más tarde —respondió Paula con una expresión de resignación.
Lydia había ido unos días después del nacimiento de Raquel, hacía seis semanas, y la situación se estaba haciendo insostenible para Paula. Sabía que debería sentirse agradecida, y lo estaba, pero a Lydia no le gustaba la relación que tenía con Pedro y no tenía reparos en que se supiera lo que pensaba.
—¿Te parece bien que ande correteando por todas partes con esa… mujer?
—Eso no es asunto mío —le espetó—. No tengo el monopolio de su tiempo. Pedro me ayuda con Raquel cuando lo necesito.
—¿Y eso te basta?
—Me tendré que conformar —dijo Paula muy abatida.
La expresión de Lydia se suavizó, pero no por ello cejó en su empeño.
—No te parece que podrías ser un poco más… amable con él.
—¿Qué me estás sugiriendo?—preguntó Paula con exasperación—. ¿Qué baile la Danza de los Siete Velos encima de la mesa?
—Si funciona… ¿por qué no?
—¡Madre!
—Y podrías preocuparte más de tu aspecto…
—Gracias por el apoyo moral, madre.
—No puedo soportar que seas tan obstinada. Si quieres a ese hombre, ¿qué hay de malo en demostrárselo?
Paula se sonrojó y salió pensativa de la habitación. Mientras se marchaba, Lydia añadió:
—Y tú quieres a Pedro, ¿verdad?
—Me pregunto cuánto tiempo se va a quedar mi madre —comentó Paula a Pedro—. ¡Me está volviendo loca! No me lo digas, sé que le tendría que estar agradecida —añadió con tristeza cuando él la miró con perplejidad.
—Toma, bébete esto —respondió él, dándole una copa de vino.
—¿Crees que puedo? —dudó Paula.
—Media copa de vino no le hará ningún daño a Raquel. Le hará mucho más daño si su madre está que se sube por las paredes a las tres de la mañana. Te relajará.
—Nunca pensé que fuese tan agotador —comentó Paula, bebiéndose el vino a sorbitos. «Dios mío, mamá tenía razón. Estoy espantosa».
—Es sólo al principio —dijo sentándose en una silla a horcajadas—. Deberías irte a la cama e intentar dormir algo. Si Lydia despierta a Raquel otra vez, la estrangularé y la enterraré en el jardín. A Lydia, no a Raquel.
Aquel comentario hizo reír a Paula.
—Supongo que estoy tomándomelo muy a pecho, pero nada de lo que hago está bien, según ella —explicó con frustración.
—Su madre probablemente hizo lo mismo con ella.
Paula contempló a Pedro a través de la copa de vino. Tenía una tranquilidad pasmosa, nada le hacía perder los nervios, ni siquiera el llanto de la niña a las dos de la mañana.
—Creo que no hubiese podido sobrellevar todo esto sin ti —dijo ella con voz ronca. Aquellas palabras hicieron que Pedro la mirara fijamente—. Tengo suerte.
—Me sorprende mucho que me digas eso —comentó él.
—Mi madre me preguntó qué planes teníamos.
—¿Y qué le dijiste?
—Que no podía pensar más allá del presente —contestó Paula, viendo cómo se le endurecía el rostro con la respuesta.
—Ya veo…
—Pero sé que tenemos que solucionar muchas cosas. No podemos seguir siempre así. No sería justo, para ninguno de los dos.
—Te pedí que te casaras conmigo.
—Supongo que, en cierto modo, lo hiciste —asintió ella, eligiendo las palabras con extremo cuidado—. Fue un momento muy emotivo. Pensé que cambiarías de opinión.
—Nunca —replicó él en tono cortante.
—¿No te das cuenta de que me sería muy fácil aceptar, pero que lo haría por razones equivocadas?
—Creo que no quieres sentirte atada.
—¿Qué quieres decir?
—Que ahora que Raquel ha nacido, no hay nada que te impida volver con Hay —dijo Pedro mirándola con intensidad.
Paula montó en cólera por lo injustificado de aquella acusación.
—¿Qué derecho tienes a decirme eso después de pasar la noche con Jazmin el día antes de que Raquel naciera?
Pedro pareció quedarse en blanco y luego se sonrojó ligeramente.
—De eso hace siglos. ¿Me creerías si te dijera que te sería fiel después de que nos casáramos?
Ni siquiera se había molestado en defenderse. Paula se mordió los labios para intentar tranquilizarse.
—No me hagas reír —respondió ella, sacudiendo la cabeza.
El sarcasmo que había puesto Paula en la voz hizo que los ojos de Pedro brillaran.
—¿Por qué no me dijiste que aquel día en Mallory’s estabas esperando a Maria, y no a Hay?
—¿Cómo…?
—Tuve una conversación muy interesante con Maria cuando llamó justo después de que Raquel naciera. Estaba muy contenta de que todo hubiese salido bien. Se sentía culpable por llegar tarde aquel día…
Paula no podía creer que lo hubiese sabido durante tanto tiempo. Lo miró fijamente, tratando de buscar la respuesta en su rostro.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Mejor dicho, ¿por qué no me lo dijiste tú? Cuando pienso en lo que podría haber hecho…
—Intentó ligar conmigo varias veces. Supongo que no supe dejarle las cosas claras. Pero nunca…
—Antes de mí, sólo tuviste relaciones sexuales con Alex, ¿verdad?
—Dos veces, para ser exactos —admitió.
Pedro cerró los ojos y suspiró.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque no podía. Además, nunca me quisiste escuchar y no pensé que te interesara.
—Te dije cosas terribles —dijo apretando los labios. Se había puesto muy pálido.
—Raquel está llorando —replicó Paula—. Me tengo que ir.
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