domingo, 7 de abril de 2019
EN APUROS: CAPITULO 43
Paula arrojó sus cosas de cualquier manera en la bolsa de viaje y en la maleta y las cerró con decisión. Reunió todas las notas que había tomado y las tiró a la papelera sin más contemplaciones; detrás fueron las citas de cassette donde había grabado las entrevistas.
—Mentiras y nada más que mentiras —Pedro le había mentido. El dolor y la decepción se repartían su corazón a partes iguales. Ella había creído en él y él le había traicionado—. Es igual que los demás —no, era aún peor que el resto, mucho peor. Era un maestro del disfraz y la mentira.
Recordó lo ocurrido la noche anterior, la forma en que se había dejado llevar en sus brazos, en su calor, en su amor… No, nada de amor. Lo único que había habido era pura pasión carnal, lujuria en estado puro. Ese era el único sentimiento del que Pedro Garcia era capaz: lo único que había pretendido era enrollarse con la jefa.
—Garcia —casi escupió. El nombre mismo no era más que una falsedad.
¿Cómo había podido…? ¿Y cómo había consentido ella?
—Estúpida, estúpida, estúpida —sabía mejor que nadie que había que pagar un precio muy alto por el atrevimiento de mezclar los negocios con el placer.
Cuando se dio cuenta de todo lo que había perdido fue como si le sacaran hasta la última gota de aire de los pulmones. Se apoyó en uno de los postes de la cama. Al «Segador» le encantaría ponerla de patitas en la calle, pero no sin antes haberla ridiculizado delante de todos sus compañeros.
No iba a darle aquel placer. Y tampoco se iba a limitar a presentar su renuncia y salir por la puerta falsa. No, iría con la cabeza bien alta al encuentro del verdugo. Ella misma se encargaría de proclamar el fraude al día siguiente, durante la reunión semanal. Asumiría su responsabilidad en aquel desdichado incidente y después presentaría su cese. Que se atrevieran a reírse en su cara. Estaba preparada para defenderse; ya había sufrido las suficientes humillaciones y malos tragos en la vida, podría soportarlo.
Lo único con lo que no era capaz de enfrentarse era con el dolor que Pedro le había asestado en el corazón.
—Debo conseguirlo —se dijo rechinando los dientes. Y sabía que lo haría.
Paula sacó el móvil de su bolso y llamó a información. No tenía ganas siquiera de esperar a que Flasher regresara. Pidió un taxi, se vistió y se quedó esperando, sentada en la cama.
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