viernes, 5 de abril de 2019

EN APUROS: CAPITULO 33




Pedro le tendió un cheque por 97 dólares a la mujer que encabezaba la cuadrilla de limpieza que había contratado. En menos de tres horas, ella y otras tres mujeres habían dejado impecable el salón. Ya habían acabado de guardar sus productos de limpieza y de cargarlos en el camión.


—No dude en llamarnos si nos vuelve a necesitar.


—Espero no tener que hacerlo —bromeó Pedro Estaba seguro que de ahí en adelante las cosas irían mucho mejor. Tenía que impresionar a Paula o, mejor dicho, impresionar a su editora. Si ocurrían más desastres, perdería su título de padre perfecto y, probablemente, hasta su puesto. Para empezar, todas las comidas tenían que ser perfectas.


Por suerte, gracias a los platos preparados que aun guardaba en el congelador, esa sería una prueba sencilla. La única dificultad estribaba en elegir lo que iban a comer. Entró en la cocina, abrió el congelador y se quedó mirando los bien ordenados estantes, repletos de los más exquisitos guisos.


Pasó de los postres directamente al estante donde estaban los platos fuertes: lasaña vegetal, sopa de verduras, berenjenas y calabacines en rodajas. No esta mal, pero él buscaba otra cosa.


Por fin vio algo que le convencía más: pollo asado.


Perfecto. Tal vez el pollo frito hubiera resultado más típico, pero asado no estaría tampoco nada mal. Lo desenvolvió con cuidado y lo puso en el fregadero, donde cayó sonoramente. Estaba completamente congelado.


Pensaba servir la cena a eso de las seis y media, a las siete como mucho. ¿Cuánto tiempo hacía falta para asar aquel pájaro? Pedro buscó una tabla de cocción en un libro de cocina; se tardaban dos horas y media, a 350 grados para cocinar un pollo de aquel tamaño. Eran las seis menos cuarto, no tenía tanto tiempo, así que se le ocurrió una idea genial: puso el termostato a 450, puso el pollo en una fuente y lo metió en el horno.


—Hay que tener recursos para todo —murmuró, mientras se frotaba las manos satisfecho. Sí, había conseguido tenerlo todo bajo control.


Aquel pensamiento se le borró de la mente en cuanto pasó al hall y oyó las voces que venían de la salita donde estaba la televisión. Con una mezcla de curiosidad y temor, se encaminó en esa dirección: la estancia en cuestión era pequeña y sin ventanas, y normalmente solo iluminada por la pantalla de la televisión. En aquel momento el aparato estaba apagado, y solo una lamparita iluminaba con luz tenue la tierna escena que tenía delante.


Paula y los niños estaban sentados muy juntos en el sofá, ella les leía una de las historias de Harry Potter y los pequeños la escuchaban extasiados. La belleza de aquella escena casi hizo que se le saltaran las lágrimas. Parecían tan felices como los protagonistas de un cuadro de Norman Rockwell. Paula le pareció más hermosa que nunca: no había duda de que le encantaba la vida hogareña, y que le sentaba mucho mejor que aquellos trajes de diseño. No solo era guapa, sino también dulce y cariñosa, y él se moría por ella.


Entonces se dio cuenta de que Flasher estaba también en un rincón, cámara en ristre. 


Cauteloso, recompuso su expresión y anunció su presencia con un ligero carraspeo.


Todos se volvieron a mirarlo, Paula especialmente risueña. O mucho se equivocaba, o la joven estaba complacida de volver a verlo.


—A Paula le gustan las gominolas —anunció Kevin con la boca llena de golosinas.


—¿Paula?


Ella sonrió.


—Señorita Chaves me parece demasiado formal, ¿no?


—Sí —convinieron los tres a coro…


—Por cierto, ya me han explicado lo de la colada y lo del accidente con el aspirador —continuó.


Pedro se sobresaltó: ¿le habrían revelado también sus planes de casamenteros? Y, si lo habían hecho, ¿qué pensaría Paula?


—Le hemos contado cómo lo enredamos todo —le explicó Belen.


—Sí, hemos confesado que queríamos que parecieras un tipo normal, de esos que lo lían todo —añadió Simon.


—Los pobrecitos pensaban que te quitaría la columna si eras demasiado perfecto —dijo Paula.


—No hay miedo de eso —si de algo estaba convencido, después de todos los desastres de los últimos días, era de que tenía un gran talento como escritor, porque como actor… Por mucho que lo intentara, no podía fingir que Paula no le interesaba.


Belen carraspeó y lanzó a Paula una tímida mirada.


—Menos mal que se ha arreglado, porque papi es fantástico, ¿sabes?


¡Había dicho eso por propia voluntad, sin pedir un soborno a cambio! Suspicaz, miró la cara de los tres «angelitos».


—Eres afortunado por tener unos hijos que te quieren tanto. Eso dice mucho en tu favor.


Pedro acogió aquel cumplido con una modesta sonrisa, deseando dejar aquel tema cuanto antes.


—Lo hago lo mejor que puedo.


—Pues si hacemos caso a los niños, debes ser una especie de superhéroe.


—Sí, dinos dónde tienes escondidas la capa y las mallas —intervino Flasher.


Pedro volvió a mirar a los niños, muñéndose por saber qué era lo que le habían contado exactamente a Paula


—No les hagáis caso, seguro que han exagerado.


—Nos han contado cómo ayudaste a la policía a detener al ladrón del banco, y cómo salvaste la vida a tu vecina cuando le dio el ataque al corazón. ¿Han exagerado quizá? —preguntó Paula


—Te rogaría que no pusieras eso en el artículo —replicó Pedro muy serio.


—¡Qué modesto eres! Ya nos han dicho los niños que ibas a quitarle importancia a tus logros. No entraremos en detalles, si no quieres, pero me gustaría mencionar lo del premio.


—¿Premio? —Pedro apenas pudo disimular su estupor.


—Sí, el premio al Buen Samaritano que te dio el alcalde —dijo Belen asintiendo vigorosamente con la cabeza, temerosa de que los desmintiera.


—No, no quiero que pongas nada, ni la menor alusión, por favor —sudaba como si se hubiera pasado tres horas en el gimnasio.


—¿Y por qué no? —preguntaron Flasher y Paula al unísono.


—Los premios no tienen demasiada importancia en esta ciudad. El alcalde los reparte a diestro y siniestro, como si fueran apretones de mano en época de campaña electoral. Le dan mucha popularidad, por lo visto. Y así tiene la oportunidad de salir en la foto.


—Eso me recuerda que me encantaría que nos enseñaras algún álbum de fotos.


—¿Al… álbum, dices? —Pedro se quedó mortalmente pálido.


—Están guardados en el sótano —improvisó Belen.


—Sí, no sabemos muy bien dónde —añadió Simon.


—Deben haberse perdido —aventuró Pedro.


—No, nada de eso: yo sé donde están —Kevin se bajó de la silla tan rápido que nadie pudo detenerlo.


Se hizo un silencio de muerte durante unos segundos. Por más que se devanaba los sesos, Pedro no tenía la menor idea de cómo salir de aquel aprieto. Miró a Brittany y Sean en busca de ayuda, pero los niños estaban tan perplejos como él.


—Id a ayudar a vuestro hermano —se le ocurrió al fin.


—Muy bien. Lo pillaré, quiero decir, lo ayudaré —dijo Simon casi sin dejarle acabar.


Pero antes de que los niños pudieran hacer el menor movimiento, Kevin regresó al salón cargado con un álbum casi tan grande como él. 


A juzgar por su tamaño, se diría que contenía el reportaje completo de la historia de la humanidad.


—¡Aquí está! —anunció alegremente.


—Dámelo —le urgieron Pedro, Simon y Belen lanzándose al mismo tiempo sobre aquel volumen.


Klunk. Las tres cabezas chocaron con un ruido sordo. Por un momento, Pedro solo fue consciente del dolor de aquel impacto.


—¡Lo tengo! —Paula colocó el álbum en su regazo mientras Kevin se sentaba a su lado—. Ahora tendréis que explicarme quién es quién.


Abrió por la primera página: era una foto tomada en el hospital, el día que nació Belen, que aparecía en el centro de la foto con sus padres. Pedro lo sabía perfectamente porque él había sido el fotógrafo.


—¿Quién es este? —preguntó Paula


—Nadie —contestó Kevin—. Anda, pasa.


«Gracias, Dios mío, gracias», murmuró Pedro para sus adentros.


El pequeño empezó a hojear el álbum con un ímpetu que le hubiera puesto los pelos de punta a su madre. Sin embargo, y a pesar de que sabía de sobra que aquella era una de las posesiones más preciadas de Ana, Pedro no lo detuvo. El niño no se detuvo hasta llegar a las últimas hojas.


—Este soy yo —anunció.


En la doble página estaba el principio del reportaje del día que Pedro había llevado a los niños al zoo. En algunas de las fotos aparecía abrazando a los pequeños… eran las que había pedido que les hicieran a algún otro visitante. 


Pedro no pudo reprimir un suspiro de alivio. Le dieron ganas de besar en aquel mismo instante al pequeño por haber elegido precisamente esas páginas.


—Y aquí estoy yo también, y aquí, y aquí…


Pedro empezó a relajarse incluso. En las páginas siguientes había más fotos del zoo; detrás venían las del circo y después las de la feria… Pedro aparecía en casi todas porque era el que había organizado aquellas salidas.


Sin embargo, más adelante estaban las del último cumpleaños de Kevin; en ellas, aparecía el pequeño apagando las velas… y Ana estaba a su lado. No podía dejar que Paula las viera.


—Vamos a dejar ya el álbum —dijo Pedro en un tono un poco más agudo de lo normal en el que no era difícil detectar una nota de temor. Intentó asir el álbum pero el pequeño lo aferró con todas sus fuerzas.


—¡Venga, Kevin! Esto es un rollo… no nos aburras más —dijo Belen.


—Yo no estoy aburrida en absoluto —protestó Paula


—Ni yo tampoco —se sumó Flasher—. Estas fotos familiares tienen un aire tan… tan parecido a los cuadros de Grandma Moses.


Pedro estaba atrapado. No podía arrancar el álbum de las manos del chiquillo… no si no quería aparecer ante sus huéspedes como un loco de remate. Se quedó muy quieto, esperando lo inevitable, casi sin atreverse a respirar. Kevin pasó con decisión la página maldita.


—Y aquí salgo yo… ¡Hey!


La habitación quedó a oscuras.


Sin dudarlo, Pedro se puso en acción: se abalanzó sobre el álbum, pero con tal ímpetu que también levantó en brazos al niño. No importaba, así tenía dos pájaros de un tiro, se dijo, mientras emprendía la retirada.


Cuando llegó a la puerta, las luces parpadearon, así que pudo vislumbrar la cara de Paula, muda de asombro, con los ojos casi fuera de las órbitas, tan atónita estaba. Eso le hizo dudar, pero solo fue un segundo, después, salió como alma que lleva el diablo.




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