lunes, 25 de marzo de 2019
EN APUROS: CAPITULO 21
El sol de la mañana entraba por los cristales de la puerta principal, caldeando el recibidor con su calor, a pesar de que estaba ya puesto el aire acondicionado. Por fin sabía cómo era el verano en el Sur, se dijo Paula ¿Llegaba a acostumbrarse la gente a semejante calor?
Abanicándose, atravesó el recibidor y entró en la cocina.
—Buenos días, señorita Chaves —la saludaron a coro Belen y Simon.
—¡Hombre, aquí está la Bella Durmiente! —dijo Flasher.
Paula no podía dar crédito. Eran las seis de la mañana de un sábado, estaba convencida de que se había pegado el madrugón de su vida, y ahí estaban Belen y Simon, despiertos y activos como hormiguitas, mientras Flasher fotografiaba cada cosa que hacían con auténtico entusiasmo.
Le hubiera gustado estar sola para pensar con calma en lo ocurrido la noche anterior, pero no iba a poder ser. La cocina bullía de actividad.
Llegó hasta ella el aroma del café recién hecho y el olor del beicon friéndose en la sartén.
—¡Vaya! ¿Esperáis a alguien?
—A Simon y a mí se nos ocurrió que a lo mejor os gustaba un auténtico desayuno sureño. Hemos preparado huevos revueltos, Bacon, salchichas y tortitas… son de sobre, pero saben igual.
—Mmmmmm, ¡qué rico! —exclamó Flasher, que casi no podía contener la risa. Sabía que su amiga solo tomaba para desayunar una rosquilla y una taza de café.
Paula nunca había visto tanta comida a esas horas de la mañana. Todavía estaba medio dormida, sin energía para enfrentarse a semejante festín.
—Estábamos esperándote para ponernos a freír los huevos. ¿Cuántos quieres? —preguntó Belen.
—Resulta que esta señorita, aparte de ser una auténtica belleza, cocina de maravilla —alabó Flasher guiñándole un ojo a la chiquilla. Paula se dio cuenta de que la pequeña se ponía colorada como un tomate.
—¿Es que no tienes hambre? —le preguntó Simon.
Por no hacerle un feo al chiquillo, Paula se esforzó por aparentar un entusiasmo que estaba muy lejos de sentir.
—¿No esperamos a que se levante tu padre?
—Es que aún puede tardar un buen rato —dijo Simon—. A veces, hasta se olvida de desayunar.
—¿Y por eso cocináis vosotros?
—No nos importa. El pobre trabaja mucho, a veces se queda levantado hasta las tantas —respondió Simon.
—Papá nunca lo admitiría —añadió Belen—, pero a veces pienso que todo esto es demasiado para él: trabajar, cuidar de la casa y de nosotros… todo lo tiene que hacer él solo. No es fácil…
—No, supongo que no —convino Paula Ese era el terrible dilema que tenían que afrontar todos los padres que tenían que educar solos a sus hijos. Ni siquiera el afamado autor de «Viviendo y aprendiendo» se veía libre de ese estrés.
Volvió a notar aquella punzada de compasión en el pecho.
—¿Qué os parece si os ayudo? —propuso—. Le daremos una sorpresa cuando vea lo bien que lo hemos preparado todo.
—Puedes hacer la macedonia, si quieres —contestó Belen después de consultar con la mirada con su hermano.
Flasher se colocó a su lado.
—Esté puede ser un interesante apartado de nuestro reportaje —susurró—: el hombre de la casa duerme hasta mediodía, mientras sus hijos se las apañan para prepararse el desayuno.
—Ya, no creo que gane el premio al SuperPadre del año —replicó Paula aridamente—. Lo siento —se disculpó de inmediato, apretando el brazo de su amigo—. No he dormido muy bien, ha debido ser por la cama…
—No creo que importe tanto la cama como el que hayas dormido sola… para variar.
—¡Métete en tus asuntos! —bufó, mientras observaba la fruta que había que preparar.
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