domingo, 24 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 20




—De verdad, mil perdones otra vez por haber invadido su casa de este modo —le dijo Paula a Pedro mientras subían las escaleras.


Se detuvieron delante del armario de la ropa blanca, de donde él sacó un juego de toallas y otro de sábanas que olían a lavanda. Ella alargó los brazos, pero Pedro no consintió en que las llevara.


—Deseas ese ascenso con toda su alma, ¿verdad? —preguntó Pedro pillándola por sorpresa.


Esa era la segunda vez que mencionaba lo del ascenso. Lo único que quería era sonsacarla, pero ella tenía suficientes tablas como para no caer en la trampa; tenía muy claro que era ella la entrevistadora, no la entrevistada. Cuanto menos supiera acerca de ella, más fácil le sería mantener su «relación» dentro de los límites de lo estrictamente profesional.


Paula se cruzó de brazos y miró a un lado y otro del corredor que se abría más allá del armario ropero. Tras alguna de aquellas puertas estaría su habitación.


—¿Por dónde?


Pedro no dijo nada. Pasaron los segundos, que frente a aquel hombre, a ella se le antojaron horas. Empezó a mordisquearse las uñas.


—Sé lo que pretendes —le espetó. Como él no replicara, Paula se sintió obligada a continuar—. Estás callado a propósito, para obligarme a responder.


—Es una táctica que conmigo ha funcionado. Has conseguido sonsacarme porqué no estoy trabajando en el departamento de Sociología de la universidad. Ahora quiero saber por qué tienes tanto interés en este reportaje.


Paula se echó a reír, meneando la cabeza de un lado a otro.


—Te daré dos minutos más para responder —dijo Pedro—. Si no lo haces, tendré que tomar medidas más drásticas.


Nerviosa, Paula colocó primero las manos sobre las caderas, luego, derrotada, se cruzó de brazos.


—Quería introducir algunos cambios que solo una mujer podría hacer —confesó al fin.


—Pues eso es lo que pretendía Juana de Arco y fíjate cómo acabó.


—No soy tan ambiciosa y, de todas formas, creo que es mi deber intentarlo.


—¿Y qué es eso tan importante?


—La armonía, el entendimiento —Paula hizo una breve pausa—. Mi madre murió cuando yo tenía diez años, y mi padre, que no sabía nada sobre las mujeres, tampoco tenía idea de cómo educar a una chiquilla. Intentó convertirme en el hijo que no tenía, cosa que al principio funcionó, hasta que empecé a hacerme mayor y se hizo evidente la fuerza de mis genes —le explicó, recalcando la última palabra—. Enseguida se dio cuenta de que hablábamos idiomas completamente diferentes, así que, sencillamente, dejamos de hablar.


Nunca hubiera imaginado que sería capaz de soltarle una confidencia tan íntima.


—Y tú necesitabas comunicar tus pensamientos, como todas las mujeres.


—Sí, y también expresar mis sentimientos. Las pocas veces que lo intenté, el pobre se quedó aterrorizado. Y es algo muy normal: la mayoría de los hombres temen a las mujeres porque no las entienden.


—Por ahí se dice que vienen de Venus —bromeó Pedro.


—Si consigo el puesto de editora jefe, podré introducir un punto de vista femenino en la línea editorial de la revista.


—¿Y qué es lo que te hace creer que a tus lectores les interesa otra cosa que no sea sexo, más sexo y, para terminar, sexo?


—Tu popularidad.


—¿Y vas a emprender semejante cruzada apoyándote solo en mis artículos? ¿Cómo crees que me siento al oír semejante cosa?


—Agobiado, supongo. Para mí tampoco es nada fácil, te lo aseguro. Si fracaso, no quiero arrastrarte en mi caída.


—Oye, que yo he aceptado meterme en este embrollo para conservar mi empleo, que es muy lucrativo, por cierto. Digamos entonces que nuestros intereses son comunes.


—¿Y cómo crees que me siento yo?


Pedro parpadeó sorprendido.


—¡Te he pillado! —rió Paula.


Pedro sacudió la cabeza con una sonrisa.


—Los sentimientos no me asustan —declaró—. Soy muy receptivo, no creas. Ahora mismo, por ejemplo.


—¿Qué ocurre?


—Intuyo que te gustaría estar en cualquier parte excepto en esta casa. Por desgracia, fuiste tú la que te enredaste en este asunto, y ahora no puedes salir de la trampa en la que has caído. ¿No es así?


—No exactamente. Se me ocurren mil sitios peores donde pasar los próximos seis días, no te creas. Por ejemplo, la reunión de ex alumnos de mi instituto, sin ir más lejos, o la consulta del dentista —bromeó Paula— por otra parte, tampoco lo veo como una trampa. Me apetece demostrar que no eres un fraude.


—Me conmueves. Al principio pensé que eras una de esas ejecutivas agresivas, preocupadas tan solo por colgarse medallas y cumplir sus objetivos. Suponía que no me ibas a gustar nada, que me ibas a caer fatal, vaya —confesó Pedro.


—Espero que hayas cambiado de opinión.


—Soy escritor: estoy preparado para cambiar de idea cada cinco minutos.


—Me alegra comprobar que no pasaremos lo que queda de semana peleando.


—Claro que no. Y, la verdad, me complace que esta situación no se complique aún más por un conflicto de intereses.


«Y a mí también», le hubiera gustado decir a Paula, pero no se atrevió, temerosa de que él lo malinterpretara, sobre todo teniendo en cuenta la forma en que la miraba.


—Me gustaría hacerte una última pregunta —añadió Pedro seductor—. ¿Qué significa Paula?


—Es un secreto de familia —replicó la joven llevándose el índice a los labios.


De repente, el espacio que había entre ellos pareció reducirse. ¿Se había acercado Pedro sin que ella se diera cuenta? Disimuladamente, dio un paso atrás.


Estaba tan nerviosa que ni cuenta se había dado de que se había llevado el dedo a la boca hasta que Pedro lo apartó. Sostuvo un momento su mano, acariciando la palma con el pulgar. Paula intuyó lo que iba a ocurrir un segundo después, lo adivinaba por la intensidad de su mirada.


—Mami —murmuró una vocecilla a sus pies.


Paula bajó la mirada al notar que algo chocaba contra su pierna: era la rizada cabecita de Kevin. 


Antes de que pudiera decir nada, Pedro le tendió las sábanas y levantó al niño en sus brazos.


—Quiero hacer pipí —dijo el niño medio dormido.


—Ahora mismo, campeón —dijo Pedro, dedicándole a Paula una de sus arrebatadoras sonrisas. Ella no pudo por menos que notar cierta expresión de alivio, y se preguntó si su propio rostro expresaba lo mismo. 


Efectivamente, no se podía negar que sentía cierto alivio, pero, por otra parte, le estaba costando recuperar el ritmo normal de respiración.


—La segunda puerta a la izquierda —dijo Pedro, señalándola con un dedo antes de marcharse con Kevin en brazos en dirección contraria.


Paula esperó hasta que oyó que cerraba la puerta del baño antes de entrar en su cuarto. El niño le había llamado «mami». Una cálida oleada de ternura le inundó el corazón. No podía imaginar qué hubiera sentido al besar a Pedro, pero sabía perfectamente lo que le había hecho sentir el pequeño.



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