domingo, 24 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 19





Belen estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la desgastada alfombra de su habitación.


A través de la puerta veía a Simon jugando con su vídeo consola en el descansillo. Kevin estaba delante de ella, también sentado en la alfombra.


—Bueno, ¿qué pasa ahora? —susurró la niña impaciente.


—Nada, están sentados en el sofá —respondió Simon—. Llevan años en la misma postura.


¡Por qué serían los chicos tan memos. Si hubiera sido ella la encargada de espiar desde lo alto de la escalera, seguro que hubiese advertido muchos más detalles.


—¿Y están muy juntos? —preguntó—. Algo harán además de hablar, ¿no? Sonreír, gesticular…


—Él está en una punta y ella en la otra. Y no, no sonríen. No hacen absolutamente nada más. Bueno, sí, ella mueve mucho las manos cuando habla.


—Eso es porque está nerviosa. Mamá hace lo mismo —interpretó Belen—. Eso es una buena señal, él le gusta.


—¡Jo! —intervino Kevin— Yo odio a las chicas.


—No es una chica, idiota, es una mujer mayor, y le gusta Pedro… papá, quiero decir. Puede que esto salga bien después de todo.


—Eres tonta. Pedro dice siempre que le dan alergia las bodas. No volverá a casarse nunca —opinó Simon.


—No, no lo hará… a no ser que se le ayude un poco: y aquí es donde entramos nosotros —hizo un gesto y su hermano entró en la habitación arrastrándose por el suelo—. Estamos de acuerdo en que no queremos que el tío Pedro nos saque nunca más en los artículos, ¿no? —continuó—. Imaginaros: si sigue así, todo el mundo sabrá los detalles de la primera cita, el primer beso, el primer…


—Vale, vale, lo he pillado —la interrumpió Simon.


—Pues la única forma de evitarlo, de dejar de ser sus conejillos de indias, es que Pedro tenga sus propios hijos y que escriba sobre ellos. Y para tener niños, primero tiene que casarse —argumentó Belen.


—¿Y tú crees que ella le gusta? —preguntó Simon.


—¿No te has dado cuenta de que la mira con ojos de carnero degollado? Y acuérdate de cuando le dio la mano: no quería soltársela. 


Hasta un tonto se daría cuenta.


—Bueno, vale, ¿y…?


—Confía en mí: hay química entre ellos —opinó Belen dándoselas de experta—. Todo lo que tenemos que hacer es mover unos cuantos hilos. Vamos a poner en marcha la Operación Cupido. ¿Estamos todos de acuerdo? —propuso Belen extendiendo la mano con la palma hacia abajo.


Sus hermanos colocaron las suyas encima sin vacilar.


—¡Claro que sí!


—Muy bien. Todo lo que tenemos que hacer es conseguir que parezca que el tío Pedro necesita mucha ayuda.


—¡No seas boba! ¿Quién quiere casarse con un inútil?


—No hay que exagerar, claro, pero, creedme, he leído un montón de revistas, y sé que a las mujeres les gusta que los hombre tengan fallos… no muy graves, claro, lo justo para que ellas se sientan importantes.


—Eso es una estupidez —declaró Simon atónito—. Ya sabía yo que las mujeres son unas tontas.


—¿Acaso a ti te gustaría pasar el resto de tu vida con alguien que fuera perfecto? —esa frase tuvo la virtud de acallar el resto de críticas—. Confiad en mí: con mi plan lo conseguiremos… y ellos nunca sospecharán nada.



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