sábado, 23 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 15




Paula aspiró tomó aire para intentar controlar las náuseas provocadas por el nerviosismo. Decidió que la mejor forma de enfrentarse a la situación, si no se quería venir abajo lamentablemente, era concentrarse única y exclusivamente en los detalles prácticos. Las emociones quedarían arrinconadas por el plan de acción, y eso contribuiría, además, a que todo el mundo se diera cuenta de lo fácilmente que se podía solventar aquel imprevisto.


—Ha dicho que les pedirá a nuestros respectivos compañeros de piso que nos envíen ropa y la bolsa de aseo por mensajero —le dijo a Flasher.


—Bueno, eso soluciona el problema de las mudas y el cepillo de dientes. Pero, ¿qué hacemos con las citas y demás compromisos?


—¿Y qué pasa con el respeto a mi vida privada?


—Lo siento, señor Garcia, pero no le queda más remedio que aceptar.


—¿Cree de verdad que su jefe pude obligarme a hacer algo que no quiero hacer? Le diré lo que tiene que decirle: llámele otra vez y dígale que NO. Es muy fácil: No —repitió, articulando casi cada letra—. Si no se atreve a hacerlo, le llamaré yo, ande páseme el teléfono.


—No servirá de nada —dijo Paula tristemente—. Mi jefe no ve más que la posibilidad de convertir el reportaje en una serie que aparezca al menos en tres números. Lo único que le importa es aumentar la difusión.


—Insisto en llamarle: puede que ese hombre pueda manipular su vida, pero me niego a que haga lo mismo con la mía.


—Ha amenazado con retirar su columna si no accede: ¿no le parece eso capacidad de manipulación suficiente? Nos tiene en sus manos.


—No puede hacer semejante cosa —se asombró Pedro—. ¿Cómo se llama ese tipo?


—El segador —contestaron Flasher y P.E. a dúo.


—Créame: el nombre le sienta como anillo al dedo. Lo único que le pido es una semana —rogó P.E.—. Después le prometo que no volveremos a molestarle.


—Pero usted me dijo que bastaría con un día, o, mejor dicho, con seis horas. No se puede imaginar lo que me ha costado, quiero decir —se corrigió de inmediato—, lo difícil que ha resultado reorganizar mi agenda, los horarios de los chicos ¡No puedo creer esto!


Paula sintió lástima por él, pero también era plenamente consciente de que no era el único que estaba entre la espada y la pared. Su propio futuro también estaba en juego y, además, la perspectiva de pasar seis días más en estrecha convivencia la ponía extremadamente nerviosa.


—Pues la culpa la tiene a fin de cuentas la popularidad que han alcanzado sus artículos —le espetó, sintiéndose inmediatamente como una tonta por haber dicho semejante cosa.


Pedro la miró enfurecido, abrió la boca para replicar, pero, en el último momento se lo pensó mejor.


—De acuerdo, de acuerdo —admitió al fin—. Lo intentaremos, pero déjeme pensar un momento. Veamos: hay un hotel bastante bueno a un par de kilómetros de aquí, pequeño, pero bastante confortable, y con mucho encanto. Seguro que tienen habitaciones libres. Si no, podemos llamar a un motel que hay un poco más lejos: tendréis que ir y venir en coche, pero si no hay otra cosa habrá que conformarse, no podemos hacer más con tan poco tiempo.


Tenía tal expresión de alivio que Paula no pudo menos que sentirse culpable. Estaba a punto de hacer trizas sus esperanzas.


—Señor Garcia —empezó, tras un ligero carraspeo—, me temo que no lo ha entendido usted bien. Mi jefe me ha pedido que haga un reportaje lo más ajustado posible sobre su familia y su vida cotidiana, y para hacerlo, debo estar lo más cerca posible de su ambiente. No me queda más remedio que alojarme aquí, en su casa.


—¿Aquí?


Pedro se quedó blanco como el papel.


—No se preocupe, nos esforzaremos por molestarle lo menos posible. No le causaremos el menor problema —declaró P.E. enfáticamente, y se hubiera autoconvencido si Flasher no le hubiera susurrado al oído:
—Eres un as.




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