lunes, 4 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 9




Pedro estaba demostrando ser un objetivo mucho más duro de lo que Paula había anticipado, pero no iba a renunciar. El beso que habían compartido había sido ligeramente desconcertante, porque, en vez de besarla como un pescado muerto, como había imaginado, la técnica de Pedro le había parecido impresionante. Incendiaria incluso.


O quizá hiera que estaba tan loca de deseo que no estaba capacitada para juzgar ese tipo de cosas.


Sí, eso tenía que ser.


Paula se pintó los labios mirándose en el espejo del baño y se dirigió de nuevo hacia el club Cabaña. En aquella ocasión, consiguió salir del edificio sin interrupciones. En el exterior, aunque todavía no había empezado a llover, el cielo continuaba cubierto de amenazantes nubes. 


Paula corrió hacia la zona en la que había visto antes el bar, emocionada y con la sensación de encontrarse en una situación llena de posibilidades.


Quizá conociera a alguien en el bar que la hiciera olvidarse de Pedro. A lo mejor, ésa era la verdadera razón por la que había volado hasta allí. Dudaba que pudiera conformarse con un hombre y, en cualquier caso, era ridículo que fuera un solo hombre el que dominara sus fantasías. Sobre todo cuando nunca podría estar a su altura.


Los parámetros de Paula eran demasiado altos, su apetito insaciable y su sensación de aventura demasiado fuerte. Lo único predecible era la muerte, como siempre decía su padre. Paula pestañeó para apartar la repentina humedad que inundó sus ojos.


Su padre, Walter Chaves, había muerto seis meses atrás en un accidente de coche y Paula todavía no se había acostumbrado a su ausencia. Ella había sido siempre «la niña de papá», aunque su padre se pasara la vida en viajes de negocios. Siempre había podido llamarlo para pedirle consejo o, sencillamente, para que la escuchara, y él siempre estaba allí para recordarle que no había nadie suficientemente bueno para su princesa.


Paula se obligó a apartar aquellos melancólicos pensamientos de su mente cuando vio el letrero luminoso del bar. Una vez en el interior, se apartó el pelo empapado de la cara y miró al camarero, un tipo musculoso de pelo rubio y muy corto. Él asintió a modo de bienvenida mientras vertía una mezcla en un vaso. Después de servirla, se acercó a ella.


—¿Qué te apetece tomar? —le preguntó con una seductora sonrisa.


—Un martini —Paula respondió con una sonrisa mucho más desganada, odiando no ser capaz siquiera de reunir energías para coquetear con él.


Cuando el camarero se volvió, Paula estudió atentamente su cuerpo, pero tampoco sirvió de nada. Maldita fuera, si ni siquiera era capaz de excitarse con un ejemplar como aquél… Y llevaba meses así. Pedro y todas las fantasías sexuales que aquel hombre incitaba estaban acabando con su vida sexual. Aquello tenía que terminar.


Por los altavoces sonaba una atrevida canción de Prince. Paula miró hacia el escenario y advirtió que estaba vacío. De modo que, a no ser que el grupo estuviera haciendo un descanso, sus esperanzas de divertirse viendo a personas borrachas bailando música caribeña no iban a tardar en desvanecerse. Vio entonces a unas cuantas parejas al borde de la pista de baile entregadas a ese tipo de baile que permitía imaginar sin ninguna dificultad lo que iban a estar haciendo en la cama en unas cuantas horas.


Que era lo que debería estar haciendo ella en ese mismo momento con Pedro.


¿Cómo era posible que Pedro la hubiera rechazado por segunda vez? ¿Sería posible que tuviera poderes sobrenaturales? Quizá no sintiera la misma atracción animal que sentía ella por él. Y quizá, ella estuviera haciendo mucho más el ridículo de lo que temía.


—Parece que lo vas a necesitar —dijo el camarero cuando volvió con el martini.


—Necesito mucho más que una copa para resolver mis problemas —contestó Paula, intentando calcular si merecería la pena seducir al camarero.


Pero por mucho que lo intentara, no era capaz de apreciarlo más allá de un nivel puramente estético. Últimamente, ningún hombre era capaz de hacer que se le acelerara el pulso.


Excepto, por supuesto, el único que ella no quería, de ninguna de las maneras, ni que le acelerara el pulso ni que la hiciera temblar.


El camarero miró por encima del hombro de Paula y su expresión dejó de ser seductora para transformarse en una expresión de alerta.


—Señor Casey —dijo, en un tono totalmente profesional—, ¿en qué puedo ayudarlo?


Paula siguió el curso de su mirada y descubrió que un hombre de pelo gris y con la camisa desabrochada se estaba sentado a su lado. Le dirigió una tímida sonrisa, esperando que no se lo tomara como una señal de que pretendía coquetear con él.


El hombre ignoró la pregunta del camarero y dedicó a Paula toda su atención.


—Tú debes de ser Ashley —dijo, posando la mano al final de la espalda de Paula.


Paula cambió de postura para alejarse de él, obligándolo así a dejar caer la mano.


—No, se equivoca.


—Señor Casey, creo que Ashley va a llegar con unos cuantos minutos de retraso. ¿Por qué no se sienta allí y loma una copa mientras espera? —dijo el camarero rápidamente, señalando hacia el otro extremo del bar.


Miró nervioso hacia Paula; su seductora sonrisa había desaparecido por completo.


Paula estaba mirando alternativamente a los dos hombres, intentando imaginar qué estaba ocurriendo exactamente allí cuando el tipo llamado señor Casey se dirigió hacia uno de los taburetes vacíos de la barra que el camarero había señalado. ¿Quién era el señor Ashley y por qué de pronto el camarero se había puesto tan tenso? Paula le dio un sorbo a su martini y observó a otros clientes que reían y socializaban en la barra. Normalmente, ella también habría sido una de aquellas almas despreocupadas, pero aquella noche debía de estar transmitiendo malas vibraciones. Vibraciones inducidas por Pedro Alfonso.




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