domingo, 3 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 8




Pedro sintió la satinada textura de los labios de Paula y después su lengua contra la suya, y comprendió que estaba perdido. Ya había sido suficientemente malo que se permitiera a sí mismo acercarse a su habitación como para cometer la maldita locura de besarla.


Pero aun así, deslizó los brazos alrededor de su estrecha cintura y la estrechó contra él. Quería inhalarla, devorarla. Toda la energía salvaje de Paula estaba concentrada en aquel único beso. 


Y él ansiaba que Paula lo acariciara desde los genitales hasta las yemas de los dedos, hasta hacerlo, literalmente, palpitar.


Paula le gustaba más de lo que había imaginado y mientras se aferraba a él para explorarlo con la lengua, se dio cuenta de hasta qué punto había fantaseado con ella. Paula se había convertido en el centro de muchas de sus fantasías sexuales desde que la había conocido y, aunque siempre se había dicho que no tenía ninguna importancia, la tenía.


La deseaba como nunca había deseado a una mujer; quizá más de lo que nunca desearía a otra, lo cual demostraba que no tenía sentido común alguno en lo relativo a las relaciones de modo que era absurdo que iniciara ninguna relación seria.


Pero no era una relación seria lo que Paula le ofrecía. Ella le había pedido una sola noche y eso podría manejarlo.


Paula deslizó las manos por debajo de su camisa, sobre su piel desnuda, y aquel contacto puso todos los sentidos de Pedro en alerta. No había estado tan excitado desde… desde no podía recordar cuándo. Y era una lástima que aquella mujer lo hubiera vuelto absolutamente loco cada vez que habían intentado conocerse el uno al otro.


Loco.


Eso era exactamente lo que sería si dejara que aquello se prolongara un solo segundo más. 


Había ido a la habitación de Paula porque estaba tan nervioso que no sabía qué otra cosa hacer. Y, realmente, se sentía mal por haberle cerrado la puerta en pleno rostro. Esperaba, y continuaba esperándolo, poder despedirse de ella sin herir sus sentimientos. Quizá pudiera ofrecerle una semana gratis en Rancho Fantasía, lo que pondría distancia más que suficiente entre ellos.


Distancia era lo que necesitaba desesperadamente en aquel momento.


Pedro consiguió reunir toda su fuerza de voluntad e interrumpir el beso. Después agarró a Paula por los hombros y la colocó a un brazo de distancia, le subió delicadamente los tirantes, cubriendo al hacerlo sus delicados senos.


Paula le dirigió una mirada tan incendiara que podría haber arrasado con ella un edificio.


—Sólo he venido hasta aquí para demostrarme que eres un pésimo amante.


Aquélla era la Paula que Pedro recordaba.


—¿Y por qué necesitas recordarte una cosa así?


—Es absurdo negarlo, hay cierta química entre nosotros.


Sí, la clase de química que podía dejar a cualquiera con quemaduras de tercer grado.


—Digamos que tengo una activa vida sexual y es imposible que tú puedas estar a su altura.


—Si estás tan segura de eso, ¿por qué necesitas demostrártelo?


Paula se cruzó de brazos y exhaló un suspiro.


—Mi mente y mi cuerpo no están de acuerdo en esa cuestión.


Pedro tenía el mismo condenado problema.


—Como te he dicho antes, es mejor que te vayas. Hay una tormenta tropical en camino y podrías salir mañana por la mañana, antes de que llegue a la isla con todas sus fuerzas.


—Si quieres que me vaya, tendrás que echarme físicamente de aquí.


Pedro pensó en Lucia, en cómo se sentiría si se enterara de que habían echado a su amiga a patadas, y supo que no sería capaz de hacerlo. 


Por lo menos todavía. Tendría que esperar a que Paula le diera una razón que pudiera utilizar en su contra cuando tuviera que justificar sus acciones ante Lucia.


—Estoy convencido de que pronto me darás algún motivo para hacerlo. Hasta entonces, procura mantenerte a distancia. Y no quiero más apariciones ante mi puerta, ni en ninguna otra parte, intentando seducirme.


Pedro giró hacia la puerta, la abrió y se volvió hacia Paula. Ésta tenía la expresión de una mujer que creía haber ganado la batalla.


Pero se equivocaba.


—Me tienes miedo, ¿verdad? —le dijo.


—No, sólo soy suficientemente inteligente como para reconocer un problema cuando lo veo.


Pedro se detuvo en el pasillo. Mientras cerraba la puerta, pudo ver la sonrisa satisfecha de Paula y, por ninguna razón aparente, la sensación de victoria se evaporó en el aire.



1 comentario: