viernes, 15 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 42




Paula había pasado ya cinco días en Escapada y, aun así, todavía no estaba preparada para marcharse. Había pasado todas las noches con Pedro, intentando hartarse de él, intentando demostrarse que no era una completa víctima de sus encantos, y por fin había comenzado a admitir para sí que su plan no iba a funcionar.


Estando Jeronimo y Lucia allí, pasaba con ellos gran parte del día, de modo que no tendría por qué resultarle tan difícil dejar de pensar en Pedro, pero lo era. Cuando no estaba con él, estaba pensando en él. Y cuando estaba con él, tampoco era capaz de pensar en ninguna otra cosa.


Y estaba comenzando a pensar que una terapia debería ser el siguiente paso a dar.


En aquel momento, estaba en uno de los bares del centro, con Jeronimo y con Lucia, mientras Pedro estaba en una reunión de trabajo. El día anterior le había dicho que ya se estaban ocupando de todo el problema de las amas y que le agradecía su ayuda. Quizá aquélla había sido una manera sutil de decirle que ya podía marcharse, pero el cuerpo de Paula se negaba a comprender la indirecta.


—Entonces —le estaba diciendo Lucia en aquel momento—, ¿Pedro y tú vais a cenar con nosotros esta noche?


—Dejadlo ya, por favor —dijo Paula, sintiéndose como un animal en el zoológico ante el atento escrutinio de Jeronimo y de Lucia.


—¿El qué? —preguntó Jeronimo, convertido de pronto en el rey de la inocencia.


—¡Dejad de hacer de casamenteros! Pedro y yo no vamos a terminar juntos, así que dejadlo ya.


Jeronimo sonrió.


—Déjame decirte que desde siempre me he opuesto completamente a cualquier intento de uniros y que jamás he participado voluntariamente en dichos esfuerzos.


Lucia bebió un sorbo de piña colada, fingiendo no estar prestando atención a la conversación.


—¡Lucia, díselo! —le pidió Jeronimo.


Lucia miró por encima del borde del vaso y, después de beber un nuevo sorbo, lo dejó.


—No es que esté admitiendo ninguna voluntad casamentera por mi parte, pero sí puedo reconocer que Jeronimo jamás ha participado voluntariamente en nada parecido.


—Sois imposibles.


Paula apoyó los codos en la barra y miró a los clientes del bar. Vio a un grupo de mujeres y hombres hablando y riendo. Paula sabía que debería sentirse feliz.


Estaba en un lugar maravilloso con dos de las personas a las que más quería, pero aun así, lo último que se sentía era despreocupada.


—Perdonadme, pero necesito ir al cuarto de baño. ¿Paula?


—Sí, no te preocupes.


Lucia desapareció y Jeronimo inclinó su cerveza hacia Paula.


—Lucia no va a descansar hasta que Pedro y tú os caséis o terminéis matándoos el uno al otro.


—Ya me lo temía.


—Siente que está en deuda contigo por habernos presentado.


Paula no pudo evitar una sonrisa. Ella jamás habría imaginado que al regalarle a Lucia aquel viaje a Rancho Fantasía cambiaría tan radicalmente la vida de su amiga. Lucia no sólo había terminado enamorándose de un hombre que, supuestamente, no quería ataduras, sino que había adquirido una confianza en sí misma que antes le faltaba.


—Pues debería pensar que yo considero que la deuda ya está pagada.


Jeronimo le dirigió una mirada con la que parecía estar diciéndole «ni lo sueñes», y Paula supo que tenía razón. Lucia podía llegar a ser la persona más cabezota del mundo cuando pensaba que tenía razón.


Un hombre que parecía haber estado aprovechando las bebidas gratis que se ofrecían en la piscina, llegó tambaleándose hasta la barra y se sentó en un taburete al lado de Jeronimo. A tres taburetes de distancia, Paula podía oler a ron.


El hombre le hizo un gesto al camarero y pidió un whisky. Después se apoyó en la barra y le dirigió a Jeronimo una sonrisa.


—¿Va a quedarse mucho tiempo por aquí?


—Cerca de una semana —contestó Jeronimo.


—Pues déjame decirte que para un hombre soltero como tú, hay toda clase de diversiones en este lugar.


Jeronimo abrió la boca, probablemente para desmentir su condición de soltero, pero el borracho continuó.


—Ya sé lo que estás pensando. Que ya estás al tanto de todos los rollos que ofrece el centro.


—Sí —dijo Jeronimo—, mi hermano es…


—Pero déjame decirte lo que no sabes —se inclinó e intentó bajar la voz—. Aquí pueden conseguirte todo lo que quieras, compañía de cualquier clase… no sé si sabes lo que quiero decir.


Paula prácticamente vio cómo se ponía en alerta la antena de Jeronimo.


—¿Ah, sí? ¿Qué tipo de compañía?


El borracho hizo un gesto con la mano.


—Cualquiera. Ayer por la noche… —se interrumpió y arqueó las cejas—, tuve dos chicas en mi habitación durante dos horas que me estuvieron haciendo cosas increíbles.


Paula no se atrevía a volverse para mirar a Jeronimo. Al cabo de unos segundos, éste preguntó:
—¿De verdad? ¿Y cuánto te costó?


—Eh, cerca de mil dólares. Pero yo soy propietario de una planta de tratamiento de aguas residuales a las afueras de Toledo. El dinero no me importa. Y déjame decirte que doy por bien empleado cada penique.


—¿Y cómo podría conseguir una de esas chicas? —preguntó Jeronimo.


El borracho sacó la cartera y le tendió una tarjeta.


—Si en alguna ocasión necesita ayuda con el tratamiento de las aguas, no deje de avisarme.


Dejó la tarjeta sobre la barra, tomó un bolígrafo y empezó a garabatear un número en la tarjeta.


—Lo que tienes que hacer es llamar a este número de teléfono y decir que necesitas cambiar algún dinero.


—Y ellos ya saben lo que quiero.


—Tú tienes que especificar y ellos te dirán el precio. Hasta hace unos días, había que hablar con un tipo que trabajaba en el club Cabaña, pero ahora ha desaparecido y es un poco más complicado.


—¿Ah, sí?


—Sí. Pero sólo tienes que hacer esa llamada de teléfono. Después, alguien te llama, averigua lo que quieres y te dice dónde tienes que dejar el dinero.


Jeronimo tomó la tarjeta.


—¿Y esa persona tiene algún nombre?


—No, es todo medio secreto.


—Gracias por todo. Creo que mi esposa y yo vamos a divertirnos, ¿sabe?


El borracho se fijó entonces en la alianza de Jeronimo.


—Oh, muy bien. Bueno, cada uno se divierte como quiere.


Volvió a fijar la atención en su copa justo en el momento en el que Lucia regresaba del cuarto de baño.


—Eh, cariño —dijo Jeronimo sin poder disimular su entusiasmo—, ¿por qué no salimos un rato?


Paula miró a Jeronimo y vio que le dirigía a Lucia una significativa mirada. Lucia lo miró perpleja, pero no dijo nada. Después de pagar las bebidas, Jeronimo y Lucia salieron. Paula esperó unos minutos antes de seguirlos. Los encontró esperándola fuera.


—¿Qué ha pasado? —le preguntó a Jeronimo.


—Al parecer, Pedro todavía tiene problemas a los que enfrentarse.


Jeronimo y Lucia estaban al tanto de todo aquel asunto de las amas, pero Pedro confiaba en que los organizadores de la red hubieran dejado de actuar por miedo a ser descubiertos.


—No me puedo creer que esto esté pasando —comentó Lucia cuando estaban ya dentro de su dormitorio.


—Más que un negocio estrictamente sadomaso, lo que hay es toda una red de prostitución —dijo Paula, lamentándolo por Pedro. Había estado trabajando sin parar para sacar el centro adelante y de pronto se encontraba con algo así.


—Tenemos que reunir todos los datos antes de ir a ver Pedro —dijo Jeronimo—. Él ya está suficientemente ocupado como para tener que encargarse también de esto.


Definitivamente, había muchas ventajas en tener un hermano que fuera investigador privado, suponía Paula. Y la menor no era tener a alguien que pudiera encargarse de una investigación sobre una red de prostitución en la isla.


—Entonces —dijo Paula, recordando los planes que tenían para la noche—, ¿vamos a ir a la fiesta de esta noche? Empieza dentro de una hora y el tema es «Ven como realmente eres».


—Pues así es como soy yo realmente —dijo Lucia, señalando la camiseta rosa y los pantalones caquis—, pero me parece un vestido bastante aburrido.


—Creo que puedo conseguir algo más interesante —dijo Paula, acordándose entonces del vestuario del teatro.


Estaba convencida de que a Pedro no le importaría que tomaran prestadas algunas prendas.


Jeronimo suspiró.


—Lucia me ha hecho traerme el sombrero Stetson y las botas de vaquero, así que supongo que será eso lo que me ponga.


—¡Y los vaqueros!


Lucia sonrió y Paula supo que su amiga se estaba acordando del día que se habían conocido. Jeronimo había aparecido esposado en la cama de Lucia. No se conocían de nada y Jeronimo era el regalo de cumpleaños de Lucia.


Paula agarró a Lucia de la mano.


—Y tú vas a venir conmigo. Conozco un sitio en el que vamos a encontrar un traje que se adapte a tu verdadera personalidad.


—Pero…


—Nada de protestas. No puedes ir a una fiesta así vestida —señaló una maleta de ruedas que tenían a los pies de la cama—. ¿Está vacía?


—Sí, ¿por qué?


—Nos la llevamos. Vamos a necesitarla para guardar los trajes.


—Nos veremos aquí dentro de media hora —le dijo Lucia a Jeronimo mientras salían.


Diez minutos más tarde, entraban a escondidas en el teatro. Afortunadamente, el conserje no andaba por allí.


—¿Y cómo conoces este lugar? —le preguntó Lucia cuando encendió las luces.


—Me lo enseñó Pedro —contestó, intentando mantener una expresión neutra.


—¿Por qué tengo la sensación de que me estás ocultando algo?


—Confía en mí si te digo que es una historia que podría quebrar el vínculo entre cuñados.


—De acuerdo —dijo Lucia, mientras inspeccionaba los vestidos.


—Estoy pensando en ir como una corista de Las Vegas —dijo Paula, mirando uno de los trajes que a Pedro tanto le había gustado.


Sonrió al imaginarse su reacción. Eso en el caso de que saliera de la reunión a tiempo para llegar a la fiesta. Habían quedado en encontrarse en cuanto él estuviera libre, pero no les había dado ninguna garantía. Por otra parte, estaba deseando ver qué traje consideraba Pedro un reflejo de sí mismo.


—Paula, yo no soy de esa clase de chicas.


—¿Y qué me dices de esto? —Paula sacó un vestido de color rojo del tipo que llevaban las prostitutas del viejo oeste—. Es perfecto para el traje de Jeronimo.


A Lucia se le iluminó la mirada.


—¡Perfecto!




No hay comentarios.:

Publicar un comentario