jueves, 14 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 40





Pedro había observado el intercambio de miradas de Lucia y de Jeronimo durante la cena, de modo que cuando ambos anunciaron al unísono que tenían que darles una noticia, para él no fue precisamente una sorpresa.


Paula levantó la mirada del postre.


—¿Qué clase de noticia?


—¡Estamos embarazados! —anunció Lucia con una sonrisa resplandeciente.


—¿Embarazada? —preguntó Paula con los ojos abiertos como platos.


—¡Sí! Ha sido un poco antes de lo que esperábamos, pero estamos tan emocionados que no hemos podido aguantarnos las ganas de venir hasta aquí para contároslo.


—¡Felicidades!


Pedro se levantó, abrazó a Lucia y a Jeronimo, se sentó de nuevo e intentó asimilar la noticia.


Se alegraba por ellos y le encantaba la idea de que hubiera un niño en la familia, pero… ¿Pero qué? De pronto se encontraba mal. Como si hubiera comido marisco en mal estado. Y entonces se dio cuenta de lo que le ocurría. Si su hermano pequeño se había casado antes, y si él continuaba en aquella permanente soltería, quizá terminara convirtiéndose en uno de esos tipos excéntricos que jamás se casaban ni tenían hijos.


Aquello no lo había molestado hasta entonces, cuando sólo tenía que pensar en las opiniones de sus amigos, muchos de ellos todavía solteros. Pero de pronto había un niño en la familia. Y quizá pronto hubiera más. Y cuando se miraba con los ojos de un niño, su constante soltería le parecía… extraña.


Se convertiría en un tío raro para su sobrino. Y no estaba seguro de querer que lo viera así.


—¿Pedro? ¿Estás bien? —le preguntó Lucia.


Pedro salió bruscamente de su ensimismamiento. Paula se había levantado para abrazar a Jeronimo y a Lucia y en aquel momento los estaba felicitando.


—Estoy bien, de verdad. Supongo que me he emocionado un poco con la noticia del bebé. ¿Se lo habéis dicho ya a mamá?


—Ni siquiera estamos seguros de dónde está —contestó Jeronimo—. ¿En Pakistán?


Pedro negó con la cabeza.


—Recibí un correo electrónico suyo la semana pasada. Está en Bali.


Después del divorcio de sus padres, su padre había vuelto a casarse y había formado una nueva familia. Ninguno de sus hijos había vuelto a tener noticias suyas desde hacía unos quince años, así que era su madre la única persona a la que tenían que dar la importante noticia del nacimiento del bebé.


Eso, en el caso de que su madre estuviera en condiciones de recibirla. Desde que se había jubilado, su madre se pasaba la vida viajando por todo el planeta y su distancia era una de las razones que mantenían tan unidos a Jeronimo y a Pedro. Lo habían compartido prácticamente todo y Pedro se dio cuenta con repentino sobresalto de que le apetecía estar cerca de ellos para ver crecer a Jeronimo.


Lo cual significaba que tendría que vivir en Arizona.


Cerca de Paula.


La sensación de malestar regresó como una venganza.


Jeronimo, Lucia y Paula estaban hablando de las fechas del nacimiento y de posibles nombres para el bebé, así que no advirtieron que Pedro estaba poniéndose verde. Pedro decidió que si no quería parecer un completo canalla, tendría que olvidarse de sus miedos y participar en las conversaciones sobre el bebé.


— Si es un niño —bromeó—, voto por que se llame Pedro. Un nombre fuerte, sencillo y distinguido.


—En realidad eso ya lo ha sugerido Lucia—dijo Jeronimo, para sorpresa de Pedro—.Yo le dije que te lo creerías demasiado.


Si no se equivocaba, Pedro habría jurado que Paula estaba pasándolo tan mal como él para disimular el impacto que le había causado la noticia sobre la paternidad. Advirtió que había apartado el postre que minutos antes estaba devorando. Después de que les retiraran el postre, habría jurado que era de alivio la expresión de su rostro cuando Lucia había anunciado que estaba cansada y quería retirarse a descansar a su habitación.


—Entonces os veré mañana por la mañana —dijo Paula, levantándose de la mesa un poco más rápido que los demás.


Pedro y Paula se despidieron de Jeronimo y Lucia se recorrieron solos uno de los paseos de Escapada que conducía a la playa. Ya había anochecido, pero los paseos estaban iluminados y el sonido del mar era como un reclamo.


Unas cuantas horas antes, Pedro no pensaba en otra cosa que no fuera estar con Paula a solas en su habitación, pero en aquel momento… Un paseo por la playa le parecía más apropiado teniendo en cuenta lo débil que tenía el estómago.


—¿Te apetece dar un paseo por la playa? —le preguntó a Paula, que en aquel momento se estaba quitando un rizo de la cara.


—Me encantaría.


Al cabo de unos minutos de paseo, Pedro comentó:
—Me ha parecido que te ha afectado mucho la noticia del bebé.


—Creo que no he sido la única que se ha puesto verde.


Pedro soltó una carcajada.


—La verdad es que me alegro mucho por ellos. Y no sé por qué me ha afectado tanto.


—Yo también me alegro mucho por ellos —bajó la mirada hacia la arena y se abrazó a sí misma mientras caminaba—. Supongo que cuando tienes nuestra edad y una persona cercana tiene un hijo, eso te hace pensar, ¿sabes?


—Claro que lo sé.


Pedro sabía que no era lógico estar manteniendo una conversación sobre hijos con una mujer con la que no pensaba casarse, pero Paula y él estaban tan lejos de tener una relación estable que se atrevió a preguntar:
—¿Tú quieres tener hijos?


Paula se encogió de hombros.


—No me opongo. Y supongo que siempre he dado por sentado que algún día tendría hijos, en cuanto fuera demasiado vieja para preocuparme por las estrías.


—¿Y cuándo será eso? ¿Cuándo tengas ochenta años?


—Algo así.


Paula sonrió y Pedro descubrió una nueva razón para que le gustara.


—¿Y tú? ¿Tienes urgencias paternales?


—Estoy muy de acuerdo contigo en cuanto a toda la cuestión de la paternidad, excepto por lo de las estrías, por supuesto. Siempre lo he considerado como uno de esos acontecimientos que podrían llegar a suceder en un imprevisible futuro.


—¿A los hombres no les salen estrías? —bromeó Paula.


Pedro debería haberse sentido aliviado por aquella salida. Pero en cambio, se descubrió deseando poder continuar con la conversación. 


Pero, al fin y al cabo, aquélla era Paula. Paula, que se marcharía en cuanto se hubiera hartado de él.


—No lo sé, pero si quieres, puedes comprobarlo más tarde.


Paula se echó a reír.


—Estoy segura de que no tienes una sola estría. No es que las haya estado buscando, pero habría notado algo así.


Continuaron paseando por la playa, encaminándose hacia la suite de Pedro. Éste descubrió encantado que el malestar había cesado. Estaba comenzando a disfrutar de la compañía de Paula tanto fuera de la cama como dentro de ella, y eso suponía una evolución interesante en su relación.


Interesante, pero, probablemente, nada importante.



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