jueves, 14 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 39




Paula pasó el primer día libre que tenía en la isla intentando aliviar la tensión que sentía sobre los hombros. Fue a darse un masaje y después a hacerse la manicura y la pedicura. Paseó por la playa disfrutando del sol, e intentando evitar a los hombres solitarios que paseaban también en busca de sexo fácil, y estuvo leyendo al lado de la piscina.


Pero por mucho que lo intentara, no podía sacar a Pedro de sus pensamientos durante más de un minuto o dos. Y, definitivamente, aquélla era la fuente de toda la tensión que tenía sobre los hombros.


Había disfrutado del día porque le gustaba viajar sola y porque Escapada era un lugar fabuloso, pero no podía engañarse. En todo momento había estado esperando la llegada de la noche con auténtica locura, esperando que fuera aquella velada la que por fin consiguiera curarla, pero, sobre todo, esperando que llegara.


Una llamada a la puerta la alertó de la mirada de Paula. Se miró rápidamente en el espejo, se atusó el pelo y se ajustó la bata de satén de manera que quedara parcialmente abierta por delante.


Ya estaba. De modo que a Pedro no le quedaría más remedio que atacar en la misma puerta.


Paula ya se había duchado, se había maquillado y tenía la ropa preparada para la noche, pero antes se había asegurado de estar preparada para el aperitivo que Pedro había mencionado.


Pedro llegaba un poco antes de lo previsto, pero no le importó.


Sonrió al abrir, al tiempo que se aflojaba un poco el cinturón y se preparaba para dejar caer la bata libremente por sus hombros.


—Estaba esperándote… —las palabras murieron en sus labios cuando vio a su mejor amiga en el pasillo. Pedro no estaba por ninguna parte—. ¡Lucia! ¿Qué estás haciendo aquí?


—Creo que yo podría preguntarte lo mismo —contestó Lucia, parpadeando al ver a su amiga prácticamente desnuda.


La sorpresa cedió paso a la alegría de aquella agradable e inesperada sorpresa y las dos mujeres se abrazaron. Hasta ese momento, Paula no había sido consciente de lo mucho que echaba de menos a Lucia. Al no tener hermanos y tras haber perdido a sus padres, Lucia se había convertido, no sólo en su mejor amiga, sino también en su única familia.


Cuando terminaron de abrazarse, Paula se cerró la bata, se echó a un lado para que entrara su amiga en la habitación y cerró la puerta tras ella.


—Se supone que deberías estar dirigiendo la agencia —dijo Paula, intentando desviar la atención de su cuestionable conducta.


Lucia arqueó una ceja y se cruzó de brazos.


—La he dejado en las capaces manos de Gilí.


—¿Pero por qué has venido?


—Llevo diciéndole a Jeronimo que me trajera a Escapada desde que lo abrieron. Esta semana ha terminado un caso en el que estaba trabajando antes de lo que esperaba y cómo tú habías hecho este viaje inesperado, al final conseguí convencerlo de que deberíamos venir y apoyar la última aventura empresarial de su hermano.


—¿Así que has venido a vigilarme? —preguntó Paula, sintiéndose extrañamente halagada por aquella idea.


—No, hemos venido porque necesitábamos unas vacaciones —contestó, y sonrió con expresión traviesa—.Y también para vigilarte, claro.


—Bueno, en cualquier caso, me alegro de que estés aquí.


—La tormenta estuvo a punto de hacernos cambiar de idea, pero aquí estamos. Ahora dime a quién estabas esperando para aparecer en la puerta vestida de esa manera.


—Al servicio de habitaciones.


—Sí, claro.


—¿Dónde está Jeronimo? —preguntó Paula.


—Ha ido a buscar a Pedro.


—¿Y Pedro sabe que estáis aquí?


—Para él también ha sido una sorpresa.


—Estás guapísima —dijo Paula—. ¿Te has puesto reflejos o algo parecido?


En el pelo castaño de Lucia resplandecían algunos mechones más claros que dulcificaban todavía más su mirada. Desde que la conocía, Lucia siempre había tenido la costumbre de parecer ridículamente feliz, pero aquel día lo parecía incluso más.


Lucia sonrió y se pasó la mano por el pelo.


—El sábado fui a tu peluquero. Me hizo algo sorprendente, que me ha costado más de lo que debería, pero estás cambiando de tema —miró a Paula con los ojos entrecerrados—. ¿Se puede saber a quién estabas esperando?


—¿Estás segura de que eso es todo? ¿Has tomado el sol este fin de semana o algo así?


—¿Quieres hacer el favor de dejar en paz mi aspecto? No, no he tomado el sol, ¿de acuerdo?


—De acuerdo, de acuerdo. Estaba esperando a Pedro. ¿Eso te hace feliz?


Lucia suspiró, sin mostrarse en absoluto tan satisfecha como Paula habría esperado.


—¿Qué ha pasado con ese asunto sobre las amas del que me hablaste?


Pedro lo está investigando y yo lo estoy ayudando. O algo así. Creo que hemos localizado al tipo que lo está organizando todo, pero de momento nadie ha dicho nada.


—En ese caso, es una suerte que haya venido Jeronimo. Él lo averiguará todo y así Pedro tendrá una cosa menos de la que preocuparse.


—¿Ésa es la razón por la que has traído a Jeronimo aquí?


—Lo creas o no, él quería venir antes incluso de que le contara lo que estaba pasando.


Paula pensó en los disfraces que se habían puesto Pedro y ella para investigar y se echó a reír.


—Y es una suerte, porque Pedro y yo no somos precisamente unos expertos en investigación privada.


Lucia sonrió.


—¿Qué está pasando exactamente entre vosotros?


—¿Por qué no se lo preguntas a tu cuñado?


—¿La respuesta de Pedro sería diferente de la tuya?


—Sí, porque yo no voy a contestar —Paula se acercó a la ventana y miró con el ceño fruncido hacia el cielo. Un cielo que tenía el valor de estar absolutamente arrebatador en aquel momento, iluminado por la luz dorada del atardecer y que invitaba a pasear a los enamorados.


Por alguna razón de lo más inmadura, no quería analizar lo que había hecho durante el fin de semana bajo el prisma de Lucia.


—Eres una mentirosa —dijo Lucia, mientras se sentaba en la cama de Paula—. Sabes que te estás muriendo de ganas de contarme hasta el último detalle escandaloso de este fin de semana con él.


En circunstancias normales, Lucia habría tenido razón. Y Paula supuso que algo tendría que contarle a su amiga sobre lo que había ocurrido aquel fin de semana.


—Supongo que las cosas se me han ido un poco de las manos. Y que podría violar alguna clase de acuerdo entre cuñado y cuñada si te lo contara todo.


Lucia se la quedó mirando fijamente, parecía un poco incómoda.


—No quiero que me lo cuentes todo. Sólo quiero que me cuentes las cosas más importantes.


Paula renunció y se sentó a su lado en la cama, reclinándose contra la almohada.


—De acuerdo. Si lo más importante para ti es saber si estoy enamorada o si hemos puesto ya una fecha para la boda, la respuesta es «no».


—No esperaba otra cosa de ti. Imaginaba que me dirías algo como «nos hemos conocido y, cuando por fin hemos dejado de pelearnos, nos hemos dado cuenta de que tenemos muchas cosas en común».


Paula empezó a protestar, pero entonces se dio cuenta de que Lucia tenía razón. Cuando no estaban discutiendo, e incluso cuando discutían, se divertía mucho con Pedro.


¿Y qué se suponía que debía hacer en aquel momento con ese hecho tan irritante?


—Estoy dispuesta a admitir que no es tan canalla como pensaba al principio.


Lucia la miró por el rabillo del ojo.


—¿Y?


—Y es posible que haya disfrutado de momentos muy placenteros durante este fin de semana.


—¿Suficientemente placenteros como para cenar todos juntos esta noche?


Paula se encogió de hombros. Era evidente que no iba a poder disfrutar del aperitivo que había planificado para antes de la cena.


—Claro, por supuesto que podemos cenar juntos.


Así reservaría la energía que necesitaban para más tarde, para cuando por fin estuvieran a solas.


—Bueno, entonces tengo que ordenarte que vayas corriendo a la marisquería que está más cerca de la entrada. Se supone que hemos quedado allí con Jeronimo dentro de veinte minutos.


Paula se levantó mientras Lucia le explicaba con detalle cómo había conseguido convencer a Jeronimo de que necesitaba tomarse unas vacaciones en tan poco tiempo, pero Lucia era una gran mentirosa. Y había algo importante en aquel relato que estaba dejándose fuera.


Paula se volvió y observó a Lucia mientras ésta paseaba con impaciencia por la habitación. 


Había algo en ella que había cambiado, pensó Paula, pero no sabía lo que era.



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