martes, 12 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 34




Pedro se levantó de la cama, se miró en el espejo para asegurarse de que llevaba bien puestas las gafas y la peluca y se acercó a la puerta.


Cuando la abrió, se encontró frente a una mujer con un abrigo negro y una bolsa de goma. Paula estaba segura de que no le apetecería en absoluto saber lo que llevaba en la bolsa.


—Hola, Mike me ha dicho que viniera.


—De acuerdo —dijo Pedro en un tono chulesco que estuvo a punto de hacer estallar en carcajadas a Paula—, pero ahora tenemos un problema con mi mujer.


—Necesito entrar. No puedo quedarme llamando la atención en el pasillo.


Le dirigió a Paula lo que se suponía debería ser una mirada tranquilizadora, pero a Paula no le hacía mucha gracia estar viviendo aquella situación en su habitación.


—La cuestión es —dijo Pedro cuando cerraron la puerta— que ahora mi novia no quiere hacer aquello para lo que la he contratado a usted.


Paula estudió atentamente los rasgos de la mujer, por si más adelante tenía que recordarlos. 


Era una mujer delgada, probablemente atractiva si no fuera por su exagerado maquillaje, con el pelo y los ojos castaños. Tenía un pequeño bulto en la nariz, seguramente a causa de un golpe, y más que una aficionada real al sadomaso, parecía haberse disfrazado para la ocasión. 


Paula suponía que debía de ser muy difícil encontrar un servicio de amas de primera calidad en una isla remota del caribe.


La mujer parecía confundida.


—Si quiere puedo hacerlo con usted.


—Lo siento, pequeña. Estoy seguro de que me lanzaría a los tiburones —dijo, mientras señalaba hacia Paula con el pulgar.


Paula se esforzó en parecer dolida.


—Puedes estar seguro.


—¿Sabe? En estos casos no devolvemos el dinero —dijo la mujer.


—No importa. Se lo quitaré de su asignación. Tendrá que dejar de hacer compras durante unas cuantas semanas por haberse negado a tener relaciones conmigo.


Paula agarró una almohada y se la tiró, esperando estar representando de forma convincente el papel de novia celosa.


—Como usted quiera. Bueno, yo me voy.


—Eh, no me has dicho cómo te llamas.


El ama le dirigió una débil sonrisa.


—Yo soy Madame Giselle.


—Oh —respondió Pedro, con aquel acento chulesco—, ¿es tu nombre artístico o algo así?


—Algo así.


—Bueno, ¿y yo puedo llamarte Giselle?


—Claro.


Paula se cruzó de brazos y los fulminó con la mirada.


—¿Y yo cómo puedo llamarte a partir de ahora? ¿Ex novio?


—Eh, ¿a qué vienen esos modales? Sólo estoy hablando con ella, de acuerdo. ¿Es que no puedo tratarla como a un ser humano?


Paula tomó la revista que tenía en la cama y fingió hojearla.


—Como tú quieras.


Pedro se volvió hacia Madame Giselle.


—Eh, como se está comportando como una arpía y yo ya he pagado por sus servicios, ¿le importaría quedarse a hablar un rato?


—Eh, no creo que a tu novia le vaya a gustar —respondió, mirando nerviosa hacia Paula, que a su vez la miraba por el rabillo del ojo.


—Ignórala, está de muy mal humor.


—De acuerdo —se encogió de hombros—. Me quedaré, tú pagas.


Pedro señaló hacia las sillas y la mesa que había cerca de la ventana y Giselle se sentó allí con él. Paula no estaba segura de qué se suponía que debía hacer, pero sabía que Pedro quería aprovechar aquella oportunidad para sacarle información al ama.


Paula no sabía qué hacer, ¿debería salir del dormitorio y encerrarse en el baño como una novia furiosa, o quedarse por allí, intentando retener todos los detalles de la conversación?


Optó por la segunda opción y se quedó a escuchar. Al fin y al cabo, si Pedro hubiera sido de verdad su novio, imaginaba que la reacción más sensata habría sido la de quedarse para asegurarse de que no ocurriera nada entre él y la chica a la que había contratado.


—Entonces —dijo Pedro—, ¿cómo es que has terminado haciendo este tipo de trabajo?


Madame Giselle lo miró con extrañeza.


—Me especialicé en dominación sexual en la universidad, ¿qué te parece?


—Vamos, estoy hablando en serio. ¿Cómo has terminado haciendo este tipo de trabajo, y en una isla tan pequeña?


—Tengo otro trabajo más normal. Con esto es difícil pagar las cuentas.


—Vaya, me sorprende. Supongo que te llevarás una gran parte del dinero que le he dado a Mike en el bar, ¿no?


Giselle se cruzó de brazos y suspiró.


—La verdad es que no puedo hablar de esto contigo, lo siento.


—Eh, pequeña, no es para tanto, es sólo simple curiosidad —se empujó las gafas por encima del puente de la nariz y Paula estuvo a punto de perder la compostura. Fijó la mirada en el artículo sobre el coeficiente sexual para intentar contener la risa.


—No pasa nada.


—Tiene que fastidiar mucho tener que pagar a otro cuando eres tú la que haces todo el trabajo.


Giselle lo miró de reojo.


—¿Qué eres? ¿Un policía secreto o algo parecido? Me voy de aquí —dijo, y se levantó.


—¡Espera! No soy policía —Pedro la siguió.


—Si tienes algún problema, arréglalo con Mike —abrió la puerta y salió sin molestarse en despedirse.


Pedro cerró la puerta y dejó escapar un suspiro.


—Supongo que lo he estropeado todo, ¿verdad?


—A mí me parece que lo has hecho bastante bien —Paula dejó la revista a un lado y se acercó a él.


—Ni siquiera he averiguado su verdadero nombre ni en qué lugar del centro está trabajando.


—¿No tienes fotografías de todos tus empleados?


—Sí, pero me llevará un buen rato encontrar la fotografía de uno en particular.


—A partir de ahora, andaremos pendientes de localizarla.


—Muy bien —Pedro la atrajo hacia él y posó las manos en sus caderas—. Lo importante es que por fin estamos solos otra vez.


—Humm. Yo pensaba que lo importante era salvar tu establecimiento de esas amas locas.


—Ni lo sueñes.


—¿Y qué te hace pensar que he dejado de tener la regla?


Pedro le sonrió.


—Dentro de un par de minutos, eso va a ser lo último que importe.


—Pareces muy confiado.


—Un hombre con mi aspecto y mi encanto —dijo, y se interrumpió para pasarse la mano por la peluca—, no puede evitarlo.


—¿Eso significa que podemos quitarnos ya el disfraz?


Pedro alargó la mano hacia Paula y, para su inmenso alivio, le quitó la peluca. Paula se ahuecó el pelo y se rascó la cabeza.


—Despídete de Ginger —le dijo.


—Y tú no olvides despedirte de Jake —se quitó las gafas y la peluca y Paula se puso de puntillas para darle un beso.


Le rozó los labios y susurró:
—Preferiría decirte hola a ti.


—Gracias por haberme ayudado tanto hoy —le dijo Jake.


Paula sonrió; no quería tomarse sus palabras en serio.


—Eh, ya sabes que mi ayuda tenía un precio.


—Veamos, ¿qué quieres? ¿Un bote de remos para salir de la isla?


Paula le dio un manotazo juguetón en el pecho.


—Sexo, cariño. Quiero sexo.


—Ah, sí, ahora me acuerdo.


—¿Entonces vas a darme lo que quiero o tendré que tomarlo yo?


Pedro deslizó las manos por su torso, rozando sus senos a través de la ceñida tela de su vestido.


—Creo que podremos llegar a un pequeño acuerdo —dijo mientras le acariciaba los pezones.



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