martes, 12 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 32
Pedro podría haber puesto fin a la conversación en aquel momento y haber despedido a Mike, pero quería reunir cuanta información le fuera posible y saber cuántos de sus empleados podían estar involucrados en el negocio. Por lo que sabía, quizá aquello fuera la punta del iceberg.
Sacó quinientos dólares de su cartera.
—Espere —susurró el camarero—. No quiero que haya intercambio de dinero encima de la barra. Cuando le lleve la cuenta, pague las copas y todo lo demás al mismo tiempo, ¿entendido?
—Oh, muy bien.
—Escríbame el número de su habitación en la servilleta y métala debajo de la cuenta.
Pedro asintió.
—Lo haré.
Mike lo dejó para ir a atender a otro cliente.
Paula miró a Pedro y se inclinó hacia él.
—¿De verdad vas a contratar a una prostituta?
—¿Cómo si no voy a enterarme de quién está prestando ese servicio?
—Oh, pues no sé, ¿preguntándole a Mike después de haberlo descubierto, quizá? —dijo Paula, en un tono con el que dejaba claro que no estaba dispuesta a entregarse a prácticas sadomasoquistas con otra chica.
—Ayer no te daba miedo estar con otra mujer.
—¡Vete a la porra! Sabes que ayer estaba jugando contigo. A mí no me gustan ese tipo de cosas. Y menos aún las que tienen que ver con púas y cuero.
—Maldita sea, acabas de echar a perder mi fantasía.
Paula elevó los ojos al cielo y apoyó los codos en la barra.
—¿Eres capaz de recordar exactamente por qué estoy ayudándote? Porque en ese momento no soy capaz de acordarme.
Un hombre calvo y corpulento le dirigió a Paula una sonrisa. Paula se echó la melena hacia atrás y le devolvió la sonrisa.
Pedro sintió una esperada oleada de posesión en el pecho.
—Hola, ¿estás sola?
Paula tardó algunos segundos en contestar.
—Podría decirse que sí —ronroneó Paula.
Pedro se inclinó hacia delante y apoyó el brazo en el respaldo de su taburete.
—O podría decirse que estás conmigo, y en ese caso estarías diciendo la verdad.
—Pues no parece que la dama quiera estar con usted.
¿Realmente estaba teniendo esa conversación y las dos que había mantenido anteriormente, o se había metido en el cuerpo de otra persona desde que se había puesto la peluca y las gafas?
—Confíe en mí, yo soy el único con el que se va a ir.
—Creo que es ella la que tiene que decidir eso —repuso el hombre y miró a Paula—. ¿Quieres bailar, preciosa?
Paula le dirigió a Pedro una mirada con la que estaba desafiándolo a detenerla y dijo:
—Me encantaría.
Pedro reprimió las ganas de agarrarla, echársela al hombro y llevarla a su dormitorio al más puro estilo de los hombres de las cavernas. Y optó por dirigirle a Paula una mirada y vaciar su vodka. En aquel momento necesitaba una copa doble.
—En —dijo el hombre que estaba al lado de Paula—, ¿le importa que la dama baile conmigo?
Se había puesto de pie y se estaba acercando a Pedro.
—Parece que es usted el único que tiene problemas —dijo Pedro mientras dejaba su vaso en la barra y también se levantaba.
En realidad, era Pedro el que estaba en peor situación. Si iniciaban una pelea en aquel momento, la peluca podría salir volando y desenmascararlo. Por encima del hombro de aquel machito, podía ver a Paula regodeándose, disfrutando claramente de su venganza.
El tipo con exceso de testosterona le dio un empujón.
—¿Tú crees? Pues déjame demostrarte el problema del que te estoy hablando.
El tipo echó el puño hacia atrás y Pedro se estaba preparando para el golpe, cuando alguien partió una botella en la cabeza del tipo.
El tipo se volvió y descubrió a Paula mirándolo con expresión de disculpa.
—Lo siento, pero no voy a bailar contigo si pegas a mi chico.
—Hija de…
—De acuerdo. Definitivamente, no voy a bailar contigo. Me gusta tratar con seres humanos evolucionados.
El hombre calvo estaba sangrando.
—Creo que es hora de que nos vayamos —dijo Pedro cuando lo vio frotándose la cabeza.
Sentía que no estaba a la altura de las circunstancias, al descubrirse más preocupado por su peluca que por el honor de Paula.
Un gorila al que Pedro no había visto nunca advirtió por fin la situación y se acercó a su lado.
—¿Qué está pasando aquí?
—Este estúpido está insultando a mi novia y ha intentado empezar una pelea.
—Parece que él es el único que está herido.
—Tenía que hacer algo para que dejara de pegar a mi Jakey —dijo Paula con una voz de niña buena que jamás en su vida había utilizado.
Batió las pestañas, convertida en Miss Inocencia, aunque su inocencia no parecía muy convincente.
—Creo que necesitas salir un rato, tío —le dijo el guardia al hombre calvo—. Estoy seguro de que lo pasarás mucho mejor en otros clubes de la isla.
—¡Qué demonios! ¡Yo no estaba haciendo nada malo!
—Vamos, anda. Y deberías pasarte por la clínica para asegurarte de que no necesitas puntos en esa herida.
Pedro y Paula observaron al vigilante mientras éste se llevaba al tipo del codo.
Pedro miró a Paula cuando la costa quedó despejada.
—¿Exactamente, qué estabas intentando hacer? ¿Ponerme a prueba?
Paula sonrió.
—No, sólo era una advertencia. No te metas conmigo y ni siquiera intentes relacionarme con una sadomaso. Porque soy perfectamente capaz de complicarte la vida.
—Confía en mí, eso lo sé desde la primera vez que te vi.
—Pues no lo parece.
—¿No creerás en serio que estaba esperando que hicieras un espectáculo sadomaso para mí?
—¿Cómo demonios voy a saberlo? Al fin y al cabo, has contratado un ama.
Pedro desvió la mirada hacia la barra y advirtió que Mike les había enviado la cuenta dentro de una carpeta de cuero. Pedro la abrió y descubrió en su interior la cuenta y un bolígrafo.
—No tendrás que hacer nada, te lo prometo. Por lo menos hasta que ella se vaya. Y, por cierto, ¿a qué ha venido eso de llamarme Jakey?
—Oh —Paula sonrió—, ha sido el primer nombre que me ha venido a la cabeza.
—¿Es alguien de cuya existencia tenga que estar al tanto?
—No conozco a nadie que se llame Jake, te lo prometo.
Pedro sacó el dinero de la cartera, lo metió dentro de la carpeta de cuero y a continuación, tomó una de las servilletas del bar, escribió un nombre falso y después el número de la habitación de Paula.
Cuando Mike volvió a aparecer, le tendió la carpeta.
El camarero la abrió, vio el dinero y la volvió a cerrar.
—De acuerdo, trato hecho. Le llevaré la bebida a las nueve en punto.
Pedro asintió con las entrañas hechas un revoltijo de emociones. Lo enfurecía que uno de sus empleados estuviera dedicándose a actividades ilegales dentro de su centro. Pero lo emocionaba saber que por fin iba a estar a solas con Paula otra vez. Y lo aterraba que, tras estar a solas con ella, una vez satisfecho su deseo, aun así no fuera suficiente.
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