miércoles, 13 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 35




Eso era lo único que Paula estaba pidiendo. Y quizá, aquella noche, bastara para hartarse para siempre de él. Quizá, a la mañana siguiente, se despertara lista para marcharse, para olvidarse para siempre de Pedro para no volver a verlo en su vida.


Pero cuando Pedro deslizó las manos en el interior del vestido y acarició la piel desnuda de sus senos, Paula tuvo que admitir que no lo veía muy probable en aquel momento.


Pedro la llevó a la cama y la liberó del vestido plateado. Sus bocas se unieron y, al borde de la desesperación, Paula ayudó a Pedro a desprenderse de sus ropas.


Toda la tensión que habían ido acumulando desde que habían sido interrumpidos por el conserje amenazaba con desbordarse. Pedro no recordaba haber estado nunca tan desesperado por liberarse. Deseaba a Paula hasta la médula.


Se tumbó con ella en la cama y besó todos los rincones que su boca pudo encontrar; besó, sintió, saboreó…


Paula se colocó sobre él, moldeando su cuerpo desnudo contra el suyo hasta llevarlo al borde de la locura. Se irguió después, para sentarse a horcajadas sobre sus caderas y dejar que su húmeda oquedad albergara su sexo.


Pedro suspiró, cerró los ojos y saboreó aquella dulce agonía.


—Acabo de darme cuenta de que no tengo preservativos —abrió los ojos—. El que tenía en la cartera lo hemos utilizado antes.


La expresión de fastidio de Paula debió de ser idéntica a la suya.


—Maldita sea.


—¿Y tienes preservativos en tu habitación?


—Vamos.


Pedro se levantó de un salto, buscaron sus ropas y se vistieron a toda velocidad, sin molestarse en ponerse la ropa interior ni en abrocharse correctamente los botones.


Unos minutos después, corrían bajo la lluvia, agarrados de la mano y convirtiéndose en objeto de las miradas ocasionales de las pocas parejas que, por una u otra razón, estaban desafiando al mal tiempo.


La tormenta los empapaba, pero en ningún momento apagó su pasión. Ni siquiera un huracán podría haber alejado a Pedro de su objetivo en aquel momento.


Los sentimientos que Paula le provocaba eran peligrosos, locos, incontrolables, y estaba deseando acabar con ella y regresar a su tranquila y controlada existencia. Le gustaba su vida predecible, ordenada. Y se enorgullecía de su equilibrio mental. Pero todo aquello parecía salir volando por la ventana en cuanto Paula andaba por los alrededores.


Pedro quería volver a su vida.


Aunque en aquel momento, le resultaba imposible preocuparse de nada que no fuera encontrar un preservativo para así poder enterrarse una y otra vez en su interior, hasta hacer desaparecer aquel anhelo.


Llegaron a su suite en un tiempo récord, empapados y casi sin respiración. Pedro agarró a Paula y tiró de ella hacia el dormitorio. Una vez allí, se desnudaron a toda velocidad, Pedro se acercó a la mesilla de noche y sacó una caja de preservativos. La abrió con manos torpes y lanzó sobre la cama los pequeños paquetitos negros.


No era exactamente un lecho de rosas, pero era lo mejor que podía llegar a crear en aquel estado de locura.


Tumbó a Paula en la cama, rodeada por los preservativos.


—Espero que no se nos acaben.


Paula soltó una carcajada.


—Si conseguimos terminarlos, la falta de protección será la menor de nuestras preocupaciones.


Pedro le cubrió la boca con la suya; estaba demasiado desesperado como para poder seguir hablando ni un segundo más, hundió la lengua en el interior de su boca y se embebió de Paula, pero un beso apenas podía aplacar su sed. Necesitaba hacer el amor con ella en ese mismo instante.


Se sentó en la cama y la hizo sentarse a ella también. Paula abrió un preservativo y lo deslizó sobre su sexo. Pedro la hizo volverse y la agarró por las caderas, al tiempo que presionaba con su sexo tan cerca del de Paula que era casi lo único en lo que podía pensar.


Deslizó la mano por sus caderas y dejó que una de ella resbalara entre sus piernas. Estaba tan húmeda, tan dispuesta…


Buscó con la otra mano uno de sus senos y apretó delicadamente el pezón mientras le besaba el cuello y le acariciaba el clítoris. Paula gemía y se retorcía mientras removía las caderas contra él.


—Por favor —susurró—, quiero que estés dentro de mí.


Pedro pretendía hacer un ejercicio de autocontrol para que Paula llegara antes que él al orgasmo, pero bastó el susurro de aquella petición para doblegar su voluntad.


Se inclinó sobre ella, la sujetó con firmeza de las caderas y se hundió dentro de ella desde atrás. 


Paula arqueó la espalda y lo aceptó todo lo profundamente que Pedro podía hundirse en aquella postura. Y entonces fue como si acabara de romperse una presa.


Pedro ya no fue capaz de seguir esperando. La embistió, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, hasta terminar temblando y sudoroso.


Oía los jadeos entrecortados de su propia respiración, sentía su cuerpo sudando, preparándose para la gran liberación… y la liberación llegó.


Perdió el control sobre su cuerpo mientras se derramaba dentro de ella, sujetándola con más fuerza de la que debería, incapaz de soltarla mientras un ciego placer invadía su cuerpo.


Se derrumbó entonces sobre ella, cubrió su espalda de besos, deslizó la mano entre sus piernas y, sin abandonar su interior, buscó su clítoris y lo acarició hasta hacerle llegar al orgasmo.


Los gritos de Paula se fundían con el sonido de su respiración jadeante mientras Paula se arqueaba contra él en busca del máximo contacto. Cuando sintió que los músculos de Paula dejaban de contraerse, Pedro dejó poco a poco de acariciarla, la abrazó con fuerza y se tumbó junto a ella en la cama.


Permanecieron abrazados en aquella postura hasta que el frío del aire acondicionado obligó a Pedro a incorporarse para cubrirla con las sábanas. Parte de él estaba dispuesto a un nuevo asalto, pero otra parte se conformaba con permanecer tumbado y disfrutar del silencio con Paula.


Pero el silencio le hizo empezar a pensar. En Paula, en la locura de aquel fin de semana. En lo que estaban haciendo juntos.


—¿Cuándo crees que será suficiente? —susurró medio para sí, sin esperar respuesta.


La respiración de Paula se había ido haciendo firme y lenta, Pedro ni siquiera esperaba que estuviera despierta. La estrechó contra él, sintiéndola suave y cálida entre sus brazos, que era donde parecía tener que estar en aquel momento. Y le resultaba difícil imaginar que aquello era algo temporal cuando lo estaba disfrutando tanto.


—No sé —contestó Paula.


—Creía que a lo mejor estabas dormida.


—Quizá sólo necesitemos otro par de días.


—Sí —contestó Pedro—, espero que tengas razón.


En cuanto lo dijo, deseó haberse mordido la lengua. Había sonado tan mal… Pero aun así, no podía negarlo, ¿o sí? Él no quería que Paula se quedara allí durante más tiempo del estrictamente necesario, ¿verdad?


Creyó sentir a Paula tensándose contra él, pero sin decir nada.


Porque sentía lo mismo que él, por supuesto. 


Ella no quería nada más que satisfacer un deseo. Y Pedro debería haber agradecido que su único interés en él fuera en tanto que amante.


Pero curiosamente, no lo agradecía.




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