sábado, 23 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 42
A Paula le dio un escalofrío, pero de placer. Eran las ocho y media, así que decidió prepararse un café y ver la tele un rato hasta que llegara su alumno a las nueve y media.
Mientras pasaba de un canal a otro, su mente estaba fija en Pedro, en su sonrisa, en Pedro desnudo, en cómo la miraba mientras la penetraba. Se dio cuenta de que estaba sonriendo como una tonta, pero le dio igual. Sólo pensaba en su vuelta aquella tarde y... en muchas tardes más con él.
El sonido del teléfono la sobresaltó, pero la hizo sonreír. Tenía que ser Pedro desde el trabajo.
—¿Sí? —parecía una gata feliz ronroneando.
—¿Señorita Chaves? —era una mujer con voz familiar.
—Sí, soy yo —respondió, intentando cambiar a un tono más profesional.
—Soy la señora Crowley, la madre de Mike. Lo siento pero tengo que cancelar la clase de hoy. Lo siento de nuevo.
Paula se sintió un poco fastidiada. Era la tercera vez que lo hacía y se preguntaba si esta vez sena por una cita en la peluquería, con el contable o a saber con quién, y el niño necesitaba las clases.
—Lo entiendo. ¿Cuál es el problema?
—¿Problema? Oh, había olvidado la clase de natación de Mike...
—Bueno, tengo buena parte del día libre y podría venir después, o a primera hora de la tarde...
—No, lo siento, no va a ser posible. Ya la llamaré para quedar otro día.
Paula se quedó mirando el teléfono apenada por Mike. Era una pena que los padres del chico se tomaran tan poco interés por sus estudios.
Fue a su cuarto y se puso un vestido ligero y unas bailarinas negras antes de mirarse el pelo en el espejo y salir de casa. Había decidido que aprovecharía las circunstancias para tomar un poco el aire. Cerró la puerta y bajó al vestíbulo, donde se entretuvo mirando algunos catálogos de publicidad. Un obrero entró por el portal cargando con una escalera y se dirigió al sótano después de sonreírle.
—Disculpe.
Ella se asustó y dejó caer el catálogo que estaba hojeando y el hombre lo recogió del suelo. Aquel hombre debió de haber entrado con el obrero.
Paula pensó que tendría unos cincuenta y tantos años. Llevaba un polo verde y unos pantalones de pinzas, y aunque no vivía en el edificio, notó en su rostro algo familiar.
—¿Está buscando a alguien? Podría ayudarlo... —la extraña expresión de su rostro la estaba poniendo nerviosa.
—Pues me gustaría que lo hiciera. Estoy buscando a Pedro Alfonso. ¿Lo conoce?
A Paula se le disparó la alarma. Pedro era fiscal y podía tener a mucha gente en su contra. Al recordar el reciente asesinato de un compañero de Pedro se le erizó la piel. Iba a decir que no lo conocía, pero el hombre ya había visto su nombre en los buzones.
—Pedro no está aquí ahora —dijo a toda prisa—. Si me deja su número de teléfono, puedo dárselo más tarde. Creo que tengo un bolígrafo en el bolso —y empezó a rebuscar.
—No se preocupe, señorita —dijo el hombre, colocándole la mano con dulzura sobre el brazo. Al levantar la vista, ella lo vio muy triste—. Si le da mi número, pensará que lo está traicionando y tal vez se enfade. No quiero que dejen de ser amigos.
—¿Por qué iba a pensar eso?
—Él... —el hombre parpadeaba y Paula creó ver un asomo de lágrimas en sus ojos—. Probablemente no quiera verme —se giró bruscamente y dijo en voz baja—: Esto ha sido un error —después en voz más alta—: Lo siento, señorita.
—No, espere, por favor —el hombre se giró, contra todo pronóstico, pero sin mirarla—. ¿Quién es usted?
Él dudó un momento antes de contestar y después dijo mirando al suelo:
—Soy su padre.
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