sábado, 23 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 40




Cuando Pedro abrió los ojos varias horas más tarde, lo único que lo sorprendió más que no haber tenido pesadillas era el hecho de que su cuerpo estuviese abrazado al de Paula, que tenía la cabeza apoyada sobre su brazo y se había dormido, así que lo único que sentía era su calor. Pedro se sentía más vivo que nunca y vio unas posibilidades hasta entonces ocultas en su vida, como la posibilidad de tener a Paula, de amarla para el resto de su vida.


El cerebro empezó a arderle al pensar en un futuro con ella. Ahora todo le parecía diferente. 


No había querido que ocurriera eso, no había sido su intención hacerle el amor, porque era consciente de lo maravilloso que sería y supondría un error porque no podría tenerla. 


Pero a su lado, envuelto en su aroma, no veía el error en aquello por ningún lado. La realidad era la opuesta. Nunca había creído merecerla, pero estaba seguro de haberla hecho feliz aquella noche y de que ella lo deseaba. Sólo por eso podía pensar que merecía tenerla y la felicidad que ella le pudiera dar, que debían concentrarse en amarse y el futuro vendría solo. Tal vez a ella le bastase con su amor y renunciase a tener niños, y si no lo hacía... bueno, él podría considerar la posibilidad, llegado el momento.


Quizá la clave fuera dejar de pensar, olvidar el pasado y no preocuparse por el futuro.


Paula despertó entonces y se estiró y rodó sobre él, con lo que se colocaron pecho contra pecho. 


Él recorrió sus curvas con la punta del dedo. Su piel estaba pegajosa de sudor por el calor del verano y el sexo que los había dejado exhaustos y saciados. Sólo con mirarla deseaba... necesitaba... «No», se dijo a sí mismo, «deja de pensar».


Pero antes de acabar la frase, sus manos ya recorrían su piel. Las suaves caricias bastaron para excitarla y sacarla del sueño; abrió los ojos y empezó a imitar sus caricias sobre el cuerpo de Pedro. Sonrió con los ojos entrecerrados por el sueño y eso estuvo a punto de hacer que él llegara al límite.


Primero Pedro se empleó con las manos, y después con la boca, lamiendo, sorbiendo y chupando hasta que ella estuvo completamente despierta y con todos los sentidos alerta. 


Cuando ella empezó a recorrerle la espalda con las manos, su cuerpo se estremeció con un erótico temblor. Él saboreó la dulce sal entre sus muslos y deslizó la lengua dentro y fuera de su cálido centro, arriba y abajo, primero rápido y después lento, hasta que sintió la urgencia de estar dentro de ella.


Con un solo movimiento hizo a Paula rodar sobre su espalda y le agarró las nalgas, redondas pero firmes, y después los pechos, lo que provocó una exclamación de sorpresa en ella. Después introdujo su miembro duro en su suave interior, y ella se retorció y gimió su nombre mientras él repetía el movimiento una y otra vez. Él le acarició primero el estómago, después bajó entre sus rizos hasta encontrar la pequeña protuberancia y la acarició hasta que ella gritó de placer al llegar al orgasmo, en el que él la siguió.


Pedro no dejó de abrazarla hasta que se quedaron dormidos.



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