martes, 19 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 29




El metro estaba lleno de estudiantes que se iban de fiesta y trabajadores que volvían agotados a casa tras una larga jornada laboral. Paula buscó un hueco en una esquina y decidió que si Pedro no salía con sus compañeros a tomar algo, lo invitaría a cenar. No pensaba decirle que había estado en el juzgado. Tal vez lo agradeciese, pero así podría contarle con alegría su éxito, como si ella no hubiera visto nada. Ella aparentaría estar tan feliz que lo abrazaría y... bueno ¿quién sabía qué podría pasar después?


Miró a su alrededor deseando que nadie se hubiera dado cuenta de que acababa de sonrojarse. Se bajó en la estación de Massachussets Avenue y siguió hasta casa a pie. Entró en el portal, subió un piso y pasó por el pasillo sin mirar frente a ella, que es por lo que no vio a Pedro hasta que llegó a su puerta y lo vio sentado en el suelo, con el maletín a su lado y con la cabeza entre las manos. No podía ser él: Pedro debía estar celebrando el triunfo con sus colegas. Pedro no podía tener un aspecto tan indefenso y desconsolado tras el veredicto del jurado que Paula había presenciado. Pero era él y ella lo supo a ciencia cierta cuando él pronunció su nombre.


—¿Paula?


Pedro, por Dios —dijo ella, arrodillándose en el suelo junto a él—. ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? —le acarició la cara y el pelo sin tocarlo de verdad. No sabía qué podía necesitar en ese momento—. ¿Te han atacado? ¿Le ha ocurrido algo a alguien? ¿Qué tal el juicio?


Pedro la miró como si fuera ella la rara y después contestó:
—El juicio —respondió Pedro como un eco; después se encogió de hombros y se echó a reír—. Ha sido... bueno... ¿Puedo entrar?


—Claro que sí —dijo ella, buscando las llaves frenéticamente en su bolso. Por fin las encontró y abrió la puerta tan deprisa como pudo.


Pedro pasó después de ella y cerró la puerta con el cerrojo tras de sí.


—Oh, es verdad, siempre se me olvida cerrarlo. Ya sé que siempre me lo dices, y a partir de ahora tendré mucho cuidado.


Y hubiera seguido charloteando sin para si Pedro no hubiera ido hacia ella con decisión para abrazarla.


Ella podía sentir los latidos del corazón de Pedro en su pecho. El le había puesto una mano en la parte inferior de la espalda y la otra en el cuello. Inclinó la cabeza y le colocó la mejilla sobre el hombro.


Sin saber muy bien lo que él estaba haciendo y mucho menos lo que podía esperar o desear, Paula le devolvió el abrazo.


Podía notar cómo le corría la sangre por las venas, y cómo ardía especialmente en aquellos puntos donde sus cuerpos se tocaban, especialmente entre las piernas, donde sintió una palpitación y cierta humedad de repente. 


Por instinto, se apretó más contra Pedro y su garganta emitió un sonido profundo. Se preguntó si Pedro lo habría oído e interpretado como lo que era, el sonido de la atracción magnética que sentía hacia él.


—Paula—lo oyó decir contra su cuello.


Ella lo miró a la cara. Estaba desfigurada por algo que parecía miedo y el intento de contener... ¿lágrimas?


—Oh, Pedro—susurró ella, y él volvió a hundirse entre sus brazos, pero ella no podía soportar su peso, así que dobló las rodillas con toda la suavidad que pudo y lo llevó hasta el suelo.


Cruzada de piernas y con él aún abrazado a ella, lo acunó como si fuera un niño durante mucho rato.


Por encima de su hombro vio cómo el sol se ponía y caía la noche, pero no dejó de abrazarlo. 


Poco a poco él se fue calmando y su respiración se hizo más regular, pero no hizo ningún esfuerzo para separarse de ella. En algún momento Paula se preguntó qué habría pasado de malo, pero sólo pudo pensar en lo que de repente estaba muy bien: abrazar a Pedro y que él la abrazara a ella.


El dulce silencio fue interrumpido por un rugido de protesta del estómago de alguno de los dos. 


Sus cuerpos estaban tan cerca el uno del otro que Paula no podía saber quién de los dos había sido, pero podía suponer que había sido él. Quince segundos después, el sonido se repitió, pero esta vez Paula supo que era ella. 


Se le escapó una risita y Pedro se irguió mientras ella intentaba contenerse. Un tercer ruido hizo que Pedro se echara a reír y pronto estuvieron los dos riendo con ganas y abrazados.


Entonces, sonriendo, se miraron a la cara:
—Se nos ha olvidado cenar, pero nuestros cuerpos nos recuerdan las cosas importantes —dijo Paula.


Y al decirlo, se dio cuenta de que su cuerpo le estaba enviando otro tipo de mensajes muy claros y fáciles de interpretar. Sacudió la cabeza y trató de ignorarlos.


—Ha estado muy bien —dijo, y sus palabras parecieron pasar de algún modo hasta los labios de él, recorriendo la corta distancia que los separaba.


Y sin esperar a más, decidió acabar con esa distancia que los separaba.

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