martes, 19 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 28




Pedro se quedó mirando la madera oscura de la mesa para intentar conciliar sus emociones y sus recuerdos, por eso oyó al jurado entrar antes de verlo.


Cuando todos se hubieron sentado y la sala estuvo en calma, Pedro levantó la vista hacia ellos buscando un anticipo de cuál sería el veredicto.


Aquellos hombres y mujeres ya no le resultaban extraños. Se habían convertido en una especie de purgatorio para él, con su futuro en sus manos en la forma de una hoja de papel, que pasó de manos de la portavoz del jurado al ujier y de él al juez.


Jeffers, a la derecha de Pedro, estaba de pie en silencio, sin dar ninguna muestra de ansiedad. 


Pedro deseó que su apariencia externa no mostrara el torbellino en el que se veían inmersas sus emociones. Se ponía nervioso sólo de pensar que pudieran dejarlo escapar.


No, era a ella a quien no podían dejar escapar, pensó, mirando a Gayle Stapleton moverse inquieta, intentó imaginar la cara de su padre en aquella situación, pero no pudo hacerlo porque no la recordaba.


El juez llamó su atención y Pedro olvidó por completo a Gayle Stapleton.


Paula empujó la pesada puerta y se deslizó al interior en silencio gracias a sus bailarinas. Se sentó en el primer banco de la derecha. 


Enseguida se fijó en las dos espaldas visibles por encima de las cabezas de los asistentes. 


Hubiera reconocido a Pedro incluso si no hubiera sabido que llevaba su traje azul marino. 


Le había dicho que estaría en casa, pero mientras subía a su piso, sintió una terrible urgencia por escuchar el veredicto. En parte para que, cuando él volviera a casa, ella supiera qué esperar. Pero en parte porque había algo distinto en aquel caso, al menos eso había dicho él, pero no le había dado detalles. Y si él no se los daba, los descubriría ella por su cuenta.


Estaba actuando como una amiga.


El jurado entró en la sala y Pedro volvió la cabeza para mirarlos cuando se hubieron sentado. Paula vio en su perfil que tenía la mandíbula tensa y los dientes apretados. El jurado no lo miró, pero, si lo hubiera hecho, hubiera visto en su rostro lo mismo que ella: Pedro los miraba como si su futuro y no el del acusado dependiera de ellos.


—¿Tiene el jurado un veredicto?


—Sí, Señoría —dijo la portavoz.


Pedro sentía un calor horrible en aquella vieja sala sin aire acondicionado y estaba sudando.


El juez le pasó el papel al secretario, que leyó:
—En el caso del Estado de Massachusetts contra Gayle Stapleton... —siguió leyendo—. Este jurado encuentra a la acusada-
Pedro se puso tenso, esperando el alivio que podía llevar consigo la condena. —... Culpable.


La sala quedó en silencio unos segundos y después las acciones se precipitaron mientras el secretario leía el resto de los veintinueve cargos. 


La señora Stapleton rompió en sollozos ante las protestas de sus familiares y las cámaras y flashes de los periodistas.


Los asistentes empezaron a desalojar la sala y Jeffers le dio una sonora palmada a Pedro en el hombro. Todos sus colegas sonreían aliviados.


—Ya puedes relajarte, Pedro —dijo él, tranquilo—. Tómate unos días de vacaciones. Necesitas despejarte.


Él miró a la mujer, que estaba siendo conducida fuera del tribunal entre sollozos, arrastrando los pies. Aquél era el momento que había soñado cuando respondía a cada una de las preguntas de los exámenes de la carrera, cuando pagaba un libro, con cada escalón que ascendía. Había trabajado duro para tener la oportunidad de borrar sus memorias, encerrar el pasado y seguir adelante con su futuro.


Pero nada de aquello ocurrió.


Era como si él también estuviese atrapado dentro de una jaula imposible. Nunca escaparía de ella.




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