domingo, 17 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 22




Aquélla era la Paula de verdad, pensó Pedro mientras la miraba colocarse un mechón dorado detrás de la oreja. Siempre haciendo la cosa perfecta para él: elegir el libro perfecto, el restaurante perfecto, el helado perfecto. Y entonces se dio cuenta de que buscaba algo perfecto para sí misma: el hombre perfecto, la familia perfecta. Nunca le había pedido nada a Pedro hasta entonces, así que era el momento de corresponderla.


Ella sacó un libro fino y muy grande de la estantería, lo abrió y pasó las páginas. Después levantó la mirada hacia él y sonrió, como si fuera a compartir un gran secreto con él.


«Yo», pensó Pedro. «Yo soy tu regalo».


Y así, como si nada, fue como si dos décadas de su vida quedaran borradas por completo; de repente se vio a sí mismo pensando en un futuro, un futuro factible para él, que incluía a Paula, felicidad y amor.


« ¡Pedro!», gritó la parte racional de su cerebro. « ¿En qué estás pensando, idiota?»


—Lo encontré —dijo ella—. Mamá solía leerme este libro cuando yo era pequeña —después lo miró y quedó confusa—. ¿Oye? ¿Estás ahí? ¿Quieres un poco de agua o algo? Hace mucho calor aquí...


Pedro sacudió la cabeza. Ella estaba muy cerca de él, y él estaba muy cerca de decirle: «Lo que quiero... lo que quiero es a ti».


—Entonces bienvenido a la Tierra de nuevo —dijo, sacudiéndole el hombro—. ¡Mamá! —gritó al ver aparecer a su madre—. Mira el libro que he encontrado.


Su madre sonrió y tomó el libro de manos de Paula.


—Qué recuerdos... Te encantaba que te lo leyera. Me volvías loca.


—¡A ti también te gustaba!


—Es cierto. Te decía que era hora de ir a dormir, pero siempre esperaba que me pidieras un cuento para pasar unos minutos más contigo. Y siempre me lo pedías.


—Vamos a leerlo —dijo Paula, levantándose para que su madre no se tuviera que agachar.


Pedro se levantó también y dijo que iría a ver a Nicolas y a tomar un poco de agua. Se alejó de ellas, de Nicolas y su legión de fans, y salió de la tienda. Se sentó en un banco del centro comercial y miró a través del escaparate de cristal al lugar donde Paula y su bonita madre sonreían. Desde lejos parecían la misma persona en dos etapas de la vida: se podía ver a la preciosa joven que Margarita había sido y la adorable mujer madura en que se convertiría Paula.


Pedro se dio un puñetazo en la rodilla. Estaba claro que Paula estaba destinada a convertirse en madre y él era incapaz de formar una familia.


No podía creer lo egoísta que era sólo con pensar que Paula podía compartir una vida con él. No podría pedirle que renunciara a su sueño por él. Siempre se sentiría frustrada e incompleta y él no podría soportar ser el responsable de su infelicidad.


Y estaba su maldito plan. El problema era que no estaba seguro de poder vivir consigo mismo si la ayudaba a encontrar el amor con otra persona



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