sábado, 26 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 7




Paula sintió una aguijoneo de incertidumbre. Su vida amorosa era inexistente. Por supuesto, miraba a los hombres y de vez en cuando tenía sueños, pero el nuevo Pedro estaba provocándola de una forma inesperada. Se había convertido en un alto y fornido ejemplar de belleza masculina. Y Paula Chaves nunca se había permitido, por interés científico, cerrar los ojos ante un espécimen que la intrigara.


Pero, los recuerdos se mezclaban con la atracción y la curiosidad: las despiadadas interrupciones, persecuciones y burlas. Se preguntó si debía fiarse, o si él estaría jugando con sus emociones. Aunque en la autopista había sido amable y cautivador, esa discrepancia con el pasado no la convencía. 


Lamentando su escepticismo innato, se preguntó dónde empezaba y dónde acababa el Pedro auténtico.


—Veo que Pedro está tejiendo su tela de araña sobre ti. No me lo puedo creer —dijo Marina, a su regreso, sirviendo dos tazas de café recién hecho.


—¿Qué quieres decir? Solo intenta ser amable, Marina. Lo mismo que yo. No puedo dejar que el pasado persista para siempre. Entonces era insoportable, pero ya no lo es.


Marina se dejó caer en el sillón y se recostó. Tomó un largo sorbo de café antes de hablar.


—Siempre creí que le gustabas a Pedro.


—¿Yo? —Paula parpadeó y soltó una risotada—. ¡Estás de broma!


—Eh, soy su hermana mayor. ¿Cómo iba él a admitir que miraba con lujuria a mi mejor amiga? Además, era un bruto —Marina alzó los hombros hasta las orejas y con voz grave dijo—: Salta al campo, con el número treinta y tres a la espalda. ¡Pedro Grandón, el camión! —se atragantó de risa—. Sus amigos lo pinchaban para que saliera con Patti Pompón, pero él estaba pendiente de cada palabra que yo decía sobre ti.


—Era un chaval —dijo Paula. Pero al recordar las fotos que había visto en la habitación, se estremeció—. No lo soportaba, ¿recuerdas? —inquieta, Paula se concentró en el café.


—¿Cómo podría olvidarlo? —sonrió Marina.


—¿Olvidar qué? —preguntó Pedro volviendo a entrar a la sala y sentándose en el sofá, junto a Paula—. ¿Dónde lo habíamos dejado?


—Hace unos diez años, creo —Paula se atragantó con el café y soltó una risa. Marina se unió a ella.


—¿Qué me he perdido? —inquirió él, mirando de una a otra.


—Vamos, Pedro —Marina movió la cabeza de lado a lado—. Te acuerdas de cómo te comportabas siempre que veías a Paula, ¿no?


Paula casi sintió lástima al ver la reacción confundida y avergonzada de Pedro.


—Vosotras dos debéis de tener una sobredosis de cafeína —dijo Pedro. Tragó el resto de su café, dejó la taza en la mesa y se puso en pie—. Lo siento chicas, tendréis que arreglároslas solas.


—¡Qué Dios nos proteja! —exclamó Marina, poniendo los ojos en blanco.


—Lo siento, Pau... —ignorando a su hermana, Pedro puso las manos sobre sus hombros y se acercó a su oído—. Me encantaría quedarme. Lo digo en serio —afirmó, mirándola a los ojos.


Paula no dijo nada. Pero estaba deseando saber más sobre el nuevo y mejorado Pedro.


Cuando él se marchó, se quedó mirando la puerta. Se imaginó a la tal Patricia esperándolo, deseosa de acariciar el espeso y ondulado cabello rubio oscuro de Pedro, y haciendo otras cosas en las que ella no quería pensar. Se odió por la oleada de celos que la invadió. Marina carraspeó y Paula apartó los ojos de la puerta.


—¿Son pareja? ¿Pedro y Patricia? —preguntó, deseando que Marina lo negara.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario